Intentemos exponer la importancia que llegó a tener José Ignacio Cabrujas en la opinión pública venezolana. Es un ejercicio que proponemos en esta fecha porque un día como hoy, el 17 de julio de 1937, el aludido dramaturgo y columnista nació en Caracas. Falleció en la isla de Margarita el 21 de octubre de 1995, de manera que en tres meses se cumplirán 25 años de su desaparición física. Hay, pues, una generación que no siguió las oscilaciones de la vida pública nacional a través de sus artículos de prensa, ni vio sus telenovelas, y que solo lo conoce por sus obras de teatro, no todas las cuales se han montado en este cuarto de siglo con la frecuencia de “El día que me quieras”, cuyas constantes reposiciones se deben, sobre todo, a la adhesión del actor y director Héctor Manrique, quien tiene un vínculo diríase vital con esta pieza.
A dos décadas y media de su muerte, la obra de José Ignacio Cabrujas ha seguido un mutis lento pero sostenido hacia el olvido. La primera razón es que se trata de un escritor costumbrista, cuyos temas y lenguaje están tan amarrados a los acontecimientos del momento que pueden resultar impenetrables para los lectores del presente. Y lo otro es que, en sus piezas periodísticas, más que desarrollar tesis novedosas o desde perspectivas inesperadas, Cabrujas se aferraba a los puntos de vistas de, digamos, la izquierda ilustrada, pero lo hacía con un sinfín de gracejos y no pocas puyas a personalidades que ya eran blanco de insultos o descalificaciones generalizadas. Por ejemplo, los políticos. En la época en que Cabrujas se convirtió en uno de los intelectuales más celebrados del país, lo natural, lo de menos riesgo, era zarandear a los políticos y a los partidos con expresiones que iban más allá de la crítica o de la contraloría social para incurrir en la abierta burla; y Cabrujas era un maestro en esto. Buena parte de sus lectores disfrutaba sus entregas porque en estas encontraba sangrientas invectivas contra sus rivales. Y nadie tenía derecho a defenderse. No porque se lo prohibiera alguna regla, sino porque era peor. Los partidos y los políticos debían quedarse quietos en el paredón del sarcasmo. En vez de crítica o de la natural supervisión que la sociedad debe ejercer sobre las cuestiones públicas, había una especie de guasa hiriente, pero en los hechos ineficientes.
Los artículos de José Ignacio Cabrujas no se sostenían en una investigación de los hechos a tratar. Eran, más bien, acercamientos superficiales en forma de sucesivas capas de juegos verbales, referencias cultas, parodias, caricaturas, que tenían un efecto muy provechoso para su popularidad: Hacían sentir inteligentes a sus lectores. Como casi siempre tenían un tono zumbón, sus notas sometían a otros al escarnio mientras daban la impresión de convertir en ingenioso a quienes las leían.
Pero Cabrujas no siempre tuvo ese tono socarrón que lo convirtió en el rey de las páginas de opinión y que hacía ver a sus compañeros de páginas, muchos de los cuales eran muy serios en el mejor sentido de la palabra, como solemnes catedráticos, empeñados en atenerse a la realidad y a los datos. En 1992, año de los golpes de Estado de lo que luego sería el chavismo, Cabrujas se puso de pronto formal. Y, aunque jamás apoyó la felonía, sí tuvo para los golpistas gestos de, digamos, comprensión, que pocas veces desplegó para los demócratas.
Esta semana, el historiador Ángel Rafael Lombardi Boscán escribió en tuiter que “al parecer, Caldera pasará a la historia de Venezuela como un pillo, porque ‘liberó’ a Chávez y resulta que casi todo el mundo aupó para que lo indultaran y liberaran”. El propio Caldera me dijo, en entrevista que le hice en diciembre de 2006 (murió en 2009) que el sobreseimiento de Chávez y los otros oficiales golpistas no había sido una iniciativa suya en exclusividad: “Era un deseo nacional. Si usted revisa el cuaderno de vida de cualquiera de los que hoy tanto lo critican, encontrará que ya desde la campaña electoral me pedían: ‘Caldera, hay que sobreseer a los militares’”.
Entre los solicitantes se encontraba José Ignacio Cabrujas, que entonces era no solo una de las voces más influyentes de la prensa sino también un reconocido escritor de televisión, cuyos seriados gozaban de amplias audiencias, porque había logrado unir, lo mismo que Salvador Garmendia y otros, la historia rosa a un lenguaje audiovisual y dramatúrgico muy superiores a lo que había para el momento. Por esto fue conocido como uno de los renovadores de la telenovela en América Latina.
En su artículo del 23 de febrero de 1992, publicado en el Diario de Caracas, Cabrujas se despojó de su tono guasón para aludir con gran formalidad al discurso de Caldera, en el Congreso Nacional, tras el fracasado golpe de Estado de Hugo Chávez, donde el entonces ex presidente, insospechable de ingenuidad, usó la palabra “pero”… “El golpe militar es censurable y condenable, en toda forma”, dijo Caldera. Hasta aquí muy bien, solo que luego soltó el “pero”. “… pero sería ingenuo pensar que se trata solamente de una aventura de unos cuantos ambiciosos que por su cuenta se lanzaron precipitadamente y sin darse cuenta de aquello en que se estaban metiendo. Hay un entorno, hay un mar de fondo, hay una situación grave en el país y si esa situación no se enfrenta, el destino nos reserva muchas y muy graves preocupaciones”. De manera imprudente, sin presentir los abismos que la asonada estaba abriendo y quizá con una pizca de oportunismo (en 1994 sería presidente de la República otra vez); Caldera le quitó hierro a la acción de los golpistas y justificó su acción por los problemas que entonces enfrentaba el país.
En aquel artículo, decíamos, Cabrujas calificó, sin rastro de ironía, la intervención de Caldera de “discurso histórico, mezquinamente interpretado por algunos columnistas de este diario”. Se refería específicamente, lo diría una línea más adelante, a Antonio Cova y a Aníbal Romero, severos críticos del golpe. Y adoptó el tono pomposo, del que tantas veces hizo mofa, para asegurar que “la fulgurante palabra” de Caldera era la “que unos dieciocho millones de venezolanos querían oír”.
-El golpe -escribió Cabrujas– el que pudo ser, y no fue, el de “por ahora”, el cuchillo pendiente, el nuevo comensal invitado al banquete, no brotó del cielo, no es un aerolito proveniente de Ganímedes, sino la consecuencia de un estado de descomposición nacional del cual tienen la culpa los señores Pérez, Herrera, Lusinchi y Pérez II, vale decir los gobiernos de Acción Democrática y Copei sin más vuelta de hoja.
En mayo de ese mismo año, 1992, Cabrujas publicó un par de notas donde insistía en su reclamo de amnistía para los golpistas, aún cuando condenaba la acción del 4 de febrero por “inconstitucional y violenta”. Una de ellas se titulaba ‘La carta de Yare’. En ella se dirigía a los felones presos como “amigos recluidos en Yare”; y con una inflexión muy rara en él les decía: “Se han hecho ustedes parte del nuevo discurso político venezolano, de allí que los deseo en la calle, libres e integrados, plenos y dispuestos a las ideas. Muchos venezolanos queremos escucharlos, tal vez porque demasiada gente habla en nombre de ustedes. Les expreso mi afecto y mi admiración. La ‘arrechera’ los condujo a la cárcel. Nunca fue mala razón, si se toma en cuenta lo que hemos vivido en término de desesperanza. No están allí por corruptos ni por ladrones. Hago mío el deseo de verlos libres y de presenciar el sentido de esa libertad, más allá de palabras como hombría y machura. Ese día, amigos de Yare, habrá fiesta en mi casa”.
Para noviembre de 1992, cuando se produjo la segunda intentona, Cabrujas retornó a su acento acostumbrado y se rió a gritos del “gordo de la franela rosada”, que saltó a la fama por ese lance. No hizo una reivindicación de la democracia venezolana ni una defensa del gobierno surgido de elecciones que no habían sido impugnadas por ninguno de los participantes. Nadie se la pidió, por cierto.
Una revisitación completa de la figura de Cabrujas deberá ir más allá de sus columnas, sin duda menos relevantes que su teatro, e incluir sus guiones de cine, como el de la deliciosa película “Aventurera” (Pablo de La Barra, 1989), así como sus entrevistas, donde mostró aspectos de su interioridad que casi siempre mantuvo esquivos. En cualquier caso, es una figura digna de recuperación y debate.