En la aldea
09 febrero 2025

Torturas, humillaciones y vejaciones en cárceles de Venezuela

De Naguanagua a Tocorón: un preso político con una enfermedad degenerativa

"En las cáceles maltratan sicológicamente, vejan y humillan a personas de la tercera edad, a los enfermos y a los discapacitados", cuenta la víctima.

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Redacción LGA | 03 febrero 2025

Carlos* fue uno de los detenidos arbitrariamente después de la elección presidencial el 28 de julio de 2024. También fue uno de los excarcelados el 16 de noviembre de 2024.

A continuación, su relato. Se omitió información que suponga algún riesgo de represalia.

«Mi detención fue el 30 de julio a las 9:30 am en mi casa en Naguanagua, estado Carabobo. Me dijeron que tenía una entrevista. De allí fui a unas “paradisíacas vacaciones” en un centro de reclusión en Carabobo… Por favor, no pongas el nombre de este lugar, porque yo salí, pero otros siguen allí. No me agredieron en ningún momento por mi condición de salud, tengo una enfermedad degenerativa y siempre estuvieron pendientes de que me tomara mis medicamentos. Me respetaron mi orientación sexual.

Pero no me explicaron por qué estaba ahí. A la semana me enteré que fue porque alguien me hizo un video, cuando yo estaba al frente del Fuerte de Paramacay [ubicado en Naguanagua] pidiendo a los militares que reconocieran el triunfo de Edmundo González. También porque fui coordinador electoral de un municipio.

No me permitieron hacer llamadas. Casi dos semanas después fue que yo pude hablar y ver a mi familiar. No hubo maltrato físico, pero sí psicológicos. Nos decían: “Ustedes no van a salir de aquí”, “Ustedes son culpables”, “Ustedes son guarimberos”, “Ustedes son asesinos”, “golpistas”, “terroristas”.

En Tocorón

«Un mes después, me trasladaron al “resort de Tocorón” [el Centro Penitenciario de Aragua, conocido como cárcel de Tocorón] y ahí estuve dos meses y dieciocho días. Esa noche, llegamos 96 de Carabobo. Llegamos sin los medicamentos, sin nada, porque en el centro de reclusión donde estábamos, nos dijeron que nos iban a botar todo en Tocorón. Entonces, dejamos todo en aquel centro y después nuestros familiares buscaron esas cosas.

Cuando llegamos a Tocorón, nos separaron entre los que teníamos patologías y los que no. Con los que teníamos, la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) fue un poquito más amable, pero a los demás les dieron “golpe, patada y kung fu”, como dice el dicho. A todos nos desnudaron y nos pusieron uniforme. Todos éramos “terroristas”… A mí me imputaron los delitos de terrorismo, obstrucción a la vía pública, resistencia a la autoridad e incitación al odio.

Nos metieron en celdas de seis personas. Me tocó el piso 4, pero a los tres días, me cambiaron a la planta baja, porque, por mi condición, no puedo estar subiendo y bajando pisos a cada rato. Era una letrina para los seis y ahí había que hacer todo cuando ponían el agua, hasta bañarse en minutos e hidratarse.

Cuando veían que estábamos durmiendo, le caían a palo a las rejas y el pase de número [el conteo de detenidos] era a las 5:00 am. Fue muy violenta la primera semana. La comida era una porquería: arepa mal cocida con requesón rosado y mortadela rallada. Te ponían todo en las manos, no había ni platos. Obviamente, la mayoría no comía.

La situación violenta comenzó a cambiar cuando dejaron pasar la paquetería. Los custodios vieron que eran galletas, chocolates, medicamentos y artículos de aseo personal. Una vez, cuando yo estaba esperando mi paquetería, un custodio me dijo: “se volvieron locos los que los metieron aquí. Esto es puro niñito de papá y mamá. Mira, ¿cuándo carajo en Tocorón se ha visto [el suplemento alimenticio] Ensure?” Los custodios también se dieron cuenta de que la mayoría hablábamos de una forma bastante educada. Entonces, decían: “Estos son los sifrinitos, los mariquitas”.

Éramos muchísimos de la comunidad LGBTQI+, como 150. También eran muchos custodios gays y afeminados, jóvenes en su mayoría como nosotros. Yo era uno de los que decía: “¡La marcha LGBTQI+ del año que viene sale de Tocorón, no joda!”. Frente a una pared gris, dije: “Vamos a pintar esto de rojo, naranja, amarillo, verde, azul y morado; la bandeja de Tocorón”… ¡Ay, el humor! Esto fue una de las cosas que nos mantuvo cuerdos y hasta nos sirvió para exigir nuestros derechos.

Una vez, el [centro de reclusión] penal nos dio los artículos de aseo personal y uno de los muchachos se puso a hacer burbujas de champú por la ventana. De repente, todo el edificio estaba haciendo burbujas por la ventana y yo me pegué a la mía, y grité: “¡Aquí estamos los terroristas más arrechos de mundo, los que hacemos guerra de burbujas!”.

Ya casi al final, antes de yo salir, ni hacíamos el pase de número, porque ya habíamos perdido el “rango” de “terroristas”. Los custodios ya no nos gritaban tanto, no imponían tanto, no hacían comentarios peyorativos y trataban de solventar las exigencias que uno tenía, por ejemplo, para que la comida llegara a más temprano o para sacar a alguien a la enfermería si se sentía mal. Hasta nos estaban aconsejando y eso daba miedo. Claro, delante de los jefes siempre fueron unos hijos de puta y varios vimos cómo los custodios se robaron medicamentos y los Ensure que mandaban los familiares.

Después que salí, supe que cambiaron a todo el personal y que la cosa se puso fuerte otra vez… Pienso en cómo fueron vejadas las personas de tercera edad, eran muchos los que padecían patologías importantes, y en cómo se burlaron de las personas con discapacidad física o intelectual… Había gente con desnutrición severa y muchos profesionales, hasta hijos y sobrinos de guardias nacionales… Y toda esa gente se quedó ahí.«

Así culmina la historia de la detención de Carlos…

*El nombre real fue sustituido por solicitud del excarcelado.

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La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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