En 1996, cuando el país calentaba motores en la cabecera de la pista para emprender su vuelo a las cumbres de la zafiedad, la rustiquez y la crispación, Venevisión despidió a Gilberto Correa. Sin ninguna consideración. Como si 31 años de trabajo -brillante, destacadísimo- hubieran sido un mero apunte garrapateado en el borde de un papel. Visto a la distancia, lo hicieron a tiempo. Claro que han podido hacerlo con respeto, con mínima decencia, pero sin duda, y paradójicamente, lo hicieron a tiempo. En la era del chavismo, una figura elegante y jovial como Gilberto Correa hubiera sido un remedo de Charlton Heston en el planeta de los simios, celaje de frac en asamblea de gorilas. Poco después de 1996 ya no hubo en Venezuela espacio para aquel modelo de masculinidadgentil, pulcra y hogareña. Habían llegado los años de las patas encaramadas en el escritorio y las procacidades al micrófono. Todo lo contrario de lo que había sido aquel caballero en cuya pulida estampa se miraba el país como en un espejo favorecedor.
Gilberto Emiro Correa Romero está cumpliendo 77 años. Nació el 24 de febrero de 1943, en el entonces recién inaugurado Hospital Doctor Urquinaona, en Maracaibo. Vino al mundo en el hogar de Emiro Correa, empleado de la Creole Petroleum Corporation, y su esposa Cira Amelia Romero, fallecida en 1968.
Empezó la primaria en el Colegio Gonzaga, de Maracaibo, institución de donde hizo un tránsito a la educación salesiana que recibiera en el Colegio Santo Tomás de Aquino, en Valera, régimen de internado que lo preparó para su siguiente etapa estudiantil en el Liceo Militar Gran Mariscal de Ayacucho, en El Junquito, donde obtuvo la distinción de Brigadier Mayor o, en términos civiles, fue el primero de su promoción.
-La formación militar, a la que me sometí entre los años 55 y 58, de los doce a los quince años -me dijo Gilberto Correa, en una entrevista que le hice a propósito de su intempestiva salida de Venevisión– tuvo una enorme influencia en mí. Ese liceo era militar en el sentido más estricto, allí asistían los hijos de los militares cuando Pérez Jiménez. Un sistema prusiano. A los doce años, yo tenía una carabina FN 30 que casi no podía con ella. Allí aprendí la disciplina y, sobre todo, el concepto de jerarquía. Muy importante, porque un defecto venezolano es un inapropiado sentido igualitario. Cuando uno aprende a ocupar la jerarquía que le corresponde, uno se ubica en una cadena de comando y visualiza claramente cuáles son los escalones que debe salvar para llegar a una determinada meta. Aquí se suele pensar que las cosas se logran de hoy para mañana y está muy extendida la mala costumbre de jugar a que todos somos igualitos… y eso no es así. Hay gente que tiene méritos, historia, camino recorrido; y otra que no. No se puede confundir un médico o un profesor universitario, por poner un ejemplo, con gente que por un golpe de suerte tiene fortuna u ocupa posiciones relevantes. Las páginas en blanco que uno ha dejado en su carrera terminan por salir y ponerse al descubierto.
“Nunca tuve de niño el sueño de ser estrella de televisión, ni locutor o perifoneador, como se decía en Maracaibo. Pasó que un día, cuando yo cursaba el último año de bachillerato, mi hermana me dijo: “Chico, tú sí hablas pendejadas, por qué no haces un curso de locutor, a lo mejor hasta te ganas unos realitos”. Me inscribí en el curso de locutor, que se dictaba en Radio Popular, de los Higuera Miranda, en la avenida Santa Rita de Maracaibo. Por esa época ellos estaban creando otra emisora, Radio Reloj, de la que fui el primer locutor. Me matriculé en la Escuela de Periodismo de la Universidad del Zulia y la abandoné cuando me faltaban dos materias para graduarme. Sergio Antillano, que era mi profesor, me dijo desde el primer momento que el periodismo escrito no era para mí. “Tú eres un tipo para la radio y la televisión”, vaticinó. Y esa opinión terminó de canalizar mi vocación. En 1963, cuando tenía veinte años, hice un programa sabatino en Ondas del Lago, la televisora regional de la época, que se llamaba Cultura Universitaria”.
En los días del liceo militar, el acento zuliano de Correa era tan evidente como su buena disposición para la vida castrense. “Todos pensábamos”, me dijo para aquella entrevista publicada en la revista Exceso, el general de división (r) Manuel Andara Clavier, su condiscípulo en El Junquito “que ‘El Maracucho’, como lo llamábamos, continuaría sus estudios en la academia militar. Nos conocemos desde los doce años y puedo asegurarle que es un amigo incondicional. A pesar de ser famoso, Gilberto es el gran desconocido de la farándula venezolana, no solo porque sus amistades más fraternas están fuera del mundo del espectáculo, sino porque de allí le han llovido insultos y falsas acusaciones”.
El rey del romance
Para quitarse el acento zuliano, tarea nada fácil, se ejercitó con un corcho y un lápiz entre los dientes, aprendiendo a vocalizar, leyendo textos casi sin mover los labios. En 1965, el propio Diego Cisneros, fundador y propietario de Venevisión, lo sonsacó de Ondas del Lago al ofrecerle un trabajo en la capital como conductor del programa Ritmo y Juventud. Entre 1969 y 1978, animó el estelar musical De fiesta con Venevisión. Allí presentó, además de los artistas venezolanos más destacados, a las grandes figuras del espectáculo en occidente. Sarita Montiel, Raphael, Roberto Carlos, Juan Gabriel, Gina Lollobrigida, Camilo Sesto, Gloria Estefan, Daniel Santos, Nicola Di Bari, Vikki Carr, Enrique Guzmán, Leonardo Favio, La Tongolele, Marco Antonio Muñiz, La Polaca, Sandro,… y dio testimonio de estatura profesional al recibir sentado a Nelson Ned y, casi jorobado, a Armando Manzanero.
“Siempre fue muy buenmozo, caballero, espléndido, divertido, buen conversador, amante de la buena mesa, -dice la periodista Paula Giraud-. Es una muestra de lo mejor que tuvimos en la televisión venezolana. Es la memoria que nos recuerda el país que se divertía, que iba a grandes fiestas y lugares de moda, como Juan Sebastián Bar, en El Rosal, o La Lechuga, en el Centro Comercial Los Cedros… Era el rey del romance, el maracucho hermoso que dejaba a su paso una estela de suspiros de las mujeres más lindas de la televisión y de la alta sociedad caraqueña”.
De 1989 a 1996 fue anfitrión del maratónico Super Sábado Sensacional; conductor principal del Miss Venezuela por 24 años (1972-1996); y entre 1984 y 1989 condujo Close Up, programa sobre espectáculos.
–Gilberto Correa -dice César Miguel Rondón– es uno de los profesionales de la animación y la locución más cuidadosos y profesionales que he conocido. En una oportunidad, me tocó dirigirlo como actor. Sabemos que Gilberto Correa no es actor, pero se prestó para la aventura. Yo escribía, dirigía y producía un seriado, llamado El Enviado, que protagonizaba Orlando Urdaneta; y en un episodio invitamos a Gilberto Correa para que actuara en el papel de un modesto locutor maracucho, todo lo contrario de él, sin mucho éxito ni fortuna. En algún momento tenía que disfrazarse de El Zorro, montarse en su corcel negro y brincar por un risco, donde debía morir, hasta que El Enviado, que era el ángel de la muerte y lo rescataba. Gilberto todo lo hacía con mucho rigor, profesionalismo y un magnífico sentido del humor. Fue un placer tener ese par de maracuchos en escena. Por eso pudo hacer tanto en este oficio de la TV, donde no todos han llegado tan lejos.
En aquella entrevista de 1996, que le hice a propósito de su salida de Venevisión, Correa me habló de los mitos que suelen tejerse alrededor de los famosos. El primero, me dijo, es que les atribuye una gran fortuna; y otro es el referido a su sexualidad.
-Con respecto al segundo sambenito, -dijo entonces- me interesa poco dar explicaciones sobre mi vida. Uno es lo que es y eso no cambia porque alguna gente te invente cosas. Me limitaré a contar un episodio: Hace unos dos años el Bloque De Armas tuvo un pleito con Venevisión y no se le ocurrió mejor revancha que publicar que Gilberto Correa tenía sida… y me llamó mi hija de Nueva York preguntándome qué era aquello. Hace un mes lo volvieron a publicar. Yo creo tener uno de los historiales sanguíneos más documentados del país, simplemente porque me cuido y observo el hábito de practicarme mis análisis de rutina, donde el del HIV está incluido.
Nada de escándalos
La periodista Marlene Castillo afirma que, pese a ser objeto de la curiosidad, la vida privada de Correa nunca se vio “manchada con escándalos. Los chismes siempre estuvieron allí, pero ya eso es algo de lo que no pueden escapar los famosos”.
Castillo enfatiza la sobriedad de la imagen pública de Correa. “Nunca lo vimos con frases fuera de tono ni poses de divo. Siempre ubicado, en su rol, y adaptándose al ámbito que le tocara conducir: El Gilberto de Sábado Sensacional no era el mismo de De fiesta con Venevisión, el de la revista Close Up o el elegante maestro de ceremonia del Miss Venezuela. A cada espacio daba el toque. En Sábado Sensacional lo veíamos más popular, sin rozar lo chabacano, en consonancia con la audiencia. Gilberto animaba. Nunca gritaba”.
Un rasgo que sorprende a quienes lo conocen es su memoria. “¡Impresionante!”, dice Marlene Castillo. “Una vez, en el Miss Venezuela del ‘80, (cuando resultó electa Maye Brandt) Joaquín Riviera a última hora le dio un texto para la presentación de Maritza Sayalero, recién coronada como la primera Miss Universo venezolana. Gilberto se retiró unos minutos a memorizar. No necesitó apuntador ni tiempo extra y en el primer ensayo ya tenía la letra aprendida al pelo”.
La periodista y productora Floralicia Anzola se inició en el oficio con Gilberto Correa, a quien considera “el hombre más creativo” que ha conocido. “Fue mi primer jefe en la TV y a él le debo todo lo que aprendí para ser la productora que soy. Gilberto tiene una enorme facilidad para convertir frases en slogans. Reunía a sus clientes y les daba ideas, que después se convertían en campañas reales. Muchos anunciantes podrían confirmar esto”.
-Gilberto -sigue Floralicia Anzola– es un hombre de gozo y placeres. Muy generoso con todos. Fue él quien me sugirió que por qué, si César Miguel era tan famoso en la radio, no le diseñaba un espacio para televisión. Así lo hice y sacamos al aire por Televen“30 minutos”. En noches de rumba, les escribió canciones a muchos compositores y cantantes, que luego las incluyeron en sus discos.
“Es un grande”, concluye Anzola. “Un ícono de lo que fue la televisión de los ‘70, los ‘80 y tempranos ‘90. Un maestro. Nunca superó la triste despedida y poco reconocimiento que recibió del canal cuando le despidieron. Años después le hicieron un homenaje, pero fue tarde”.
Otro aspecto de Correa, señala la periodista Marlene Castillo, “es su labor social, su vena humanitaria. Ha ayudado a muchas instituciones, siempre de bajo perfil. Ahora, cuando está padeciendo el Mal de Parkinson, con su fundación ayuda a muchísima gente que no puede pagarse los tratamientos. Lo hace desde el silencio. Incluso su enfermedad ha sabido llevarla con hidalguía, sin disfrazarla, esconderla ni llamarla de otro modo”.
Hombre de cámaras
Bettsimar Díaz, presentadora de televisión y abogada especializada en derechos de autor, recuerda a Correa como una presencia muy familiar desde su infancia. “Cuando yo tenía 4 o 5 años, nos mudamos a la calle Horizonte, Colinas de Los Caobos, a una cuadra de Venevisión. En esa calle había un edificio bellísimo, muy moderno para la época, donde vivía Gilberto Correa. Y nosotros vivíamos unas casas más allá. Cuando hacía De fiesta con Venevisión, muchas veces fuimos con mis padres al programa a verlo en vivo. En una ocasión, él quiso hacer algo bonito con Juan, mi hermano menor, que estaba muy pequeño y era muy tímido. Gilberto lo cargó durante la transmisión del programa y le preguntó que por qué no contestaba. Juan le contestó que era porque mi papá nos había prohibido hablar en TV, lo cual no era cierto, pero a Gilberto Correa le produjo mucha risa. Esa anécdota siempre la recordábamos en familia”.
-Gilberto solía ir a la casa de playa que mi papá había comprado en Tanaguarena, donde Gilberto tenía su yate. Un yate pequeñito, no era nada lujoso, pero era muy chévere. Gilberto Correa es un gran fotógrafo y siempre estaba haciendo fotografías, recuerdo su casa tapizada de sus imágenes. Tenía muchas cámaras y equipos; de hecho, fundó una casa productora llamada Video Móvil, que por muchos años fue una empresa de avanzada en lo tecnológico y lo creativo.
“Gilberto es extremadamente coqueto, siempre está impecable. Su ropa, su cabello, sus uñas. Y le gustan muchos los carros. Los apartamentos que le he conocido son muy bonitos, llenos de cosas interesantes. Es un contador de chistes compulsivo, en la intimidad siempre se está riendo o buscando de qué reírse. Lo recuerdo un día, que estaban en una entrega de un premio en el Gran Salón del Hilton. Gilberto se acercó a la mesa donde estaban mis padres y dijo, delante de muchos presentes: “Yo soy el único hombre que puede hacer algo que solo hace Simón Díaz”. Entonces, se acercó a mi mamá como para besarla en la boca. Este era un gag que solía hacer, se acercaba a la boca y en el último instante, la besaba en la frente. Pero ese día lo hizo en serio y la besó en la boca. Mi madre le celebró la broma con una carcajada y mi padre no tardó en hacer lo mismo. Siempre que nos reuníamos recordábamos ese momento. Eran tiempos de alegría”.