El encontronazo entre EE.UU. e Irán estuvo a punto de desatar una seguidilla de acciones y retaliaciones que muy bien pudieron haber terminado en una conflagración generalizada. Afortunadamente las partes involucradas, seguramente conscientes de ello, prefirieron dejar en claro que por el momento las acciones y reacciones mutuas eran suficientes.
Apenas un día después la prensa reseña el desgraciado hecho de un avión de pasajeros, de bandera ucraniana, abatido por un cohete tierra-aire minutos después de haber despegado de Teherán con 176 personas a bordo. Ahora se informa que los propios iraníes reconocen que el hecho fue producto de un error humano cometido durante el fragor de los momentos iniciales del encontronazo. Vale decir pues que aun cuando pudo no haber víctimas mortales en el intercambio misilístico, sí las hubo -y muchas- entre civiles (mayoritariamente canadienses) que nada tenían que ver con el caso. A esto es lo que eufemística -y cruelmente- se denomina “daño colateral”.
Tengamos en cuenta que el régimen islámico de los ayatollahs (fracción shiíta) se ha caracterizado por su virulento discurso antinorteamericano, desde la fecha misma del derrocamiento del sha Reza Pahlevi (1979) y la toma del control por el clérigo Ruhollah Khomeini; bajo cuya sombra se han venido operando sustanciales cambios internos y de política exterior de una nación milenaria. A lo largo de su prolongada historia no ha estado exenta de ser centro y/o actor de fuertes tensiones regionales tan antiguas como la conquista de Persia que llevó a cabo Alejandro Magno, rey de Macedonia; o las que a su vez escenificaron importantes reyes persas como Ciro el Grande, Jerges y Artagerges que lograron dominar esa área ubicada entre el mundo oriental, Rusia y Europa.
“En un conflicto en el que visiones e intereses opuestos a nivel mundial buscan prevalecer, Rusia se alinea con Teherán, China está en espera estratégica, y Europa sólo se preocupa por sus negocios”
Irán pues tiene vocación imperial de larga data y conoce también los sinsabores del imperialismo extranjero, cuya más reciente exteriorización fue la de la explotación de su riqueza petrolera que -en su momento- (1951 con la nacionalización decretada por el primer ministro Mossadegh) también tensó peligrosamente los ánimos en toda la región y parte del mundo. No es de extrañar entonces que el discurso político que exalte esa dinámica pueda penetrar la fibra popular, potenciado todo ello por el fundamentalismo religioso, cuya fuerza se manifiesta con cada vez mayor aceptación en el mundo islámico.
Paralelamente, el otro actor del episodio, EE.UU., se encuentra involucrado también en un nuevo rescate de valores nacionalistas y de supremacía bajo el influjo del presidente Donald Trump; quien -para bien o para mal- ha venido explotando esa vena como argumento de su pasada y exitosa campaña política de 2016, y ahora de cara a su posible -y probable- reelección en los comicios de noviembre de este mismo 2020.
Precisamente el cuadro político-electoral que se está gestando en EE.UU. echa mano del incidente con Irán para sacar otra vez a flote el tema de hasta dónde se extiende la autoridad presidencial en materia de inicio, duración y extensión de acciones militares contra países extranjeros. La prensa universal ha venido reseñando ese debate en el que partidarios de amplios poderes del Ejecutivo se enfrentan con quienes sostienen que acciones bélicas que pongan en peligro la vida de norteamericanos y la seguridad nacional deben, necesariamente, pasar por el control de la representación popular encarnada en el Congreso.
“Quienes aún controlan los resortes y recursos del gobierno en Venezuela han hallado en el encontronazo entre EE.UU. e Irán una oportunidad más para aprovechar la situación colocándose del lado de Irán”
Tal como era de esperarse en un conflicto en el que visiones e intereses opuestos a nivel mundial buscan prevalecer, ello se exterioriza en los apoyos que uno u otro lado consiguen alinear en su favor. Rusia se alinea con Teherán, China está en espera estratégica, Europa sólo se preocupa por sus negocios y la estabilidad en el suministro de petróleo, etc.
En Venezuela, cuyo panorama político la ha venido poniendo no como actor estelar pero sí como parte del elenco del drama, quienes aún controlan los resortes y recursos del gobierno han encontrado en este asunto una oportunidad más para aprovechar la situación colocándose del lado de Irán que además significa el apoyo y colaboración con quienes promueven, financian y tripulan el terrorismo no sólo en el Medio Oriente, sino en nuestra propia región latinoamericana y caribeña a través de la tolerancia de la penetración de movimientos terroristas (Hezbollah) en territorio venezolano, y en otras áreas del Continente (la Triple Frontera Argentina-Paraguay-Brasil en Iguazú), etc. Las actitudes de altos jerarcas chavista-maduristas luego del asesinato del general Soleimani no dejan lugar a dudas.
No sería extraño que células extremistas, hasta ahora silenciosas, se activen en forma coordinada o por la libre y se preparen para llevar a cabo acciones violentas; como ya lo han hecho en Buenos Aires, Argentina, con los sangrientos ataques a la Embajada de Israel en 1992 y a la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA) en 1994, en los cuales la conexión iraní quedó ampliamente constatada.