En la aldea
18 junio 2025

Los escrúpulos funcionan como contenedores sociales

Actuar con escrúpulos es aceptar que la moral importa. No es solo saber lo que está bien, sino tener el freno interior para no hacer lo que daña.

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En su primera acepción, el diccionario de la Real Academia Española nos dice que los escrúpulos son duda o recelo inquietantes para la conciencia sobre si algo es bueno o se debe hacer desde un punto de vista moral. Esta definición nos pone frente a un código de conducta que debe realizarse según parámetros en el plano de lo ético. El vocablo proviene del latín scrupulus, que significa «piedrecilla, piedra pequeña y afilada». Una piedra, pues, en el zapato.

Lo bueno enfrentado a lo que es malo, en el entendido de que si eso que hacemos no es éticamente aceptable, o causa daños a otras personas, animales o al medio ambiente, se aleja de la escrupulosidad. Y la identificación entre escrúpulos y moral nos plantea una clara disyuntiva: ¿actuamos bien o actuamos mal?, o lo que es lo mismo: ¿tenemos o no tenemos escrúpulos? Para muchos, no tenerlos se convierte en una ventaja competitiva: todo vale.

Cabe preguntarse si existe la posibilidad de que alguien tenga pocos o muchos escrúpulos. En el primer caso, ese alguien actúa algunas veces bajo un conjunto de normas hechas a la medida, no generalizadas. Se actúa al límite que impone la moral, aunque se delinca. Una variante podría ser aceptar que alguien robe, pero, eso sí, solo un poquito. Una escrupulosidad muy flexible, hecha a la medida.

Una demostración de baja escrupulosidad se hace patente cuando alguien acusa a otra persona de haber robado y esta responde: “¿Y qué vas a decir tú si tú robaste más que yo?”. Viene al pelo el verso del corrido mexicano de principios del siglo pasado, Rosita Alvirez, que en una parte de su letra reza:

El día en que la mataron
Rosita estaba de suerte,
de tres tiros que le dieron,
nomás uno era de muerte.

En otra circunstancia, sucedería que el nivel de escrupulosidad sea tan alto que se puede expresar en actos paralizantes o que se ubican en el plano de la irracionalidad. En estos casos, esas elevadas dosis de escrúpulos convierten a las personas que los escogen en seres encerrados en sí mismos, poco sociables; cosa que, si bien no es inmoral, es a todas luces inconveniente.

Desde el punto de vista moral, ocurre una similitud entre escrupulosidad y catolicismo. Todo lo que se hace en el marco de los diez mandamientos de la Ley de Dios es aceptable para esa religión, es decir, moral. Las acciones que irrespetan ese código convierten en pecadores a quienes lo hacen. Pero no solo este dogma tiene códices de moralidad. Todas las demás religiones establecen un marco de acción que regula la vida de sus feligreses.

Esos códigos religiosos funcionan, al igual que los escrúpulos, como muros de contención que impiden a quienes los respetan llevar a cabo actividades delictivas, amorales o que significan flagrantes violaciones de la ética social. Tengo para mí que es precisamente este asunto el que hace más relevante la existencia del catolicismo y de otras religiones, porque alimentan la coexistencia, condición de obligado cumplimiento si queremos vivir en paz.

Imposible no hablar de la educación en el contexto de la ética, de la escrupulosidad. La educación en su más amplia concepción, puesto que desde que nacemos entramos en un proceso educativo que crece en paralelo con nuestra edad biológica: en el hogar, la escuela, el liceo, la universidad.

Es precisamente de nuestros padres de quienes recibimos las primeras lecciones de escrupulosidad. Cada vez que nos dicen “eso no se hace”, nos están dando clases de ética, de moralidad: componentes fundamentales de los escrúpulos. El fomento de los valores, que comienza en la cuna y de allí pasa a los pupitres, es también alimento de los escrúpulos que nos van a acompañar a lo largo de nuestra vida.

Una sociedad que vive bajo los preceptos éticos que imponen los escrúpulos asegura su sana subsistencia. Esa responsabilidad recae fundamentalmente en los hombros de sus líderes.

Los escrúpulos funcionan también como un sedante que nos permite dormir en paz y verles directamente los ojos a nuestros hijos y al resto de las personas que conforman nuestros entornos familiar y social.

Llevar una vida con escrúpulos no cuesta nada. Tenemos todos los recursos requeridos. No es menester invertir complejos y costosos recursos: basta con respetarlo todo, respetar al prójimo.

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La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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