-El lunes fue usted muy dura con Don Rómulo Gallegos.
-Para nada. Lo quiero mucho porque me hizo popular, y la gente leyó sobre mi vida en su novela y me fue a ver en el cine y en la televisión. Y porque cuando se salió de la novela trató de escribir una cosa mejor en la política y en el gobierno. Solo quise que viéramos mejor a la sociedad que metió en sus páginas.
-Explíqueme eso.
-Ni en mi época, ni antes, ni después, fuimos gobernados siempre por sátrapas, ni atendidos a toda hora por amanuenses serviles, ni dependimos de empleados inhumanos y corrompidos, ni fuimos manejados por dueños sinescrúpulos. Eso está bien para la novela, pero no le hace justicia a la sociedad. Tampoco a mí, por supuesto. Ese uniforme oscuro le viene bien a cierto tipo de literatura, pero no funciona como explicación de Venezuela. Fue mucho lo que se quedó fuera del libro, tal vez la parte más digna de atención en la vida nuestra. Porque si nos fuimos haciendo poco a poco hasta llegar a cumbres muy importantes, y pudimos ser ejemplo de desarrollo y de convivencia digna, antes de mi paso por el libro y mucho más después, antes de que él se pusiera a escribir y cuando las personas del futuro lo leyeron, estamos ante un gran trabajo de las letras, pero ante una traducción inexacta de la realidad. No me venga usted ahora a decir, siguiendo al autor, que estamos como estamos por culpa de Doña Bárbara.
-Se equivocó mucho Gallegos, entonces, exageró y nos complicó la comprensión de Venezuela.
-Siguió un entendimiento del país que venía desde muchos años atrás, que solo hablaba de progreso y de la necesidad de imponerlo desde las alturas porque la gente no lo haría jamás porque no le interesaba. O porque era incompetente y necesitaba la luz de un grupo de sabios cercanos al mandatario de turno. Ese manejo y esas ínfulas venían desde el tiempo de Guzmán y seguían influyendo cuando el autor era joven. Fue así como, con el ejemplo de los pensadores anteriores, se subió el carro del progreso para aplastar con sus ruedas a Doña Bárbara, es decir, a mí. No estamos ante una miopía personal, sino frente a una incomprensión heredada, o ante una moda que llegó a deslumbrar, y por eso me está usted entrevistando. Algo no funcionó en esas explicaciones, para que usted me vinera a buscar ahora solicitando palabras distintas.
-Falta que hablemos del futuro, señora. La visitaré otra vez el viernes.
Continuará el viernes 3 de abril…