En la aldea
25 abril 2024

El voto autoritario (IV)

Los informes de Freedom House muestran que el número de países libres y de transiciones democráticas ha venido en declive. Larry Diamond ha observado que lo particular de este declive es que no responde a súbitos golpes, sino a medidas autoritarias adoptadas por gobernantes electos, que utilizan las instituciones constitucionales para destruir la democracia. Es, así, un proceso de muerte de la democracia en cámara lenta. Después de 2015 Maduro optó por cerrar la puerta de las elecciones competitivas, de lo cual resulta que hoy día los venezolanos pueden votar, pero no pueden elegir.

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En la entrega anterior de la serie dedicada a reflexionar sobre la compleja transición en Venezuela, alertaba sobre los riesgos del mito del voto, esto es, los riesgos de defender al voto en sí mismo, al margen de las condiciones bajo las cuales este se materializa. El caso de Venezuela ilustra muy bien la falacia de ese mito: Cada elección celebrada entre 1998 y 2015 fue un paso más hacia el autoritarismo -y no un paso hacia la democracia-.

Ahora quiero ahondar en esta reflexión, para explicar por qué el voto no es el componente esencial de la democracia, y por qué el voto puede ser el camino que lleve a la muerte de la democracia. Venezuela, de nuevo, es el telón de fondo de estas reflexiones.

Democracias con adjetivos

La tercera ola de democratización, hacia el último tercio del siglo pasado, llevó a consolidar el mito del voto, asociando elecciones con democracia: La consolidación democrática implicaba, básicamente, la conquista del voto como forma de expresión de la soberanía popular. Venezuela ayudó a alimentar ese mito, pues desde 1958 su democracia se venía consolidando con cada elección.

Bajo esta visión, el voto era el defensor de la democracia y los golpes de Estado (militares) eran su enemigo. La democracia, por ello, giró en torno al voto, a las elecciones y a los partidos políticos. Allí, precisamente, comenzó el problema.

Hitler había demostrado cómo se pueden utilizar las herramientas electorales para destruir la democracia, pero desde las propias instituciones democráticas, o sea, desde el voto, los partidos políticos y el propio sistema electoral. Un fenómeno similar comenzó a presentarse hacia finales del siglo pasado: Las democracias ya no mueren en golpes de Estado, sino en elecciones, como demostraron Steven Levitsky y Daniel Ziblatt en su libro How democracies die.

“Un rasgo de los autoritarismos populistas es la preferencia por la ‘democracia directa’, lo que envuelve el riesgo de desmontar los sistemas de pesos y contrapesos de la democracia representativa”

Actualmente, hay una creciente preocupación sobre el declive de la democracia constitucional: Tal y como reflejan los informes de Freedom House, el número de países libres y de transiciones democráticas ha venido en declive. Larry Diamond ha observado que lo particular de este declive es que no responde a súbitos golpes, sino a medidas autoritarias adoptadas por gobernantes electos, que utilizan las instituciones constitucionales para destruir la democracia. Es, así, un proceso de muerte de la democracia a cámara lenta.

Por ello, ya no basta con hablar de democracia ni de elecciones, pues es preciso colocar adjetivos que permitan distinguir aquellos casos -frecuentes, por lo demás- en los cuales la democracia constitucional muere a manos del voto. Para ello se habla de “autoritarismos electorales”, o sea, regímenes no democráticos que, sin embargo, se apoyan de elecciones para consolidar su poder autoritario. El voto, hoy día, puede ser un instrumento al servicio de autoritarismos.

Venezuela y la muerte de la democracia a manos del voto

Venezuela constituye uno de los mejores ejemplos de autoritarismos electorales. Como explico en mi reciente libro (Bases fundamentales de la transición en Venezuela) Hugo Chávez impuso un modelo autoritario basado en la retórica populista y en el voto como herramienta para destruir la democracia constitucional. Desde diciembre de 1998, Chávez promovió y ganó decenas de elecciones, pero ello no se tradujo en una democracia más fuerte. En realidad, lo único que se fortaleció fue el autoritarismo de Chávez.

“Desde diciembre de 1998, Chávez promovió y ganó decenas de elecciones, pero ello no se tradujo en una democracia más fuerte. En realidad, lo único que se fortaleció fue el autoritarismo de Chávez”

La mejor expresión de lo anterior fue el proceso constituyente de 1999, avalado por el voto popular en tres ocasiones, pero que contribuyó a deponer las instituciones de la Constitución de 1961 y consolidar los poderes en Chávez. Como dijera un catedrático italiano, ese proceso marcó la muerte de la Constitución de 1961. Yo agrego que esa muerte fue, en parte, alcanzada a través del voto.

Otra muestra de ello fue el referendo constitucional que rechazó la propuesta de reforma de la Constitución, en diciembre de 2007. Alguien podría decir que más bien ese evento demuestra la fuerza del voto, pues la propuesta fue rechazada. En realidad, sin embargo, ese rechazo popular no tuvo efectos inmediatos: Chávez impuso su reforma por medio de Decretos y sentencias de su Tribunal Supremo. Y el único punto que sí requirió una enmienda -la reelección indefinida- fue apoyado por el voto popular en el referendo de 2009. Esto es, que el pueblo votó por aprobar una reforma que socavaba las bases de la democracia constitucional, al instaurar -fraudulentamente, por lo demás- la reelección indefinida en un sistema presidencialista.

El voto al servicio de los autoritarismos populistas

Hoy día existe un nombre científico para describir las políticas de Chávez: Autoritarismo populista. Lo particular de esta corriente es que el voto es usado para avanzar en regímenes autoritarios, pues los electores deciden votar por líderes autoritarios. Vuelvo con el ejemplo del referendo de 2009: El pueblo apoyó, con el voto, una reforma constitucional autoritaria. Pippa Norris ha explicado, por ello, que lo interesante no es solo estudiar la oferta del autoritarismo populista (o sea, la conducta del líder autoritario), sino también la demanda: Por que los ciudadanos votan por líderes autoritarios populistas.

“Hugo Chávez impuso un modelo autoritario basado en la retórica populista y en el voto como herramienta para destruir la democracia constitucional”

Un reciente ejemplo a nivel comparado puede ser la consulta popular que propuso el presidente deMéxico, López Obrador, para requerir la opinión de los ciudadanos sobre si están de acuerdo en que se adelanten las “acciones pertinentes, con apego al marco constitucional y legal, para emprender un proceso de esclarecimiento de las decisiones políticas tomadas en los años pasados por los actores políticos, encaminados a garantizar la justicia y los derechos de las posibles víctimas”. En realidad, el Derecho de México, pero en especial, el Derecho Internacional, impone deberes específicos para investigar violaciones a derechos humanos, para lo cual no se requiere consultar al pueblo. Por ello, una hipotética respuesta negativa a la consulta podría derivar en la impunidad de violaciones a derechos humanos, todo lo cual demuestra que esta consulta, más que un ejercicio democrático, luce más como un ejercicio populista.

De allí que un rasgo de los autoritarismos populistas es la preferencia por la “democracia directa”, lo que envuelve el riesgo de desmontar los sistemas de pesos y contrapesos de la democracia representativa. Eso permite hablar también de una “democracia popular”, en la cual la norma suprema ya no es la Constitución sino la voluntad del pueblo, manipulada por el líder autoritario. Aquí, nuevamente, queda en evidencia cómo el voto no siempre está orientado a fortalecer la democracia constitucional.

Rescatando al voto en Venezuela

En Venezuela la democracia constitucional murió, en parte, en las urnas electorales. Chávez utilizó el sistema electoral para apalancar su modelo autoritario; para lo cual fue necesario reducir gradualmente las condiciones de integridad electoral, como Javier Corrales ha demostrado recientemente. Las elecciones que promovió Chávez fueron competitivas, pero a medias: La corrupción electoral fue una constante, en especial, por el uso del patrimonio público con fines electorales y las ilegítimas intervenciones del Tribunal Supremo, como en especial quedó demostrado en el referendo revocatorio de 2004 y en las elecciones presidenciales de 2013.

La última elección competitiva en Venezuela fue en diciembre de 2015. Luego de ello, Maduro optó por cerrar la puerta de las elecciones competitivas, de lo cual resulta que hoy día los venezolanos pueden votar, pero no pueden elegir. La democracia en Venezuela, como dijo Steven Levitsky, está muerta.

Seguir pensando por ello que el cambio vendrá solo por el voto (pues el voto es una conquista ciudadana y un derecho inalienable) es, en mi opinión, errado. Esto no implica restarle relevancia al voto. Todo lo contrario, dentro de las condiciones necesarias para lograr con éxito la compleja transición en Venezuela, está el rescate del voto. Pero hasta tanto ello no se logre, insistir en el voto como un fin en sí mismo solo producirá los mismos resultados obtenidos, en especial, después de 2015 -con la diferencia de que, actualmente, el colapso del Estado fallido venezolano agravará las consecuencias de elecciones igualmente fallidas-.

El inicio de la compleja transición venezolana, por ello, debe ser no electoral.

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La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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