En la reciente entrega de la muy cuestionada “Memoria y Cuenta”, ante su Asamblea Nacional Constituyente (ANC), Nicolás Maduro dijo que había decretado, entre otras cosas, el pago de servicios en petros, la criptomoneda del régimen, por llamarlo de alguna manera, porque nadie sabe qué es ni cómo funciona.
Lo que sí está claro es que el petro sólo lo maneja Maduro, con lo que el petro es exactamente lo contrario de las criptomonedas, cuyo diseño parte de su autonomía frente a los gobiernos. Sancionado por Donald Trump desde el año pasado, el petro no puede ser intercambiado libremente, como cualquier criptomoneda, así que sólo puede circular en el mercado interno. Esto significa que aquel comerciante a quien el régimen obligue a recibir petros (en vez de dólares, moneda corriente en Venezuela), se verá en serias dificultades para cambiarlo a otra moneda.
¡Un momento! Una moneda que sólo sirve en el coto cerrado del dueño y señor; unos bienes y servicios sobre los que no gravita la competencia ni ninguna libertad, de manera que los consumidores tienen que adquirir lo que les imponen y a los precios que les exigen… ¿dónde hemos oído eso? ¡Claro! Es el sistema de pago con fichas a los peones de las haciendas, que funcionó en Venezuela a principios del siglo 19. Es igualito.
Pago con fichas
A finales del siglo 18, había también una gran escasez de circulante en el país. No mucho antes, en 1854, se había producido la abolición de la esclavitud, así que ahora los dueños de fincas y plantaciones tenían que pagar un salario a los antiguos esclavos, a quienes anteriormente no remuneraban, sólo se aseguraban de mantenerlos vivos para que conservaran su valor como mercancía.
En siglos anteriores, 16 y 17, los intercambios comerciales se hacían mediante el trueque. «La falta de monedas», explica Manuel V. Monasterios G., «obligaba a cambiar harina por marranos, tabaco y maíz por mulas, huevos, gallina y café por plátanos. La habilidad comercial de los productores y la necesidad estableció por largos años esta primitiva modalidad de permuta prehistórica». Por cierto, esta primitiva modalidad, que incluía la utilización de metales, como el oro, está cada vez más extendida en la Venezuela de Maduro. Hay zonas del interior del país donde la permuta prehistórica es la única forma de hacer intercambios.
Pero en 1900 no iban a darles pepitas de oro ni perlas a los peones para que fueran al abasto a comprar su comida. En vez de eso, los hacendados acuñaron fichas y abrieron tiendas, dentro de los linderos de su heredad. Con esas fichas, hechas en cobre, plomo o latón, los libertos iban a las pulperías de la misma hacienda, porque fuera de esta no tenían valor. El amo pagaba y se daba el vuelto. ¿Ve usted alguna diferencia con el petro?
Además, según recuerda el historiador Jaime A. Ybarra M. «estos hacendados, que eran prestamistas, otorgaban sus créditos y los ejecutaban con pesos, francos, venezolanos o bolívares (según los años), y jamás con fichas de hacienda». Es lo mismo que ocurre con el gobierno de Maduro, ninguno de los muchos cobros que nos imponen los funcionarios de la burocracia estatal son en petros. Jamás se ha sabido de ningún funcionario, policía matraquero, portero de ministerio, gestor “bien relacionado adentro”, en fin, enchufados diversos, que pidan “pa’ los frescos en petros.
Con los esclavistas se comía mejor
Pero no todo es igual. Había grandes diferencias. Aún con aquel sistema de control feudal, los peones encadenados a las fichas tenían más artículos para comprar de los que dispone el venezolano medio de hoy. Según escribe el historiador Temístocles Salazar, en el Diccionario de Historia de Venezuela de la Fundación Empresas Polar, en las tiendas de las haciendas se podía comprar «aguardiente, kerosén, papelón o panela, café, sal, granos diversos, telas, hilos, agujas, medicinas varias, alpargatas o chinelas, pescado seco, carne salada (de ganado vacuno o chigüire) tabaco en rama, chimó, queso, manteca, velas, aceite de tártago, sombreros, etc.». Y según el recuento de Manuel V. Monasterios G., también expendían fósforos, queso blanco llanero, tela de zaraza y liencillo, hilo de coser, cigarro en mazo, alpargatas y las botas de vaqueta, calderos y ollas de barro. Esto es mucho más -y, probablemente, de mucho más calidad- que lo puede comprar el venezolano pobre, la inmensa mayoría, con las devastadas bodegas que todavía quedan en Venezuela. Y no digamos con el CLAP, esa fuente de opresión y corrupción.
El liberto no sólo tenía mayor autonomía para su alimentación y consumo en general, es que el esclavo venezolano comía mejor que el pueblo tiranizado por el chavismo.
En su trabajo de tesis “El negro esclavo. Precisiones necesarias sobre su vida cotidiana”, la investigadora Suzuky Margarita Gómez Castillo apunta: «El esclavo de las haciendas o plantaciones tenía establecido ingerir regularmente dos comidas preparadas con arroz, harina de maíz, plátanos, entre otros carbohidratos. A esto se le agregaba porción generosa de carne o pescado salado». Qué venezolano, dentro del territorio, consume hoy una porción generosa de proteína animal, aunque sea en una sola comida. Poquísimos. Según la encuesta Encovi 2019, elaborada por las Universidades Central de Venezuela (UCV), Católica Andrés Bello (UCAB) y Simón Bolívar (USB), 89% de los hogares en Venezuela no tienen para comprar alimentos.
Castigo al hambreador
De acuerdo con la más reciente actualización de ese completo sondeo, 87% de los hogares en Venezuela entran en la categoría de Pobres y tienen un 80% de inseguridad alimentaria. De hecho, siempre según Encovi, sólo el 13% de los hogares venezolanos son considerados No Pobres, lo que significa una incremento de un 80% en la pobreza entre el 2013 y el 2018, medida por línea de ingreso. Por su parte, en abril de 2019, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) estableció que 90% de los hogares venezolanos percibían ingresos insuficientes para comprar alimentos, con lo que a comienzos del año pasado, según la FAO, 6,8 millones de venezolanos pasaban hambre. Imagínese lo que será hoy.
Entrevistada por Mabel Sarmiento, para el portal Crónica Uno, la doctora Maritza Landaeta, investigadora de la Fundación Bengoa, dijo en julio de 2019, que «lo que el Estado está distribuyendo [con los CLAP] son calorías para que la gente pueda moverse, pero los nutrientes no están equilibrados y eso se ve en el desgaste de la población. Ese problema se ha venido agravando, pues se trata de la calidad de la alimentación y eso ha hecho que se incremente la vulnerabilidad ante el riesgo de seguridad alimentaria».
Incluso en los tiempos de la abominable esclavitud, cuando los seres humanos eran reducidos a propiedad al arbitrio de otro, «existía», dice la historiadora Suzuky Gómez, «un control con relación a los alimentos. Se debía cumplir con las exigencias dietéticas y administrativas convenidas, sino el propietario sería castigado». Qué pasaría si Maduro, su régimen, los empresarios cómplices, los diputados CLAP, las fuerzas armadas que lo sostienen, fueran castigados cada vez que un niño completara un día por debajo de las exigencias dietéticas convenidas en tratados firmados por Venezuela.
Los esclavos venezolanos comían mejor que los de hoy y tenían mucho mejor acceso al agua potable. «En la ubicación de los desarrollos agrícolas», escribió el urbanista Lorenzo González Casas, «en torno a corrientes de agua menores -que garantizan abastecimiento a la par que mayor seguridad que los ríos de gran caudal- se presentan posibilidades para conseguir arreglos de gran calidad ambiental. Quebradas y acequias, montículos y la densa vegetación, son reforzados por arcos de entrada, torres, podios y escalinatas». Esta observación está incluida en un trabajo titulado “Las haciendas en Venezuela: Territorio y memoria histórica”, donde González Casas alude también a las fichas como medio de pago. Es decir, eran tiempos en que los peones recibían su salario en los petros de la época, pero tenían agua y comida.
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