En la aldea
09 octubre 2024

La oscura Asamblea Nacional del futuro

A menos que imaginemos, en un trance de candor, que en la valija de los diputados de la llamada “mesita” vendrán las cualidades de la diversidad y del atrevimiento; a nadie en su sano juico se le puede ocurrir que volverán al Hemiciclo los grandes discursos de la democracia representativa. No serán competencia para los colegas rojos-rojitos, sino solo la menguada comparsa de un continuismo de oscuridad y pupilaje que no debe sorprender. Los miembros de la sociedad venezolana, guiados por los líderes de la oposición, no pudimos evitar una vicisitud que nos abochornará.

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Elías Pino Iturrieta | 12 octubre 2020

No se necesitan dotes de clarividente para pronosticar los servicios que la Asamblea Nacional “votada” en el futuro próximo le rendirá al régimen usurpador. Se puede hacer un cálculo infalible sin acudir a la bola de cristal, porque solo basta con detenerse en la servidumbre de la actual Constituyente ante los mandatos de su amo y señor para saber lo que depara el futuro. Sin   considerar que, sea como fuere, ilegítimo de origen y producto de una manipulación escandalosa, un Parlamento tiene la obligación de hablar sobre los asuntos relacionados con el bien común, en especial si tiene la tarea de redactar una Constitución, de la rotunda negación de tales conductas se puede imaginar que el porvenir será su prolongación.

La Constituyente fraguada por la usurpación ni siquiera ha sido un remedo de parlamentarismo. Para parecerse a una reunión de representantes del pueblo hubiera intentado, en un rapto de locura o extravío, cierto amago de debate, alguna posibilidad de elocuencia, la voz de un orador sonando durante cinco minutos continuados. Hubiera sido atractivo presenciar una discusión de los constituyentes; conocer la sorpresa que pueden proporcionar los argumentos jugando en el bloque macizo del oficialismo; el choque de sonidos diferentes, pero los señores de las curules han sido los habitantes del cementerio de la mudez republicana. Debe ser de lo más interesante leer su Diario de Debates, para descubrir cómo se las arregla el secretario cuando debe incluir ideas que jamás se desarrollaron y vocablos que los oradores guardaron celosamente en sus bocas. Quizá los balbucearon en los lavabos, esos acogedores espacios que no solo sirven para orinar y para contar fajos de billetes, sino también para desahogarse de las opresiones del silencio. O para felicitarse con los íntimos por el cómodo rol de sirvientes bien pagados que viven de un oficio sin otro programa que cerrar el pico mientras el capitán-presidente se encarga de lo poco que se pueda mover en una Cámara mandada a hacer para la inmovilidad.

Pero lo escrito no es cierto del todo. Hay que ser justos. En ocasiones los constituyentes han descubierto las novedades de la locomoción y las virtudes de la diligencia. Hace poco, por ejemplo, cuando aprobaron la Ley de Poderes Especiales que les remitió el jefe Maduro. Tuvieron que llegar a tiempo a la sesión, en primer lugar, y luego escuchar la lectura de un proyecto de regulación extraordinaria que suplanta el contenido de la Carta Magna por la voluntad de la cabeza del Ejecutivo. Nada menos. Ya eso es trabajo, si se compara con las modorras habituales. Solo que muchos se quedaron con las ganas de desembuchar el discurso soñado, la pieza oratoria que han pensado y ensayado frente al espejo. Una ley de leyes, una potestad de potestades, la bendición de una voluntad superior e infalible, una entronización que ya hubiera deseado Fernando VII en el apogeo del absolutismo frente a los representantes de las cortes españolas del siglo XIX, podía permitir un torneo de intervenciones que los colocaría en el álbum de los padres conscriptos y por fin le daría trabajo al secretario, pero apenas se les concedió oportunidad. Algo se movieron, tres o cuatro pudieron estrenar una frase, un chirrido  relacionado con la envergadura del día. Por consiguiente, no parece serio afirmar que siempre han sido presas de la pereza, la molicie y la manumisión.

Pero, hecha la salvedad, el examen de los antecedentes “parlamentarios” puede anunciar con seguridad el penumbroso parlamentarismo del futuro. Porque a nadie en sano juico se le puede ocurrir que sucederán cosas distintas, que volverán al Hemiciclo los grandes discursos de la democracia representativa, que valdrá la pena sintonizar el Canal 8 para deslumbrarse con una gloriosa arenga, que algo de interés y novedad vendrá en el equipaje de un nuevo tren de siervos escogidos a dedo en Miraflores para que se ocupen del trabajo de la obediencia y de la negación de las ideas. No hace falta un análisis politológico para llegar a esa triste conclusión. A menos que  imaginemos, en un trance de candor, que en la valija de los diputados de la llamada “mesita” vendrán las cualidades de la diversidad y del atrevimiento. A menos que los creamos capaces de resucitar el discurso desaparecido de sus neuronas, que demasiado trajinado está para pensar que se van a levantar del camastro gracias al apoyo de un enjambre de votantes. A menos que esperemos el milagro de una resurrección desde el fondo de una prehistoria que se ganaron a fuerza de trompicones y de mostrar cada vez más el peso de la decrepitud. No serán competencia para los colegas rojos-rojitos, sino solo la menguada comparsa de un continuismo de oscuridad y pupilaje que no debe sorprender.

Y todo esto sin hablar de las “elecciones” preparadas para la unción del nuevo cortejo de momias rojas-rojitas, una befa de la voluntad popular y de la pulcritud cívica desde el mismo momento de su anunciación. Ni de cómo nosotros, los miembros de la sociedad venezolana guiados por los líderes de la oposición, no solo no pudimos evitar una vicisitud que nos abochornará como parte de una hipotética república, sino que, además, podemos garantizar desde ahora que no será una sorpresa.

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La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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