«El enemigo de mi enemigo es mi amigo». Eso no es una máxima hueco ni un simple juego de palabras fútil o simpático sarcasmo (nada más); no; es una verdad como un templo. Lo estarán pensando más o menos ocho millones de venezolanos alrededor del mundo hoy. Lo están pensando desde ayer aun cuando no lo expresen de viva voz. No hace falta.
La derecha internacional, la que tanto teme el presidente del gobierno español Pedro Sánchez, ha avanzado peligrosamente en los últimos tiempos. Lo sigue haciendo en América y en Europa, aunque surjan las trabas ―como en Francia con la eventual inhabilitación de Marine Le Pen, por malversación― o en Alemania con la alerta roja que se ha disparado desde el Estado: la Oficina Federal para la Protección de la Constitución ha clasificado al partido AfD, el principal de oposición, como de «extrema derecha confirmada». Es verdad. Hay demasiados casos. Sánchez tiene razón en sus temores, otra cosa es que quiera utilizarlos para su propio beneficio, esto es, perpetuarse en el poder y no dar demasiadas explicaciones sobre ningún desastre.
Pues bien: no hay personaje más soberbio y antipático que Cayetana Álvarez de Toledo; sin embargo, no existe persona del estamento político español más solidaria con el pueblo venezolano ―o sea, con Venezuela― que la diputada Cayetana en el libérrimo uso de su elaborada oratoria, micrófono delante, ya sea en un foro como panelista o en el Congreso como diputada por el Partido Popular. La otra persona que se le puede igualar en solidaridad, sobre terreno ibérico, es Bertín Osborne, cantante y millonario. Jamás podría ser de izquierdas.
La oposición venezolana ―el país entero― es de derechas o va hacia allá y con toda la razón del mundo; el escarmiento ha sido profundo y avasallante. La teoría del péndulo funciona aquí como lo ha hecho históricamente, y con justificada decisión.
Desde noviembre de 2024, la derechista Giorgia Meloni reconoció lo que es, a estas alturas, una certeza sin atenuantes: el triunfo de González Urrutia el 28-J. La primera ministra italiana aprovechó su encuentro en Buenos Aires con Javier Milei para declarar que, junto con la Unión Europea, trabajaría «por una transición democrática y en paz de Venezuela, para que finalmente se haga realidad la preferencia expresada por el pueblo venezolano». Así dijo Doña Giorgia. La jefa italiana declaró en esa oportunidad, además, que desconocía la victoria proclamada por Nicolás Maduro. Ahora, según indicios, la primera ministra ha dado un paso en firme, en la práctica, ayudando en la extracción de los cinco rehenes que mantenían el castrismo, Cabello, Maduro y los Rodríguez ―en ese orden― encerrados, como fichas de póquer en el tablero internacional. Así que fueron liberados Magalli Meda, Claudia Macero, Omar González Moreno, Humberto Villalobos, Pedro Urruchurtu y Corina Parisca Pérez…; es bueno recordar sus nombres una vez más. La última de las personas nombradas no se encontraba en la misma embajada-cárcel sino en otro sitio, de modo que en realidad no fue una «extracción» sino que fueron dos extracciones. El dentista Marco Rubio no contó bien: trinó en singular. Y sí, tiene razón Walter Molina Galdi en La Gran Aldea cuando dice que esto ha sido «una victoria en todos los frentes: moral, político, estratégico. Una victoria para el 90% del país que desea cambio. Una victoria frente a un régimen que se creía invulnerable».
Lo demás es la cuerdita de analistas en las redes que buscan cosas (narrativas, para que ellos me entiendan) del tipo «cree lo peor y acertarás». Pues ahorita no. No me da la gana de pensar mal a menos que los analistas del ritmo narrativo (es que conforman un combo) presenten los pelos del burro en la palma de sus agitadas manos.
En lo particular, ya que tanto les gusta la redundancia, me gusta la narrativa de Doña Giorgia, construida con más hechos que palabras. Me gusta la narrativa de la flaca Cayetana, con todo y lo pagada de sí misma que es. Y me gusta la narrativa de María Corina Machado, que durante la campaña del 2024 puso en las vías del país más guáramo que verbo. ¿Que también es de derechas María Corina? Puede ser, aun cuando más bien parece una liberal con la mirada colocada sobre su pueblo. ¿Y qué si lo es, además? Uno creció y se desarrolló en democracia entre candidatos de derechas, aunque no dijeran nunca esa palabra: no les apetecía la narrativa que llevaba a rastras, sobre todo desde la Segunda Guerra Mundial. Desde Borregales y Úslar Pietri hasta Jorge Olavarría o el Rafael Caldera del año 68 que ganó (apretadamente pero ganó) apoyado por el banquero Pedro Tinoco, los venezolanos han convivido con la derecha.
Por ahí leí en estos días lo que decía Churchill, que la democracia es el peor de los sistemas de gobierno, a excepción de todos los demás; viendo uno el desempeño histórico de revoluciones (o parodias de revoluciones) y partidos en el poder de zurda conducta, puede alterar la frase de este modo: la derecha es la peor manera de situarse ideológicamente, exceptuando la otra manera. Nota: lo que se dice aquí sobre las derechas no arropa a Donald Trump. En primer lugar porque Donald Trump no obedece a narrativa alguna; en vez de narrar, ladra. Sin embargo, no está de más recalcar lo del principio: el enemigo de mi enemigo es mi amigo.