Solo quien la ha padecido es capaz de entender el significado y los terribles efectos de la depresión en las personas. Es muy simple —te dicen—. Solo tienes que levantarte, bañarte y vestirte. Aunque siempre bien intencionadas, esas recomendaciones, simple y lamentablemente, no funcionan en la mente del deprimido.
En la mente del deprimido las tareas simples, cotidianas, mecánicas, llevadas a cabo en miles de oportunidades desde antaño se convierten en retos monumentales —pasa lo mismo con casi todas las demás—, que exigen esfuerzos enormes, cometidos en una hasta entonces desconocida dimensión del tiempo que no se puede medir en segundos, minutos…
Minutos… porque los días son planos y el mundo también lo es. Todo sucede en medio de una agobiante oscuridad sin fin ni límites. La vida transcurre en medio de la pasividad extrema que conduce a la melancolía, a la postración y a un cambio de conductas.
Un cambio de conductas que se convierten en impenetrables barreras para imposibilitar el desarrollo de las actividades simples o complejas, las cuales ponemos en práctica en la vida cotidiana de manera casi automática. Lo que es aún más penoso de todo esto es que representan obstáculos, a veces insalvables, para mejorar, y salir de la depresión.
Salir de la depresión sin saber cómo ni por cuál puerta o rendija entramos a esa depresión. El caso es que inesperadamente, sin que medie dolor alguno como el que se manifiesta por el malfuncionamiento de alguna parte del cuerpo físico, nos invade el silencio, el desgano, el aislamiento; no hablamos, ni con este aquí a tu lado, ni con aquel a la distancia; dejamos de sentir hambre; da lo mismo comer esto o aquello porque todo sabe igual; se nos aploma el peso del cuerpo y nos quedamos sobre la cama sin energía para levantarnos, inertes cual fardos; perdemos el placer de vivir y disfrutar; desistimos de oír música, cosa que anteriormente hacíamos por horas; abandonamos la escritura, de ordinario tu actividad señera; desaparece el registro del calendario; nos invaden pensamientos desastrosos que despojan a la vida de todo sentido; nos sumimos en la desesperanza.
Nos sumimos en la desesperanza y todo es negativo. Ante la necesidad de realizar tareas, aún las más sencillas, constantemente nos decimos no puedo, soy incapaz de… porque en los estados depresivos casi todo es inalcanzable; se desdibuja la noción de mañana, de futuro, que percibimos borroso y a contraluz, cosa que empeora el estado de ánimo, ya maltrecho.
Ya maltrecho, debido a que los pensamientos ocurren automáticamente y en apenas fracciones de segundo moldean nuestros sentimientos y creencias, tal y como la arcilla da forma a un jarrón. Tengamos presente que el vocablo ánimo proviene del latín animus, y que, según el diccionario de la RAE, es actitud, disposición, temple. Otra definición de la misma corporación nos habla del ánimo como valor, energía, esfuerzo y, finalmente, como intención, voluntad. Es decir, cuando los pensamientos son negativos, catastróficos, nuestros sentimientos suelen ser negativos, catastróficos. No puede ser de otra manera.
No puede ser de otra manera porque sencillamente no vemos la posibilidad de dejar de sentir de esa forma, de encontrar una salida. Sumidos en la depresión no somos capaces de influenciar sobre el estado de ánimo, la falta de voluntad, por intermedio de pensamientos de otra naturaleza, fundamentalmente positivos.
Fundamentalmente positivos sin que tal actitud se corresponda con el buenismo, entendido de manera despectiva hacia alguien que tiene una actitud benevolente, optimista, que cree que las cosas se pueden resolver, al menos parcialmente, con buenas intenciones. En el otro extremo estaría el efecto Golem, o la tesis de la profecía autocumplida negativa: Si piensas que no se puede, simplemente no podrás.
No podrás porque la energía mental está puesta en la convicción, atornillada en la mente, de que se trata de cumplir tareas sencillas pero inalcanzables, extraordinarias, por sencillas que en realidad sean, tal y como sucede con el ejercicio de la socialización, asunto vital para la subsistencia de los seres humanos y que demanda el ejercicio de la palabra, hablada, escrita, da igual.
Da igual porque el proceso de socialización comienza por compartir con nuestros semejantes a través de la conversación. Literalmente, las personas deprimidas se enclaustran en sí mismas y no ven más allá de un espacio confinado, seguro, que no represente amenaza alguna para su realidad, habitada como está por miedos, temores de todo tipo y por el deseo permanente de procrastinar: mañana lo hago.
Mañana lo hago, noción que, por contraria que sea, convive con la convicción de que todo ocurre en el aquí y en el hoy, es decir, no haymañana. Y como no hay mañana, pues simplemente no habrá acción: no lo harás, trátese de lo que se trate. Se vive como en el fantástico filme Groundhog Day, de 1993, conocida en español con el título El día de la marmota, en el que el protagonista —Bill Murray— experimenta cada día el mismo día, al punto de hacer predecible con exactitud la sucesión de eventos que se desarrollan entonces. En este estado de cosas se hace muy cuesta arriba encontrar una solución para el caso de los deprimidos.
Una solución para el caso de los deprimidos pasa por el desarrollo de procesos paralelos de medicación, —psiquiatría— para ordenar posibles desequilibrios hormonales y químicos en el organismo, por una parte, y por la otra, de reinserción a la vida cotidiana mediante el uso de la palabra —psicoanálisis— como vehículo esencial para ver y sentir el mundo tal y como es, más allá de cómo lo imagina el deprimido y encontrarle así sentido a su vida.
Encontrarle sentido a su vida, con independencia de que se trate de personas inhibidas o de individuos desinhibidos, características de la personalidad de cada uno, y que son por igual víctimas potenciales de la depresión. En honor a la precisión de lo que ocurre con el deprimido, no podemos dejar por fuera de este análisis a las personas que están en su entorno y procuran su recuperación. Al margen de la relación que exista entre ellos, es inevitable su afectación, en especial de las personas del círculo más íntimo del deprimido, quien la mayoría de las veces no encuentra el modo más eficiente de comunicarles sus sentimientos.
Comunicarles sus sentimientos, esa es la tarea esencial de las personas deprimidas. Gente normalmente comunicativa, con el don de la palabra hablada, de la palabra escrita, pierde esas habilidades cuando caen en un proceso de depresión, tanto más cuanto más profunda sea esa condición. Y al comunicar sus sentimientos recuperar el placer de compartir, de sociabilizar y así reinsertarse nuevamente en su núcleo familiar y social. En este punto se estaría en vías hacia la total recuperación.
Cuanto más profunda sea esa condición, los efectos perversos de las depresiones tardarán más tiempo en sanar. Según la OMS (Oficina Mundial de la Salud), 1 de cada 20 adultos sufre depresión en algún momento. A lo largo de la vida, entre un 10% y 15% de la población mundial puede experimentar al menos un episodio depresivo. Se considera que las mujeres son más proclives que los hombres a experimentar algún tipo de depresión, sea ésta causada por razones biológicas, sicológicas o por una combinación de ambas, lo más frecuente.
Razones biológicas o psicológicas que interactúan y que varían de individuo a individuo, puesto que la causa de las depresiones es multifactorial y las historias de cada uno dejan su huella particular en todas las personas que se deprimen. De allí que el abordaje de cada caso amerita una aproximación diferente, o lo que es lo mismo: no hay recetas universales contra la depresión.