Este 6 de febrero de 2020 se cumplen 5 años del fallecimiento de mi padre, el pintor y caricaturista -como le gustaba ser identificado- Pedro León Zapata. Su muerte, a pesar de haber llegado tras un acentuado proceso de deterioro, se nos presentó a su esposa e hijos como una sorpresa. Nos resultaba inconcebible que una parte tan esencial de nuestras vidas pudiera no estar más.
Mi padre había pedido ser incinerado y que sus cenizas se esparcieran en El Ávila. Así lo hicimos, materializando lo que hasta ese momento había sido sólo simbólico: Su integración con Venezuela, la tierra que amó y a la que tanto aportó a través de sus caricaturas, periódicos y libros humorísticos, exposiciones de pintura, actividades docentes, programas de radio, conferencias, obras de teatro y apariciones en televisión.
Como la montaña de la que ahora forma parte, mi papá llegó a desarrollar a lo largo de su vida una increíble capacidad para reponerse ante la adversidad, para reverdecer después de experiencias como la orfandad, la pobreza, un divorcio y en general, la pérdida. Era un extraordinario representante de lo que los psicoanalistas llaman “pulsión de vida” para referirse a esa fuerza que se orienta hacia la autoconservación, el placer, el amor y la acción. Siempre con nuevos proyectos, inagotable en su creatividad y con un talento desbordante a los 20, a los 40, a los 60 y a los 80 años, trabajó toda su vida de manera incansable.
Fue un padre consentidor. Cuando, teniendo yo unos 7 años, me puse a llorar porque mi mamá no me quiso comprar un álbum de calcomanías con el que yo soñaba, fue a su taller, cortó cartulinas, las cubrió de cola blanca para plastificarlas, buscó un exacto, reglas, escuadras y más pega y me construyó un álbum, retratándome en la portada con mi gata y mi perrita. Me regalaba dibujos y enmarcaba los míos. A veces me hacía correcciones técnicas y yo sufría por no haber podido complacerlo, pero aprendía y apreciaba que evaluara mi obra infantil con seriedad. Me hacía sentir respetada.
Me inculcó creer en mí misma, en lo mío y en mi subjetividad. Realmente era lo que esperaba de todos a su alrededor. No en vano diseñó el anuncio publicitario de sus clases de pintura, acotando: “No para que aprendas a pintar como Zapata, sino mucho mejor: como tú”. Fue un consistente promotor de la pluralidad de pensamiento desde mucho antes de que la diversidad se pusiera de moda.
Era un orador fuera de serie y, desde luego, un gran maestro de arte. Tan generoso con sus conocimientos y amplísima cultura general como con todo lo demás: Su tiempo, dinero y obras. Sus alumnos de pintura se deleitaban escuchando sus observaciones, ideas geniales, anécdotas y lecciones técnicas. También ellos sufrían cuando mi papá les hacía correcciones a sus cuadros; sin embargo, les entusiasmaba tanto el curso, que llevaban deliciosos platillos para compartir y convertir el final de cada clase en un espléndido festín. Era una retribución perfecta porque al maestro le encantaba comer.
Madrugaba. Se levantaba alrededor de las 5:00am y bajaba a la planta baja del edificio para recoger el periódico. Cargaba también con los de los vecinos y mientras subía, detenía el ascensor en cada piso para dejarle el periódico a su dueño en la puerta de su apartamento. Empezaba el día con café y ese gesto anónimo de amabilidad.
La estampa del cerro donde escogió descansar recuerda la serenidad de mi padre, que pasaba varias horas al día leyendo, y lo inamovible de sus valores. Bien arraigado a sus principios, nunca los traicionó. Lo que no significa que no estuviese dispuesto a cambiar de opinión cuando reconocía haberse equivocado. El Ávila recuerda también la belleza de su obra pictórica, y la inmensidad del emblemático mural que regaló a Caracas y que funciona como espejo de los choferes que transitan por la Autopista Francisco Fajardo. Lo tituló “Conductores de Venezuela”, señalando la cuota de responsabilidad que cada venezolano tiene en el rumbo del país.
Devenido hoy en pulmón vegetal, Pedro León Zapata continúa oxigenándonos, inspirándonos a ser mejores ciudadanos a través de su legado de superación, integridad, humor, pensamiento crítico y nobleza.
*La fotografía utilizada en este artículo fue facilitada por la autora
del escrito, Liliana Zapata Comerlati.