Desembarca el coronavirus en el país y en el debate venezolano comienza a abrirse paso una demanda para que cese la pugna política desmelenada e irracional, en la cual estarían enzarzados el chavismo con la oposición democrática mientras el tejido nacional se sigue deshilachando.
Con el paso de los días aumenta de volumen un clamor para que ambas partes aplacen de momento sus objetivos inmediatos y sean capaces de identificar un camino sensato de coincidencias, con el objeto de atender la emergencia sanitaria que tiene planteada el país con la propagación de la pandemia.
Comienzan a hacerse frecuente, particularmente en las redes sociales, los llamados a “los políticos” para que “se pongan de acuerdo”. Para que olviden momentáneamente sus apetencias menudas, y sepan, responsablemente, priorizar la existencia de lo que, sin dudas, es toda una emergencia nacional.
El planteamiento ha sido adelantado, sobre todo, por dirigentes políticos de la denominada Mesa de Diálogo Nacional y algunos de sus simpatizantes, y ha terminado de tomar cuerpo una vez que fuera defendido de manera inequívoca por el propio Henrique Capriles Radonski.
Aquellas proposiciones parecen recoger una inquietud legítima, compartida y que han surtido algún efecto: El propio Nicolás Maduro ha salido a su encuentro ofreciendo sus gestiones.
¿Con quién nos acordamos?
El alegato que exige prestarle atención responsable y sin fisuras a la pandemia y sus efectos luce inobjetable. Habrá que ponerle reparos, sin embargo, al empeño en retratar la crisis como un antojo intrascendente de políticos, a malquerencias “de uno y otro bando”, o a los embates silvestres de la polarización.
Cada vez que la crisis venezolana nos pide un esfuerzo adicional, cierto sector de las graderías locales se recuesta de la zona más cómoda del activismo: Trazar, a control remoto, un salomónico panorama neutral, en el cual dos sectores con atributos, poder, objetivos e intenciones similares, e igualmente válidas, deben deponer sus actitudes al mismo tiempo para concretar un acuerdo de la mano de la mágica terapia de la negociación política.
“Pónganse de acuerdo”, -¿no estamos en eso?-. Se trata de un hábil artificio, un sofisma que personajes como el Papa Francisco desarrollan con exquisita habilidad cuando tiene que aproximarse al drama nacional sin hacer definiciones de fondo y sin que nada le salpique. Un extravío intelectual que parte de la desencaminada certeza de que lo justo consiste en picarlo todo por la mitad.
Y aunque parezca increíble, en el punto más desequilibrado y agónico de esta crisis, los mentores del “pónganse de acuerdo por Venezuela” recuestan todos sus emplazamientos sobre el bando equivocado de la discusión: El que no tiene poder, ni instrumentos para poner en vigor acuerdos, y está siendo judicializado, precisamente, por tratar de reimponer en el país la zona institucional del pacto democrático republicano que venían disfrutando los venezolanos desde el 23 de enero de 1958.
Un “acuerdo” no es una solución que se invoca como remedio casero. En Noruega y Barbados se llevaron adelante las tentativas de negociación y acuerdos políticos más fundamentadas y depuradas de estos 20 años. De valorar el chavismo, aunque sea por ratos, el valor moral del acuerdo institucional, Juan Guaidó se habría podido sentar sin problemas para quedar reelecto Presidente de la Asamblea Nacional y estaría en desarrollo la amnistía política propuesta por la sociedad democrática.
El acuerdo hay que promoverlo, pero la pelota la tienen quienes lo confiscaron. Lo demás no es sino una tentativa de vivir de la renta del mercadeo nostálgico del acuerdo. El reclamo hay que formulárselo a quienes usurpan el poder y quieren convertir las marramucias electorales y legales es parte del folclor cultural del país. Son ellos los que tienen que consultar a la Academia de Medicina, a la Organización Panamericana de la Salud, informarnos sobre el número de camas, las gestiones pendientes, el dinero del fisco, la ayuda internacional. Son ellos los que deben asumir su responsabilidad en la quiebra sanitaria. Los que se han negado a reconocer la violenta diásporade médicos de estos años.
Son ellos los que deben trazarle a la nación el diagrama de un acuerdo. Un acuerdo para regresar el mapa político venezolano a la zona de la honradez. Un acuerdo al que, finalmente, ellos jamás se van a avenir, porque llegaron al poder para romper y confiscar cualquier zona de acuerdos.