En la aldea
23 marzo 2025

Músicos en un balcón. Gerard Van Honthorst, 1622

La nota discordante, las discusiones estériles y la posibilidad del diálogo

Un ejemplo claro ahora que se habla de la xenofobia chilena hacia los venezolanos, discutir con un xenófobo chileno es un esfuerzo completamente vano, una interacción vacía ab origine; más que una pérdida de tiempo, un desprecio del tiempo.

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Juan E. Bonadies | 02 marzo 2025

Leer discusiones en redes sociales es un suplicio, pero un suplicio interesante. Pocas veces se hallan debates sensatos. Casi nunca hay diálogos auténticos —definitivamente escasea el logos, y generalmente no hay dos al habla, sino uno solo lanzando golpes al aire—. Es entrar en un antro lleno de sofistas y maniqueos que se apresuran a condenar a cualquiera, incluso a los que cuentan con una genuina inspiración socrática y buscan enriquecerse mediante perspectivas ajenas.

¿Cómo proceder, pues, en la búsqueda de un diálogo auténtico? Lo que queremos es que las ideas se muevan, que no se estanquen o desfallezcan, que se mantenga viva la poiesis del logos. Para eso necesitamos del otro. No existe elyo sin el . Por esto, el «yoísmo» imposibilita cualquier encuentro, pues parte de la negación del otro que, según la frase anterior, se vuelve contra uno mismo: negar al otro, paradójicamente, no acaba siendo la exaltación del yo, sino la negación del yo, la imposibilidad de desarrollar nuestro ser gracias a la dureza de la arrogancia.

De tal manera que, al proceder en un diálogo auténtico, debe haber un principio de reconocimiento mutuo, pero también un principio de humildad. Un ejemplo claro ahora que se habla de la xenofobia chilena hacia los venezolanos, discutir con un xenófobo chileno es un esfuerzo completamente vano, una interacción vacía ab origine; más que una pérdida de tiempo, un desprecio del tiempo. En ese caso, mejor que entrar en discusiones estériles con una pared, es preferible dejar que nuestras obras hablen por nosotros.

Hay que buscar la verdad y no la razón de las cosas, y la verdad se busca con la humildad.

La humildad aquí es clave: se parte de que uno ignora muchas cosas que los otros pueden saber. El principal legado socrático, narrado grandiosamente por Platón en su atemporal Apología, es el principio de humildad intelectual que lo diferencia como sabio:

… ¿cómo no va a ser la más reprochable ignorancia la de creer saber lo que no se sabe? Yo, atenienses, también quizá me diferencio en esto de la mayor parte de los hombres, y, por consiguiente, si dijera que soy más sabio que alguien en algo, sería en esto, en que no sabiendo suficientemente sobre las cosas del Hades, también reconozco no saberlo.

Por eso hay que ser cauteloso ante los desencuentros, pues dependiendo de nuestro proceder —si no opera desde aquellos dos principios— podemos colaborar en empeorarlos, en seguir actuando con ímpetu divisorio, animando partidos, disputas, clivajes y falsas dicotomías que los maniqueos luego usarán para manipularnos a nosotros y a los demás.

También hay que tener cuidado con los encuentros artificiosos: cuando mucha gente está de acuerdo en un tema, pero todos lo hacen por algún interés… por eso a veces es necesaria la nota discordante, la que nos advierte y nos interpela, la que revuelve nuestras convicciones y nos arroja al mar de las preguntas, a veces sin saber nadar.

Si bien una nota discordante puede arruinar una canción, dependerá de la experticia del músico el recomponer una nueva armonía con ella. Todos podemos ser músicos en la orquesta de la historia. Todos podemos, también, arruinar la función. A veces no hay quien marque el tempo y la música se torna disonante. A veces se repiten interminablemente los mismos leitmotivs caducos y estandarizados… actualmente estamos atascados en estas dos últimas situaciones, orquestando la decadencia.

En tiempos de crisis y anquilosamiento hay que rearmonizar, componer nuevos motifs, sin miedo a ser la nota discordante. Con el conocimiento del pasado y el vigor del presente se puede orquestar un nuevo futuro —en lugar de repetir sistemas fallidos, como así lo quieren quienes aspiran a un ‘viejo futuro’—. Lo hermoso de ser humano es que podemos engendrar novedades.

Eventualmente, ante la resistencia de quienes no cuentan con un sentido poético, es inevitable la fuerza del polemos; quiero decir, la guerra, en un modo heracliteano:

Heráclito afirma que los contrarios son la condición de todas las cosas. Lo dice en términos basados en imágenes, míticos: «La guerra es el padre de todas las cosas». No se trata en modo alguno de justificar aquí la guerra; el significado es el siguiente: la tensión entre contrarios es lo que engendra la realidad.

La nota discordante no sirve de nada si no es para fecundar una nueva armonía. Pero pervivir en lo concordante anula el sentido poético. La pura discordia conduce a la extinción, mientras que la pura concordia sólo se puede encontrar en el cielo, no aquí. Qué difícil reconciliarse así, ¿no les parece?

Sin embargo, he aquí la paradoja que quiero resaltar: entre tanta discordia empujándonos hacia la ruina, la concordia es la nota discordante.

Con (junto) y cordis (corazón). La unión de los corazones. Sólo así puede haber un encuentro. Sólo desde el amor puede haber un buen proceder. La encíclica del Papa Francisco, Dilexit nos, alza la voz sobre esta realidad:

Si el corazón está devaluado también se devalúa lo que significa hablar desde el corazón, actuar con corazón, madurar y cuidar el corazón. Cuando no se aprecia lo específico del corazón perdemos las respuestas que la sola inteligencia no puede dar, perdemos el encuentro con los demás, perdemos la poesía.

(…)

el corazón hace posible cualquier vínculo auténtico, porque una relación que no se construya con el corazón es incapaz de superar la fragmentación del individualismo. Sólo se mantendrían en pie dos mónadas que se juntan pero que no se conectan realmente. Anti-corazón es una sociedad cada vez más dominada por el narcisismo y la autorreferencia.

He visto con pesar a personas con una trayectoria respetable arremetiendo contra proyectos de otros, proyectos hechos con el corazón, sólo porque no comulgan con sus pareceres. Las personas más dogmáticas hablan en demasía, pero son incapaces de escuchar; son las que creen en la apodíctica de su perspectiva; son los censores en nombre de la libertad, pero que no cuentan con la libre creatividad para concebir novedades.

Por esto resalto la importancia de una existencia poética: el reto ante el futuro —sobre todo en Venezuela— es la proyección de irrealidades nunca antes realizadas, no la práctica de RCP a sistemas o ideologías desfallecientes. El ser humano es creativo, y creamos mejor impulsados por el amor; lo contrario desintegra, destruye, desorienta. Por eso es triste cuando la actitud ante una propuesta novedosa —creada ex ánimo— es la descalificación inmediata, hecha desde la cerrazón y el desconocimiento.

Entonces, vuelvo al inicio y me pregunto: ¿puede haber un diálogo auténtico? ¿Podemos orquestar, unidos, una nueva realidad?

Eso dependerá de la disposición de nuestros corazones. Yo, por mi parte, apuesto a que nuestra generación hará resonar su potencial para armonizar el futuro. Suscribo, pues, el bello exhorto de José Ortega y Gasset, deseando que otros tengan la misma disposición:

Integremos nuestras visiones en generosa colaboración espiritual, y como las riberas independientes se aúnan en la gruesa vena del río, compongamos el torrente de lo real.

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La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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