“Para salir al exilio en 1948, bajamos a Maiquetía por una sinuosa carretera que seguía el trazado del viejo ferrocarril. Al caer la dictadura de Pérez Jiménez, diez años más tarde, regresamos al país. Subimos de Maiquetía a Caracas por una moderna autopista que en aquel entonces permitía cubrir el trayecto en 20 minutos. Pero esto, con ser desconcertante y atestiguar los cambios ocurridos en tan solo una década, no fue lo que más me impresionó. Lo que realmente causó impacto en mí fue advertir que nadie usaba ya sombrero”.
Quien así habla era por entonces un joven venezolano de 18 años. Su comentario no es en absoluto frívolo: recoge en una sola vívida imagen los cambios a que aludimos.
Cuando sus padres debieron salir al exilio tras el derrocamiento de Rómulo Gallegos, Venezuela apenas se adentraba en lo que habría de traerle el primer gran boom de precios mundiales del crudo consecuencia de la Segunda Guerra Mundial y que iba a prolongar sus efectos en nuestra economía hasta bien entrada la década de los años 50.
El registro fotográfico de aquellos años deja ver en cualquier reunión pública que los venezolanos de toda condición se cubrían con sombrero. Basta ver la gráfica de un partido de béisbol disputado en el viejo stadium de San Agustín tan tarde como 1949.
Un vistazo a la hemerografía de cualquier época anterior a 1958, año auroral de la democracia venezolana, mostrará la profusión de avisos de sombrererías para caballeros. Un momento trágico, como pudo ser el asesinato del doctor Leonardo Ruíz Pineda, en 1952, nos devuelve, en la prensa de la época, la foto de su cuerpo sin vida en una calle de Caracas. Pocos metros más allá, vemos caído el sombrero modelo Fedora que llevaba el líder democrático al ser asesinado.
¿En qué momento esa costumbre, dictada no tanto por la moda sino por las convenciones del trato social, cesó entre nosotros? Y solo por si el lector ya ha juzgado banal la pregunta añadiremos otra:¿ qué nos dice de la Venezuela actual el abandono, hace ya más de setenta años, de esa norma del código vestimentario?
La respuesta a la primera – “cuándo dejamos de usar sombrero?− me recuerda la que dio el poeta inglés Philip Larkin acerca de cuándo comenzó la revolución de la moral sexual del siglo pasado. “ En algún momento entre la aparición de la píldora anticonceptiva y el lanzamiento del álbum blanco de los Beatles”.
De modo análogo me atrevo a decir que dejamos de ponernos y quitarnos el sombrero durante lo más álgido del boom de precios que siguió al cierre, en 1956, del Canal de Suez por el líder egipcio Gamal Abdel Nasser.
Todos los expertos coinciden en que aquel salto en los precios que dio definitivo impulso al gasto público en Venezuela vino asociado al ingreso de una gran inmigración europea.
El sol reverberante del trópico no arredrababa a aquello italianos, españoles y portugueses. La expansión del empleo en la gran ciudad – la expansión del consumo− coincidió con el desembarco del American way of life, corporeizado en el automercado y el acceso al crédito automotriz. El automercado y el automóvil: dos ámbitos en los que no engasta un sombrero de fieltro. Y menos en un páis tropical.
La memoria gráfica de las jornadas del 23 de enero y de los actos políticos de los días nacientes de nuestra democracia dejan ver que algo profundo había ocurrido. Algo hondamente demótico: la irrupción de los más, la llegada de las masas a nuestra vida pública.
Guayaberas, la proverbial “camisa por fuera”, la camiseta y la “cachucha” de Pinturas Montana o Materiales Mendoza. Esa omnipresencia de lo informal-tropical fue censurada por los nostálgicos del “orden” dictatorial que reputaban como síntoma de la “pérdida de valores” lo que por entonces se llamó el “sinsombrerismo”.