Pensaba uno que la mayor amenaza contra el equilibrio del ecosistema mundial estaba constituida por el arsenal nuclear que con tanto espíritu lúdico suele exhibir periódicamente Kim Jong-un, el “niño terrible” de Corea del Norte. Para él, que sigue la tradición bélica de su padre y de su abuelo, una ojiva es un juguetico que le permite mantener a la humanidad en vilo. Con las glándulas suprarrenales a millón. El sadismo como factor geopolítico. Alguien dijo, luego de que Donald Trump se reuniera con él, que Kim Jong-un lo que estaba era falto de cariño y que el abrazo que le dio el presidente de los Estados Unidos surtía un efecto terapeútico. Psicoanálisis aparte, lo cierto es que el statu quo biológico del planeta está en emergencia por un feroz virus que nada tiene que ver con las armas de destrucción masiva ni con el costado malévolo de la dictadura norcoreana. Es el Covid-19 el que ha sembrado el pánico. Kim Jong-un debe estar muy disgustado porque ha entrado en escena un patógeno capaz de infundir más pavor que sus misiles.
El monopolio del miedo ha pasado a manos del coronavirus made in China. Nos hallamos ante una trama digna de Patricia Highsmith. En su libro Crímenes bestiales están compilados varios cuentos cuyos solos títulos ya disparan la adrenalina. Uno de ellos: Notas de una cucaracha respetable. Asco. Y otro: La rata más valiente de Venecia. Otra vez asco.
Patricia Highsmith se ganó con mucho mérito el epíteto con el que se le conoce: La Dama del terror. Incluso su mirada se parece a sus historias. Veo una fotografía suya mientras escribo este texto, y me aterro. He de confesarlo: Hoy no quiero leer a Patricia Highsmith. Si la leyera (o la releyera, más bien), comenzaría a elucubrar sobre lo que a ella se le habría ocurrido para hilar un cuento sobre el Covid-19.
Sería un relato espeluznante. Y no necesariamente estaría ambientado en Wuhan. Tal vez en Nueva York, la ciudad donde se crió. Posiblemente en un restaurante exótico de Manhattan donde un chef maléfico ofrece a sus comensales sopa de murciélago como primer plato. No entremos a considerar si verdaderamente los quirópteros son el origen del mal que nos desvela. Eso no le habría interesado en lo más mínimo a Patricia Highsmith, poco dada a las pesquisas in vitro. A ella le habría bastado con que, en su imaginario, fuera un repugnante murciélago el causante de la pandemia.
El chef sería un asesino serial buscado por la policía. Patricia Highsmith haría una descripción fría del personaje. No lo juzgaría. Se ahorraría adjetivos. Para ella, todo es normal. Cuida mucho la objetividad, incluso si habla de un psicópata. La escritora norteamericana observa la neutralidad propia de los narradores malévolos que están a la caza de su presa. Esos narradores que no pierden la compostura. Por un momento pensé que sus libros serían un buen antídoto para evadir la realidad. Lo que ocurre es que la realidad se parece mucho a Patricia Highsmith. A la mente de Patricia Highsmith. Y ya con la realidad tenemos suficiente ficción. El enemigo es un estornudo. Una superficie contaminada. Alguien que llegó en un vuelo siniestro del extranjero. El enemigo flota en un carrito del supermercado. El ángel de la muerte puede estar agazapado en el tablero del ascensor. O en una mano cariñosa que te extiende un interlocutor que porta el virus y no lo sabe. ¿Cómo me voy a poner a leer a Patricia Highsmith si ya el mundo se ha convertido en un cuento de Patricia Highsmith? No. Hoy no estoy para leer a la gran Patricia Highsmith.
Pero el morbo me traiciona. Tengo Crímenes bestiales en mis manos. Miro el índice con cierto asco. Además: Estoy inquieta porque hace rato que no me lavo las manos con agua y jabón. Me detengo en el título de uno de los cuentos: La venganza de Djemal. Me autocensuro. Cierro el libro de inmediato. Pero recuerdo la trama. Es muy difícil olvidarse de la trama de un cuento o de una novela de Patricia Highsmith.
Djemal es un camello cuyo amo se llama Mahmet. Djemal paseaba turistas en su lomo y Mahmet, un avaro inmisericorde, lo explotaba y lo hacía pasar sed. Sus pares camelleros detestaban a Mahmet porque Mahmet violaba el acuerdo al que se había llegado para fijar los precios de los paseos. Cuando había poca demanda, bajaba la tarifa para captar más clientes y, cuando la demanda se disparaba, aumentaba la tarifa. Un neoliberal por todo el cañón. Pero inclemente con su camello, que era el que, a fin de cuentas, le daba de comer.
Djemal llevaba sobre su lomo el peso de la ambición de Mahmet, quien lo azotaba con su látigo con la menor excusa. El camello se quedaba dormido, por ejemplo, y su amo lo despertaba a latigazo limpio. Al final, Mahmet se dio cuenta de la animosidad que se incubaba en el animal. Djemal empezó a ponerse agresivo. Y su amo lo vendió por 250 denarios antes de que corriera la sangre. Un día Mahmet se tropezó en la calle con su antiguo compañero (más bien, víctima) y Djemal se le fue encima. Lo trituró. Como dice la propia Patricia Highsmith en el cuento: La ira es un veneno.
Cualquier pretexto sirve a la autora de Crímenes bestiales (y de, entre otros, Extraños en un tren, que Alfred Hitchcock versionó al cine) para urdir una trama que nos atrapa desde la primera línea y que nos mantiene con anárquicas palpitaciones mientras leemos. El hombre lo ha inventado casi todo, menos el antídoto contra el espanto. El hombre llegó a la Luna. El hombre ideó la computadora. Ha hecho preciosas fotos del planeta Marte. Inventó la penicilina. El teléfono inteligente. El hombre es una suerte de creador que se infla de omnipotencia por sus hazañas. Y de pronto surge un virus que lo estropea todo. Que lo desbarata todo. La fragilidad también existe. La fragilidad es parte del guion macabro de la vida. Un virus trepa de un animal al cuerpo de un humano y el planeta se tambalea.
Somos una tribu sitiada por un ente microscópico. Estamos aterrados por un fantasma que ni siquiera tiene pasaporte. Ningún fantasma lo tiene, pero este menos que nadie. Susto. Hoy no quiero leer a Patricia Highsmith. Tengo que poner sus libros en cuarentena. No quiero verle la cara a ese chef de Nueva York.