¡Lo perceptual modela lo real! No hay una realidad, lo que hay es una interpretación de ésta filtrada por nuestras experiencias y las de aquellos en cuyos juicios confiamos. Juicios que evolucionan a ser narrativas vivas sobre las que apoyamos nuestro razonamiento y, a partir de ahí, definimos parámetros de conducta -una forma de “tomar partido”, o “cuadrarnos con un lado”-. La historia está rebosante de interpretaciones y razonamientos para convencernos de estas narrativas: Argumentos para sostener regímenes que nos oprimen -los autoritarismos-, o que nos liberan, fundamentados en la libertad individual -las democracias-, y así todos los tonos de grises intermedios. Somos seres de percepciones y mitos, aplastados o liberados en su práctica.
Yuval Noah Harari, autor del famoso best seller “Sapiens”, explica cómo el desarrollo del lenguaje y su uso para la creación de la conceptualización posibilitó la formación e implantación de mitos. Los mitos a los que se refiere Harari no son fábulas para el entretenimiento; son aquellas creencias que se van aceptando como ciertas y van modelando las formas de vida de las personas. Estos mitos van desde algo tan internalizado como la percepción de Dios, con sus muchas variantes en cada creencia, hasta la democracia liberal como sistema moderno de relacionamiento social.
La política, como señala Bernard Crick en su famoso libro “En defensa de la política”, no es otra cosa que una herramienta para alcanzar acuerdos sociales mediante la coexistencia: Cuando unos tienen que reconocer la existencia de los otros, para lo cual hay que ejercitar la tolerancia y la diversidad. Estos acuerdos conducen a la creación de sistemas, que no son más que modelos mentales -los mitos de Harari-, que por aceptación común adoptamos como verdades. La evolución social ha llevado a que estos modelos sean inclusivos, de manera que todos quepamos dentro de ellos -mitos para la coexistencia que permitan el mayor nivel de libertad individual. Quienes están convencidos de estos mitos nos los venden con su propia convicción o con la racionalidad de sus argumentos, ganando así legitimidad y creando liderazgos. Sin embargo, cuando la política se termina como mecanismo para alcanzar acuerdos, los líderes que perdieron su legitimidad nos tratan de imponer sus propios mitos a la fuerza- y ahí comienza la lucha.
Francis Fukuyama, en su libro “Los orígenes del orden político”, establece como definición fundamental de la libertad humana la habilidad que las personas tienen para gobernarse a sí mismas; esto es, su capacidad de evitar la subordinación a otros que juzgan menos valiosos que ellos mismos. El liderazgo político, dice Fukuyama, emerge inicialmente porque los miembros de una comunidad admiran a un individuo cuyo coraje, sabiduría o habilidad para dirimir disputas de manera justa son superiores a las de los demás. Así, si la política es la lucha por el liderazgo, también es una historia de los seguidores y de la disposición de una gran masa de personas a concederle a los líderes un estatus superior al que se asignan a sí mismos -la historia de la subordinación a estos líderes-. En una comunidad cohesionada y por ello exitosa, esta subordinación es voluntaria y está basada en la percepción del derecho del líder a gobernar, generándose así su legitimidad; es decir, cuando aceptamos y asumimos los mitos que se nos han vendido mediante el convencimiento.
La historia es rica en ejemplos de liderazgos ilegítimos que intentan imponer sus propios mitos a la fuerza, como la malvada emperatriz Wu en la China de finales del siglo VII, sobre quien abundan relatos de cómo mataba a sus oponentes. También es rica la historia en ejemplos de liderazgos encomiables, como lo fue Saladino, quien en el siglo XII se distinguió por su cortesía, sabiduría y caballerosidad, habiendo unido política y religiosamente el mundo islámico en el Oriente Medio. La escogencia o aceptación de los líderes puede conducir a periodos de enriquecimiento y prosperidad, con la aceptación de mitos constructivos, o a periodos de empobrecimiento y muerte, con la adopción o la imposición de mitos destructivos.
Venezuela lleva años hundiéndose en el pantano de la pobreza, derivado de la escogencia del líder equivocado. Chávez, el astuto militar, extremadamente populista e inescrupuloso, habiéndose ofrecido para equilibrar la distribución de la riqueza petrolera dentro del mito de la Venezuela rica, vendió la tesis de que la lucha de clases resultaría en equidad social. Lo que Chávez realmente distribuyó fue coimas dentro de las fuerzas armadas, empezando por el “Plan Bolívar 2000”. Así, creó en las fuerzas armadas una estructura de corrupción en la cual ha sido fácil entrar, pero de la cual únicamente se sale si se está dispuesto a enfrentar el haber cometido delitos dentro de un sistema judicial en el cual el juez es el mismo corruptor. Así, este astuto populista blindó una estructura delictiva que lo protegiese y mantuviese en el poder, pese a cometer uno de los mayores desfalcos que se hayan causado a un Estado en el mundo moderno. A partir de ahí, la destrucción de Venezuela es conocida por todos. Como sociedad, nos dejamos seducir por un mito atractivo, pero con abundante bibliografía de fracasos en la historia, y la lucha de la sociedad venezolana por recuperar una libertad que no supo cuidar comenzó.
La lucha por la libertad individual -a la cual aspiramos todos sin importar nacionalidad, relación tribal o creencia religiosa- nunca termina. Es una lucha eterna pues, o bien no se alcanza la libertad o, cuando se la tiene, están ahí los líderes deslegitimados dispuestos a arrebatárnosla. Estas luchas son parte de la vida y constituyen la historia en la cual unos y otros participamos, estemos en el Oriente Medio, en China o en Latinoamérica. Estas luchas por la libertad une a personas que de otra forma no estarían conectadas -y bien podríamos aprender unos y otros nuestros respectivos éxitos y fracasos-.
En 1979 cayó Mohammad Reza Pahleví, el último Shah de Persia, a manos de un movimiento revolucionario popular dirigido desde el exilio por otro hombre astuto e inescrupuloso: El clérigo chiita Ruhollah Musavi Jomeiní, el Ayatolá Jomeiní, que comenzó su disenso público dentro del mito destructivo de la lucha religiosa cuando el Shah reconoció a Israel como nación soberana. Jomeiní utilizó hábilmente el descrédito del Shah y convirtió a Irán en una República Islámica que, en el mito de convertir a los demás a su verdad, debía trascender sus fronteras a la fuerza. Lo cierto es que este hábil líder creó una estructura política en la cual la escogencia de cargos públicos no es más que un simulacro. En Irán, los candidatos a cargos públicos de elección, como el presidente o los miembros de la asamblea legislativa, deben ser aprobados por un grupo de imanes; sin el visto bueno de éstos, los candidatos quedan eliminados de la competencia electoral, dándole un poder político absoluto a los líderes religiosos. Jomeiní no paró ahí y llegó a otorgarse a sí mismo el título de “Líder Supremo de Irán” -lo cual en la práctica constituyó la jefatura absoluta del Estado, que legó a su sucesor, Alí Hoseiní Jamenei. Con su mito religioso, Jomeiní revirtió la llamada “Revolución Blanca” emprendida por el Shah Reza Pahlevi, que intentó modernizar y occidentalizar a Irán mediante reformas al sistema educativo y la introducción de beneficios a los trabajadores y campesinos -pero que, habiendo chocado con los mitos de las tradiciones sociales iraníes-, fue percibida como exclusivamente beneficiosa para la minoría gobernante bajo la tutela de los Estados Unidos. Esta “Revolución Blanca”, buscando perdurar, se sostuvo sobre un sistema de represión ejercido por la SAVAK, un brutal grupo policial que utilizaba la tortura de manera regular.
Desde el ascenso del carismático líder Jomeiní, la sociedad iraní, siendo estructurada -a diferencia de sus vecinos, que están plagados de antagonismos tribales y religiosos- ha intentado deshacer su error. Los iraníes, principalmente chiitas, con una larga historia de debate político, con una sociedad civil informada y unos medios de comunicación activos, con una intelectualidad en permanente debate y una clase media abundante y letrada, llevan 40 años buscando deslastrarse de la trampa tendida por Jomeiní. Los iraníes continúan luchando por alcanzar un sistema político moderado y democrático, que comience el proceso de liberalización y permita la libertad individual para, entre otras cosas, reinsertar al país en el mapa del comercio y la migración mundial. Alí Jamenei, el sucesor de Jomeiní, ha obstruido los movimientos reformistas, ha encarcelado a opositores, como los líderes del “Movimiento verde”, y ha impuesto por medio de trampas a sus partidarios, como Mahmud Ahmadineyad. Solo el pasado noviembre, la policía iraní, reprimiendo protestas, asesinó a más de 1.500 manifestantes. Así, nos podemos conectar con la sociedad iraní, que sufre y lucha como los venezolanos.
Veinte años después de la revolución que derrocó al Shah, el 1o de julio de 1997, la entonces colonia británica de Hong Kong pasó a manos de la República Popular China, o lo que se conoce como la China continental, luego una negociación que comenzó entre Margaret Thatcher y Deng Xiaoping. Este cambio de manos se dio por el mito de la soberanía China sobre Hong Kong -mito que deja a los ciudadanos como peones, y su voluntad inexistente-. Así, Hong Kong adquirió un nuevo estatus como Región de Administración Especial dentro de la China continental. La negociación contemplaba que, durante los siguientes 50 años, Hong Kong se regiría por un mecanismo denominado “un país, dos sistemas”, bajo el cual el sistema de mercado operante en la ciudad y la forma de vida de sus ciudadanos no cambiarían, y quedarían sujetos a una mini Constitución denominada la Ley Básica de Hong Kong. En este orden, Hong Kong tendría un nivel de autonomía tal que su sistema judicial sería independiente del de China continental, y tendría a la Corte de Últimas Apelaciones como máximo órgano de justicia. Esta corte estaría compuesta por magistrados elegidos por su competencia, entre los que se podría nombrar a extranjeros actuantes en otras jurisdicciones de la “Ley Común” (el “Common Law”), como lo son los sistemas judiciales del Reino Unido, Nueva Zelanda, Canadá y Australia, para garantizar un importante nivel de autonomía e imparcialidad. El sistema de la “Ley Común” establece la obligatoriedad de asumir decisiones iguales donde exista precedencia judicial en cortes similares, procurando equidad en las decisiones -un esquema casi impecable en términos de justicia-. Hoy, 15 de los 23 magistrados que integran la Corte de Últimas Apelaciones de Hong Kong son extranjeros.
El nivel de autonomía de Hong Kong le ha permitido ser el centro financiero más importante de Asia, convertirse en un mecanismo de ingreso de inversiones a la China continental, y gozar de un estatus especial en términos de comercio con los Estados Unidos. Todo ello se ha traducido en un ingreso per cápita para sus habitantes del orden de 48.500 dólares al año -el décimo sexto ingreso per cápita más alto del mundo para el año 2018, y cerca de cinco veces superior al de Venezuela en su mejor año-.
La estructura política de la China continental, totalmente distinta a la de Hong Kong, se apoya en un mito diferente: La primacía del Partido, el ejército y el Estado. A la cabeza de estas tres estructuras hay un solo hombre: El carismático e inescrupuloso líder Xi Jinping, quien por decisión del Partido Comunista se puede presentar indefinidamente a la reelección, convirtiéndolo de hecho en un autócrata de por vida. Xi ha expresado claramente su mito particular sobre el sistema legislativo de la China continental: La ley, según Xi, se debe adherir al liderazgo del Partido. Xi ha suprimido el disenso a la vez que ha tomado una audaz política exterior expansiva, sosteniendo el mito del poderío chino para rivalizar la influencia global de los Estados Unidos. Además, Xi cree en el derecho del Partido Comunista para gobernar toda China e impulsar su influencia más allá de sus fronteras, mediante iniciativas como la llamada “La Franja y La Ruta”, que busca dominar las vías terrestres y marítimas entre el Oriente Medio, Asia y el Océano Índico, convirtiendo a China en un hub de negocios y tecnología sobre el que se asiente toda la región, y llegando inclusive hasta Europa -una suerte de gran Plan Marshall chino-. El actual debate sobre el sistema 5G de telecomunicaciones es un buen ejemplo de esta visión.
Con la iniciativa de “La Franja y La Ruta” en marcha, la China continental trató en 2019 de introducir una enmienda legal en Hong Kong para ir cercenando su autonomía. Esta enmienda permitiría la extradición de los denominados “Fugitivos Ofensores” (básicamente, disidentes políticos) a la China continental, para ser juzgados en cortes continentales. Vale recalcar la dependencia de las cortes chinas al Partido Comunista. Este año se ha anunciado una nueva ley que pretende regular la sedición, la secesión, la interferencia extranjera y el terrorismo, la cual es percibida como mecanismo de control político. Asimismo, Xi ha intentado interferir en el sistema judicial de Hong Kong, buscando limitar la selección de jueces mediante una reforma que establece que éstos deben ser solo de nacionalidad china. Este proceso de anexión forzada ha generado enormes manifestaciones en Hong Kong, que han sido enfrentadas con represión y encarcelamiento. Los ciudadanos de Hong Kong comienzan a migrar a Taiwán y al Reino Unido ante la perceptible pérdida de su libertad individual y prosperidad, que se han basado en un mito constructivo. Taiwán, que no es reconocida por China como nación soberana, también es objetivo de anexión por Xi.
No estamos solos en nuestra búsqueda de deslastrarnos de los mitos que nos esclavizan y de las estructuras que ensamblan los autócratas para imponernos sus verdades y caprichos. La libertad individual, además, no es un destino: Es una conducta que conlleva su búsqueda, su protección, pero también la responsabilidad de desenvolverse dentro de ella. Según el filósofo austriaco Karl Popper, la libertad individual viene acompañada de la responsabilidad individual, que nace en la evolución del súbdito sumiso al ciudadano que juzga, analiza por sí mismo y, eventualmente, se rebela contra lo que le parece absurdo, falso o abusivo. Esta es la responsabilidad que nosotros le cedimos al infame teniente coronel -una cesión cuyas consecuencias continuamos viviendo-.
Tres sociedades muy distintas, unidas en una lucha común: La búsqueda de alcanzar y sostener la libertad individual. La lucha por crear sistemas de democracia liberal, con mandatos alternativos, que nos permitan acceder a la prosperidad sobre la base del esfuerzo particular, dentro del marco de un Estado de derecho en el que la propiedad privada esté garantizada y la política sea la herramienta para alcanzar consensos sociales: Una lucha por instituir mitos constructivos.
Nos podemos conectar con la sociedad iraní, que lleva años en esta lucha, y con la sociedad de Hong Kong, que recién se inserta en ella. No son ni los iraníes ni los chinos los adversarios de los venezolanos; lo son sus cúpulas gobernantes, dirigidas por líderes destructivos que se creen, como el desquiciado emperador romano Domiciano, “Dominus et Deus”, Señores y Dioses -autócratas como el Ayatolá Alí Jamenei, Xi Jinping o Nicolás Maduro que, amparándose en la fuerza y la trampa, tratan de imponernos sus mitos que nos oprimen.