En la aldea
19 junio 2025

Elías Crespin: mi obra termina siendo música silenciosa que se escucha con los ojos

Elías Crespin, el artista cinético venezolano que conquistó el Louvre con algoritmos y poesía visual, regresa a Caracas con Continuum. Una exposición que fusiona arte, ciencia y emoción. “Mi obra es una música silenciosa que se escucha con los ojos”. Disponible hasta el 17 de agosto en la Hacienda La Trinidad.

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Paola Muziotti | 19 junio 2025

Elías Crespín, reconocido internacionalmente por sus esculturas cinéticas, en las que fusiona arte, ciencia y tecnología. Con una formación en ingeniería informática y una herencia familiar profundamente vinculada tanto a las matemáticas como a las artes, su obra se caracteriza por estructuras suspendidas que cobran vida a través de algoritmos que él mismo diseña. Desde 2004 ha desarrollado una carrera sólida en el arte contemporáneo, exponiendo en importantes museos del mundo, incluido el Louvre, donde su instalación «L’Onde du Midi» se convirtió en la primera obra de un artista latinoamericano en formar parte de la colección permanente del museo.

Actualmente, Crespín presenta en Caracas su exposición «Continuum», abierta al público en la Hacienda La Trinidad desde el 31 de mayo hasta el 17 de agosto de 2025. Esta muestra representa un regreso simbólico y afectivo a sus raíces, y ofrece a los visitantes la posibilidad de experimentar la sutileza y el asombro de su danza de formas suspendidas.

¿Cómo fue el tránsito de la ingeniería informática al arte? ¿Qué lo motivó a dar ese giro?

Bueno, uno es producto de todas las experiencias que vive a lo largo de la vida. Esas experiencias te nutren y te dan referencias. En mi caso, nací en una familia de padres matemáticos, ambos, y de abuelos artistas.

Mi abuela fue una gran artista y mi abuelo, un gran diseñador gráfico. Eso, de alguna manera, alimentó mi sensibilidad hacia el arte.

Para resumir, en lugar de estudiar arquitectura o diseño gráfico, que eran mis primeras ideas, cuando llegó la primera computadora a mi casa, yo tenía unos 14 años. Aprendí a programar y lo decidí: “Esto es lo que yo voy a estudiar, voy a estudiar computación”.

Aprendí a programar haciendo dibujos, líneas, puntos de colores en la pantalla. Jugaba con puntos y líneas, y los ponía a moverse. Generaba números que luego se representaban como puntos o líneas de colores en movimiento.

Desde entonces he estado haciendo eso. Y hoy en día, mi obra de arte, en esencia, tiene ese mismo principio.

¿De dónde surge la idea de unir el arte con la ciencia y la tecnología?

Estudié computación, trabajé en computación y, luego de unos diez años de carrera, un día me encontré con un cubo de nylon de Jesús Rafael Soto. Fue en una exposición de mi abuela, casualmente. Al salir del ascensor, todavía en el pasillo del museo antes de entrar a la sala, había un cubo de Soto que es maravilloso. Lo vi y lo relacioné inmediatamente con un espacio euclidiano tridimensional, de los que estudiábamos en matemáticas, donde podía graficar funciones, cambiarlas y hacerlas moverse.

Automáticamente pensé en crear un algoritmo. Si yo generaba esas funciones y lograba que se movieran, tendría algo maravilloso en las manos.

¿Cómo es su proceso creativo? ¿Parte de una idea visual, matemática o emocional?

Después de esa idea, comencé un proceso muy ingenieril de aprendizaje y dominio de una técnica. Al cabo de ese proceso, logré, desde un algoritmo en una computadora, mover una cantidad de motores de forma independiente y muy precisa.

Con ese mecanismo me pregunté: ¿qué hago con esto? Vi el potencial de eventualmente mover ese cubo de Soto. Entonces construí una malla cuadrada con vértices amarrados a hilos sujetos a los motores. Era una especie de alfombra mágica horizontal que, al activar el programa con las secuencias coreográficas, se movía de acuerdo con esas reglas.

Desde esa primera obra he seguido explorando variaciones de esta técnica: diferentes formatos, escalas, formas de relacionar los elementos suspendidos. Aunque todas parten del mismo principio técnico, cada una tiene su propio carácter.

La parte creativa y emocional está en la composición de la danza. Esa coreografía la compongo de forma intuitiva, alejándome del detalle técnico. Uso una interfaz gráfica que inventé para componer mis danzas, y con unos clics configuro la obra. Si es la que quiero, la grabo.

Cambio el orden de las secuencias y con eso queda definida la coreografía. Cuando le das “play”, aparece la danza. Juego con la sorpresa, con la armonía del movimiento, con la expectativa del espectador y con las rupturas que generan sorpresa. Como me dijo alguien, es como si la obra se “despeinara”.

Termina siendo una música silenciosa que se escucha con los ojos.

Entonces, ¿diría que Soto tiene mucho que ver en su arte y en su inspiración?

Sí. Tanto Soto como mi abuela Gego son los principales referentes de esa primera obra, sobre todo. Mi abuela por las técnicas de doblado de alambre que usé para crear la malla articulada y flexible.

Crear esa primera obra fue un proceso muy creativo. No sabía si iba a funcionar, había incertidumbre, pero también una idea fija de que debía poder hacerlo. Esa convicción me permitió insistir a pesar de los errores y dificultades.

¿Por qué decidió radicarse en París? ¿Qué encontró allá que no tenía en Caracas?

Por amor a mi esposa. Ya estábamos casados aquí en Venezuela. Me casé en 2001.

A ella le ofrecieron un trabajo en París. Es bióloga en el Instituto Pasteur, un centro muy prestigioso y deseable para trabajar como biólogo genético. Así que nos fuimos.

Pensé entonces: “Eso suena interesante”. Ya trabajaba como artista y sabía que eventualmente podría desarrollarme allá. Me encantó hacerlo a mi manera y no siguiendo los pasos de los pioneros cinéticos que también estuvieron en París.

¿Alguna vez imaginó que una de sus obras sería expuesta en un museo tan emblemático como el Louvre?

No. Eso no se lo imagina nadie, sería una pretensión exagerada. Pero, aun siendo improbable, ocurrió.

Fue porque el director del museo vio una exposición, “Artistas y Robots», en la que yo tenía una obra. La observó durante media hora y dijo: “Yo quiero esto para mi museo”.

¿Qué sintió cuando lo llamaron y le dijeron que querían exponer su arte en el museo más visitado del mundo?

Sentí una especie de parálisis anestésica, de la que por suerte logré recuperarme rápidamente. Pude seguir adelante con la preparación. Me lanzaron una bombita y tenía que batearla de home run.

¿En qué se inspiró?

En la experiencia que ya tenía. Eso fue en 2018. Yo empecé en 2004, así que ya llevaba 14 años haciendo obras en distintos espacios. Eso me dio preparación.

También me inspiré en el espacio del museo: los volúmenes, la arquitectura. La sala donde finalmente se instaló me pareció ideal. Un espacio sobre una escalera, con triple altura y un techo abovedado maravilloso.

¿Qué lo motivó a regresar a Venezuela con la exposición Continuum? ¿Qué significa para usted mostrar su trabajo en la Hacienda La Trinidad?

Soy caraqueño. Me crié aquí, viví mi infancia, mi juventud, mis primeras emociones. Este es mi terruño.

¿Cómo ve el panorama artístico en Venezuela hoy? ¿Cree que hemos avanzado o estamos estancados?

A pesar de la percepción de dificultad, crisis e imposibilidad de existencia en muchos escenarios, creo que hay un movimiento muy rico de artistas haciendo cosas. Hay varias exposiciones donde se pueden ver trabajos que hablan de esa riqueza. Hay poetas, escritores que están aquí.

Hace poco estuve en el Centro de Acción Social por la Música, sede del Sistema de Orquestas, para el lanzamiento del Salón de Artes Plásticas “José Antonio Abreu”. Invita a jóvenes artistas a presentar sus trabajos en un concurso que luego se convierte en exposición.

Participaron 28 artistas de todo el país: Mérida, Cumaná… Es una muestra de la actividad artística que necesita visibilidad. Iniciativas como esta ayudan a brindarla.

¿Qué le diría a los jóvenes venezolanos que quieren iniciarse en el arte, especialmente en disciplinas no convencionales como el arte cinético?

Que escuchen su fuero interno y hagan lo que su corazón les dicte. Que sean auténticos.

Pueden inspirarse en mi obra, o en la de otros artistas, cinéticos o no: pintores, videastas, poetas… Puede que se encuentren, como me pasó con el cubo de Soto o una obra de Magdalena Fernández, con algo que los impacte, y eso los impulse a crear.

Mi mensaje es: mírense, ¿qué quieren hacer? Y háganlo, sin copiar. Puede que algo los haga vibrar, y esa vibración sea el punto de partida para su propia obra.

¿Cree que en Venezuela hay potencial para desarrollar arte cinético de vanguardia?

Sí, claro que sí. Venezuela tiene renombre. Han existido rupturas históricas que han frenado un poco, pero eso se puede retomar.

Hay muchas iniciativas. Por ejemplo, fui al Instituto Técnico Jesús Obrero a dar una charla. Es un centro que forma jóvenes en disciplinas técnicas: electricidad, electrónica, robótica, informática… Todo lo que tienen mis obras. Fue como estar dentro de una de ellas, rodeado de jóvenes que entienden toda la parte técnica. Y ese instituto tiene 50 años, no es algo nuevo.

Han pasado por crisis, pero ahí siguen, con creatividad, dando herramientas a los jóvenes para insertarse en el proceso económico nacional.

Creo que en el arte se puede hacer algo parecido. Imagínate aplicar la metodología del Sistema Nacional de Orquestas a las artes plásticas. Crear núcleos en colegios, donde los niños y jóvenes puedan desarrollarse, y luego conectar eso con museos y espacios de exhibición. Sería completar el ciclo de expresión artística y de integración con la sociedad.

Al principio de la entrevista mencionaba a su abuela. Si Gego estuviera viva, ¿qué cree que pensaría de su obra?

Creo que me diría: “Es bueno”, con su acento alemán. Estaría contenta.

Trabajé mucho con ella en su taller. A veces la ayudaba, o hacía manualidades con los mismos materiales. Dibujaba, pintaba. Me dio clases de color.

Hace unos siete años, la viuda del artista Nicolás Schoffer me invitó a almorzar en París. Le conté todo esto y me dijo: “Elías, qué bonito. Te has convertido en el artista que tu abuela preparó”. Creo que, sin saberlo yo ni ella, su sensibilidad, su interés por el arte y su ejemplo como artista me los transmitió.

¿Qué ha aprendido de su propia obra con el paso del tiempo?

He aprendido que me maravilla cómo lo que hay en mi interior se expresa en mis obras y, a través de ellas, llega al interior del espectador. Se genera una resonancia, un mensaje que no se puede describir con palabras, pero que pasa de una persona a otra y provoca algo. Es un ejemplo de cómo somos seres sociales.

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La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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