En la aldea
19 mayo 2025

Terror sin nombre

Esta entrevista surge de un artículo del psicólogo clínico Manuel Llorens publicado en Comunicación (revista del Centro Gumilla) en la edición que celebra sus 50 años. El artículo se titula «Comunicar sobre el miedo, desde el miedo, a pesar de él» y debería ser una guía para el periodista venezolano de hoy. El expsicólogo de la Vinotinto abre la puerta de esa eventual condición del oficio que no se paraliza bajo la amenaza: la posibilidad de mostrar lo luminoso dentro de la tragedia.

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Manuel Llorens se marchó con su familia a Bolivia en 2017, pues tendría allí la oportunidad de trabajar con el equipo de fútbol The Strongest y no quería que sus hijos, pequeños, estuviesen sujetos a los sucesos de Venezuela. En Bolivia fue psicólogo de The Strongest y de la selección nacional, como antes lo había sido de la selección venezolana. Su esposa es la colega de profesión Carla de Santis. Tienen tres hijos, dos muchachos y una chica, todavía menores de edad. Actualmente viven en Barcelona (España).

Manuel y Carla se dedican a la psicoterapia e investigación. «La consulta, todos estos años, cada vez ha sido más en línea, tanto por la migración como por la pandemia», dice Manuel. Dieron el salto transatlántico hace dos años y medio. Los abuelos paternos de Manuel eran catalanes. Su tío era Pedro Llorens, figura señera del diario El Universal durante muchos años: puede que lo haya marcado, pues Manuel es un hombre muy cercano a la profesión del periodismo. Desde el exterior, continúa dando clases en la Universidad Católica Andrés Bello. Forma parte de una web y ONG —junto a la socióloga Verónica Zubillaga— llamada REACÍN o Red de Activismo e Investigación por la Convivencia (https://reacin.org/).

¿Qué extrañas de la vida anterior en Venezuela?

Pienso que el trabajo que hago, sobre todo, tiene sentido para Venezuela y me gustaría que tuviese impacto en los venezolanos. Me gustaría sentir que influyo en el bienestar de Venezuela. Lo que uno extraña es la cantidad de gente con que uno compartía, que sigue haciendo cosas valiosas a pesar de la debacle, los periodistas en general a los que uno les tiene tanto respeto por lo que han tenido que enfrentar. No poder estar más cerca y compartir toda esa riqueza es una pérdida importante.

Tu artículo en Comunicación es rico en referencias y aleccionador. Trata del terror como política de Estado puesta en marcha por el gobierno de Nicolás Maduro. En alguna parte dices que la tercera opción es no paralizarse. Pero eso no es nuevo en el chavismo: ¿cuál es el punto de inflexión donde podemos evidenciar que Hugo Chávez puso en marcha ese cometido? ¿Cuál fue el primer síntoma de eso que conocemos hoy como terrorismo de Estado?

Tengo una respuesta en dos planos. Una parte de eso que se ha consolidado es una tendencia cultural en Venezuela, algo instalado desde el comienzo: el autoritarismo. Creo que esto [el chavismo] se ha nutrido de ese elemento cultural que históricamente tiene que ver con haber elegido a un militar golpista. He allí una clave: que el país no se haya escandalizado ante esa opción que de alguna manera abrió la puerta para que eso [el militarismo] volviera a cobrar espacio como lo ha cobrado tantas veces en la historia.

El discurso chavista siempre fue ambivalente con respecto al uso de la violencia, de allí la frase «una revolución pacífica pero armada». Eso estuvo desde el comienzo. Era como decir: «vamos a proponer una cosa hermosa de reivindicación y de justicia, pero de entrada vamos a utilizar la amenaza de la fuerza como parte de nuestra estrategia para avanzar».

En la medida en que la parte más civil del chavismo fue siendo desplazada por eso mismo, por ser más civil y democrática, se hace mucho más evidente que el régimen se sostiene a punta de control social y por la fuerza.

¿Es la eterna historia del gendarme necesario?

Algo de eso es lo que vendía Chávez y que la gente compró: una trampa. Lo ven como un salvador pero va acumulando poder y llega un momento en que al ciudadano no le quedan ni alternativas ni opciones.

El miedo como mecanismo de control social es una parte de la historia de la humanidad y de cómo se ha administrado el poder históricamente. Hoy en día esos mecanismos se han sustituido por la idea del contrato social: los acuerdos entre el Estado y el pueblo. El sistema chavista, más bien, ha regresado a los mecanismos más burdos y primitivos: el paso anterior a la fuerza es tener a la gente intimidada. La amenaza del uso de la fuerza es un mecanismo para asegurar que todo el mundo siga una línea.

Las elecciones del 28 de julio —dices— han hecho eso muy evidente.

Los resultados de las elecciones muestran claramente que la gente no está de acuerdo y que si les das un mínimo de espacio lo van a demostrar. Entonces, la única jugada que te queda es la intimidación; inclusive en los espacios tradicionalmente controlados por el chavismo.

¿Sientes que los españoles captan esto en toda su dimensión?

Creo que no entienden el punto del todo. Creo que no solo los españoles no lo entienden; el mundo ha tardado en entender la gravedad de lo que ha sucedido y sucede en Venezuela.

Venezuela es hoy como un campo de pruebas. Revela, a su escala, experiencias que se repiten a nivel mundial. El chavismo siempre fue hábil en este doble discurso de la revolución pacífica pero armada. Utilizan la amenaza y la desmienten continuamente. Un síntoma evidente: desfiles militares mostrando símbolos de paz, los soldados marchando mostrando simbología antinuclear… Una cosa muy bizarra, utilizar signos de la fuerza para decir: «soy pacífico». Un contrasentido que sirve para amenazar y disuadir.

El chavismo se coloca como víctima: «necesito la solidaridad conmigo porque soy la víctima». Puertas afuera, ese doble discurso es muy efectivo: mucha gente lo ha comprado, sobre todo la gente alineada ideológicamente. Han preferido la alianza ideológica antes que examinar con un poco más de detalle la realidad.

Hemos tenido unos números gravísimos que cuando uno los muestra en público la gente se sorprende. Se sorprende, por ejemplo, de que los asesinatos cometidos por el Estado superan los que cometieron las dictaduras del Cono Sur. Las dictaduras de Argentina y Chile a nivel internacional aparecen como las más feroces y terribles, pero cuando vemos las cifras de la OLP (Operación de la Liberación del Pueblo) aparecen 4.000 asesinatos anuales durante los varios años que duró. Eso supera las ejecuciones de Argentina y Chile. En la conciencia internacional, y en España claramente, no se tiene idea de la gravedad del chavismo. Estas cifras fueron dadas por el mismo Estado y las llaman “muertes por enfrentamiento” pero en realidad son ejecuciones extrajudiciales en su mayoría. Ellos en algún momento dieron esas cifras y con mucho orgullo. ¡Cuatro mil asesinatos por año es una cifra descomunal!

¿El miedo tiene siempre mayor poder de convicción que la esperanza? Sobre todo lo pregunto por Trump y por la extracción de los cinco rehenes de la embajada Argentina.

No sé si eso se puede cuantificar y decir cuál es mayor. Yo creo que son parte de las emociones que juegan en el proceso político y vemos, en Venezuela, como olas: en cierto momento la gente está más conectada con una emoción más que con otra. La esperanza tiene mucha fuerza. Podemos ver que lo que sucedió el año pasado de pronto conectó con la esperanza después de que sonaba que no había manera de generar esa ilusión [se refiere a la campaña protagonizada por María Corina Machado]. El Gobierno sabe que requiere del miedo para que la gente no se movilice, por eso es rápido en tratar de desesperanzar y desmovilizar. Esas emociones están en juego y a veces las circunstancias permiten que la gente esté más en un lado que en el otro. Creo que lo que sucedió con la Embajada es significativo. El Gobierno quiere mostrarse impermeable y que tiene todo bajo control…

El dato más significativo de las elecciones del 28-J es que el Gobierno perdió en los centros donde se acumulan más militares: ese es el dato que no puede perderse de vista, pues evidencia que ni siquiera dentro de los cuerpos militares el régimen mantiene simpatía mayoritaria. El episodio de la embajada, aunque no sepamos exactamente qué pasó, muestra que no están tan cohesionados, que sí hay grietas.

Para hacer una alianza comunicacional que enfrente la mentira del régimen venezolano, ¿A quién podemos convocar como aliados, por ejemplo desde aquí, desde Europa? ¿Universidades, instituciones de la sociedad civil, Estados, a la misma Comunidad Europea…?

Antes que nada valdría la pena subrayar que, ante el miedo y la desesperanza, una de las cosas que se pierde de vista son las fortalezas. Lo primero a lo que hay que apelar es a no perder de vista la fortaleza que ha tenido la ciudadanía y las versiones civiles del país como resistencia a la violencia del Estado. Allí justamente el periodismo tiene cosas muy luminosas que mostrar: cuando uno ve, por ejemplo, el documental sobre la investigación del caso de ArmandoInfo, o la historia de los periodistas que lograron desafiar la censura e hicieron cosas relevantes, o La Vida de Nos. Encuentras iniciativas muy valiosas. Hay actos de resistencia ante los abusos de la dictadura. Eso es lo primero para que no suene que estamos pidiendo ayuda solo desde la debilidad. Debe mostrarse al mundo que aquí hay algunas lecciones y claves que han desarrollado los venezolanos y que son muy interesantes. Ha habido respuestas contundentes, pero sí, necesitamos de las universidades a nivel internacional, de los gremios, del periodismo, y en general de los que defienden la libertad de expresión. La situación actual es grave y no solo por la cantidad de periodistas arrestados y la censura sistemática implantada; pero estas iniciativas hablan de una sociedad en pie a pesar de todo lo que ha tenido que sufrir.

¿Me puedes definir qué es el terror sin nombre?

Sí, eso lo acuñó un psicoanalista inglés, Alfred Bion. Fue soldado en la Primera Guerra Mundial, la vivió; luego asistió como médico a la Segunda Guerra Mundial; o sea, vivió situaciones muy graves de riesgo. Después trabajó con pacientes que sufrían de psicosis. La combinación de las dos experiencias le hace pensar que en la relación con alguien muy afectado emocionalmente se contagian emociones o sensaciones del cuerpo y no es fácil ponerlas en palabras. Decía Bion que ese trabajo interpersonal de captar qué es lo que está sintiendo el otro y ponerlo en palabras es una labor central de la psicoterapia y del psicoanálisis. Porque la persona está experimentando terror sin nombre, es decir, yo estoy aterrorizado, pero ni siquiera sé cómo explicar ni sé qué forma tiene ese terror. Esa forma del terror suele ser mucho más dura que cuando yo tengo una amenaza más clara que puedo identificar. La imagen es muy contundente y a veces, cuando sentimos pánico ante cosas que suceden en Venezuela, nos parecemos a esto que describió Alfred Bion.

¿Me puedes explicar qué relación hay entre George Orwell y la Operación Tuntún?

Claro, eso tiene que ver con el concepto orwelliano: «amenazo, agredo y desmiento al mismo tiempo». Es lo que él llamaba el doble pensar. En el libro de Orwell (1984), el Ministerio de la Verdad era el que llevaba toda la propaganda política; en Venezuela se utiliza como lema de la persecución política un villancico de Navidad. Es decir, en Venezuela tocan a tu puerta cantando un villancico pero quienes tocan van a practicar contigo la violencia estatal. Eso es absolutamente orwelliano.

En tu artículo haces referencia a que la tercera opción no es la parálisis en relación al oficio del periodismo, ¿puedes explicarlo?

Sí. En estos tiempos es interesante pensar en el periodismo desde el lugar del psicólogo o psicoterapeuta, porque de alguna manera el periodista está ejerciendo una función de psicoterapeuta pero en el foro público, poniéndole nombre a todas las cosas que nos tienen a todos preocupados y que pueden llegar a ser, en algún momento, terroríficas. Pero si tengo un periodista que está digiriendo la experiencia para contárnosla…

Porque lo importante es que el miedo no me paralice, que no me impida pensar, que pueda elaborar respuestas estratégicas ante amenazas que son reales. Quiero calibrar la amenaza real para poder defenderme de manera efectiva, no abrumarme por una amenaza sin nombre que me ciegue y me paralice y no me permita pensar. Es allí donde el periodismo tiene una función emocional pero también una función social que me suena interesante asimilarla al psicoterapeuta.

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