A su muerte, el 31 de octubre de 2018, el diario colombiano El Tiempo publicó un obituario de Teodoro Petkoff, firmado por la periodista venezolana Valentina Lares Martiz, disponible en Internet con un vínculo que pone: Quién era Teodoro Petkoff. Y claro que esa pregunta aplica para la audiencia de ese periódico, muy informada, pero finalmente no conciudadana del personaje: Los lectores de El Tiempo pueden estar familiarizados con ese nombre, pero no saben exactamente quién era el individuo. Ahora, resulta que esa interrogante puede formularse en Venezuela, su país, donde tuvo posiciones destacadas por ¿50? ¿60? Años, y aún no saberse con exactitud quién era Teodoro Petkoff Maleç.
Lo entrevisté varias veces, coincidí con él en reuniones y muchas otras lo visité para consultarlo acerca de sus múltiples áreas de conocimiento, que, por cierto, compartía con inmensa generosidad. Y siempre tuve la impresión de estar ante un ensimismado. Incluso, cuando explicaba alguna cuestión, me parecía que Teodoro Petkoff estaba allí y en otra parte: En su mundo. Que si estaba hablando de algo, parte de su imaginación estaba poniendo en duda lo que acababa de afirmar o que las cosas, sí eran de esa manera, pero también podían ser de otra. Pocas veces se habrá visto un candidato a un cargo político tan volcado hacia adentro como Teodoro Petkoff. Era como si a cada rato regresara de largos viajes por sus pensamientos y, al caer en cuenta de que estaba rodeado de gente que esperaba algo de él, se planteara: Ya va, qué hago yo aquí. Alguien me contó que lo había tenido de vecino de mesa en una cena en casa de un importante editor de periódicos, y que el ex guerrillero no sólo no había elogiado los platos (era austero en las comidas, jamás procuraba exquisiteces ni las distinguía mucho que digamos) ni participado casi en la charla sino que no se había molestado en disimular su aburrimiento.
Siempre tuve una tesis. Yo creo que Teodoro Petkoff era un escritor. No sé en qué género, pero sí que era básicamente alguien que ‘lee y escribe’. Alguien que está escribiendo todo en su mente. En una de esas entrevistas, me confirmó que, cuando estuvo preso en el Cuartel San Carlos, escribió una novela, que muy rápidamente le pareció malísima. Con el agravante de que luego concluyó que jamás sería un Gabriel García Márquez. Una tontería, no sólo porque muy pocos alcanzan la estatura del genio de Aracataca, sino porque cada escritor es como es y ya. Pero él no lo vio así, y no insistió con la ficción. De la novela creo que no quedó una copia, pero alguien debe tener una colección de relatos de Petkoff que todavía está inédita. Hay que publicar eso.
“Político e intelectual, Teodoro Petkoff fue el hombre que enfrentó a los dos tiranos de quienes fue contemporáneo”
Entonces, Teodoro Petkoff era catire, y mucho, cuando todo el mundo era negro, y mucho: Tras nacer en Maracaibo, el 3 de enero de 1932, vivió sus primeros años en El Batey, uno de los pocos enclaves negros de Venezuela. Era abstemio y desentendido de la música popular donde todo el mundo… bueno, en Venezuela. Fue un estudiante excepcional. ‘El más grande demócrata en la izquierda latinoamericana’, como sentenció Enrique Krauze, Petkoff era un político que, en realidad, no ambicionaba el poder para él.
Culto y gran lector en un medio de repetidores de consignas y, en fin, de muy pocas lecturas. Pero en el mundo de los lectores venezolanos era uno de los pocos que conocía el país palmo a palmo. Además, si fuera poco, era valiente en lo intelectual (no le hurtaba el vuelco a un volantazo cuando había que darlo) y demostró en reiteradas ocasiones su coraje físico. Centro de la atención de las multitudes y blanco de muchas envidias, reparaba poco en los demás; estoy segura de que Petkoff no llegó a enterarse ni de la décima parte de las infamias que acerca de él inventaban los muchos que lo observaban llenos de celos.
Sin una gota de sangre criolla, hijo de búlgaro y judía polaca proveniente de un hogar hassidim (ultraortodoxo), era un apasionado de Venezuela, de todo lo venezolano (ya dijimos que, a excepción de la gastronomía demorada y laboriosa, y del musicón nacional), de la variedad geográfica y humana de Venezuela, de su tradición literaria y artística, así como del español de Venezuela, cuyos modismos conocía y usaba, incluso en ámbitos formales. “Me da muchísimo gusto sentirme tan entrañablemente venezolano”, me dijo en una entrevista.
“Culto y gran lector en un medio de repetidores de consignas, en el mundo de los lectores venezolanos Teodoro Petkoff era uno de los pocos que conocía el país palmo a palmo”
Petkoff no fue novelista porque careciera de talento para ello, sino porque le hurtó horas y energía a la escritura para dedicárselas a la vida: Tuvo una vida novelesca. Incluso en los últimos años de su existencia, cuando ya estaba mayor y exhausto, hubo de encarar, como escribió Alfredo Meza para CNN, “la amargura de presentarse cada semana ante un tribunal, que le había impedido salir del país debido a dos demandas (por difamación agravada y difamación agravada continuada) interpuestas, entre 2014 y 2015, por el hoy presidente de la Asamblea Nacional Constituyente, Diosdado Cabello, contra Tal Cual, el diario que editaba”. Eso no le impidió recibir premios internacionales, que aceptaba desde Caracas y por Internet, ni lo llevó a doblegarse.
Estudió Economía en la Universidad Central de Venezuela (UCV) y ejerció como periodista por más de medio siglo. Fue, probablemente, el venezolano que dio más entrevistas a medios extranjeros durante toda su vida, en inglés y en francés (el alemán sólo lo leía y el ruso, que se hablaba en su casa de infancia, no lo dominaba hasta ese punto).
Al comentar su fallecimiento, más de un periódico de habla inglesa lo calificó de “gigante”, como político y como intelectual. Probablemente, lo fue. Pero todavía no sabemos bien quién fue Teodoro Petkoff, el hombre que enfrentó a los dos tiranos de quienes fue contemporáneo.