En la aldea
06 diciembre 2024

El día que Ruiz Pineda dio su sangre por la dignificación de Venezuela

Considerado por muchos como el alma de la democracia venezolana del siglo 20, Leonardo Ruiz Pineda un tachirense que le hizo honor a su tierra desde donde se convirtió en un notable dirigente político, sin abandonar su pasión por la escritura. “Era, por temperamento”, escribió Rómulo Betancourt en carta a Rómulo Gallegos y Andrés Eloy Blanco, del 29 de octubre de 1952 “el hombre menos indicado para morir en una encrucijada de violencia”. Ramón J. Velásquez diría sobre su amigo de la infancia: “Los factores de prestigio, de autoridad, la palabra, el carisma, los tenía todos. Era el individuo capaz de convencer, de halagar y de amenazar al mismo tiempo”.

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Milagros Socorro | 21 octubre 2020

La primera plana del diario El Nacional, en su edición del 22 de octubre de 1952, traía una horrible fotografía del Gordo (Edumundo) Pérez, donde se veía un bulto sanguinolento, tapado con una sábana que algún vecino piadoso debe haber aportado, tirado en la Avenida Principal de San Agustín del Sur. Al pie de la imagen decía: “Un solo proyectil cegó la vida del doctor Leonardo Ruiz Pineda; la bala penetró en la región malar derecha y siguiendo una trayectoria ascendente asomó cerca de la región parietal izquierda; el cuerpo quedo tendido en la calle, boca arriba con los pies dirigidos hacia la acera, entre un gran charco de sangre”.

Era una noticia terriblemente dramática. No solo porque daba cuenta de un asesinato en mitad de la vía pública, con evidentes trazas de haber sido perpetrado por la policía política del régimen de Pérez Jiménez, sino porque la víctima era Leonardo Ruiz Pineda, escritor y político, quien había dado sólidas muestras de ser de lo más noble de Venezuela. Venían tiempos de canallas.

Leonardo Ruiz Pineda había nacido en Rubio, estado Táchira, el 28 de septiembre de 1916. Hizo la primaria en Rubio y el bachillerato en el Liceo Simón Bolívar, en San Cristóbal, donde fundaría, con Ramón J. Velásquez y Ciro Urdaneta Bravo, la revista Antena (1930). A los 14 años ya tenía claridad acerca de su vocación de escritor y periodista, y ya había presenciado, como todos los habitantes de la capital tachirense, las crueldades del entonces presidente del estado, Eustoquio Gómez, primo hermano del Benemérito, especie de sicópata que ejercía el gobierno regional con mano más que férrea, crudelísima. Cuentas que los crímenes de Eustoquio Gómez marcaron para siempre al niño Ruiz Pineda, quien desarrolló horror a la violencia.

En septiembre de 1933, se trasladó a Caracas para estudiar Derecho en la Universidad Central de Venezuela. En el equipaje traía los originales de sus relatos y poemas. En el autobús que lo llevó a la gran ciudad, tenía de vecino a Ramón J. Velásquez. El 21 de octubre de 1982, cuando se cumplieron 30 años del martirio de Ruiz Pineda, Velázquez fue invitado al programa de televisión de Sofía Ímber y Carlos Rangel, en Venevisión.

“En esos durísimos comienzos de los años ‘50, Leonardo Ruiz Pineda era la libertad o la esperanza de libertad”

Elisa Lerner, escritora

-Desde sus días escolares era una personalidad singular -contó el historiador-. Es curioso, él lograba en nuestro Táchira nativo estar al día, no sé por qué medios, de todos los cambios revolucionarios del mundo y de Caracas, con Gómez aún vivo. Estábamos en la escuela y él de pronto se presentaba con una revista de vanguardia literaria que había en Caracas, “Arquero”, en la que estaban grandes figuras, como Luis Castro, Pablo Rojas Guardia, todos los poetas. Bajo los árboles que rodeaban el gran liceo leíamos eso. De Cúcuta traía de contrabando los periódicos de Bogotá, decididamente antigomecistas, y los libros de José Rafael Pocaterra; o sea, que conocimos toda la literatura antigomecista cuando estábamos en primero y segundo año de bachillerato, estimulados por Ruiz Pineda.

“Cuando muere Gómez”, siguió Ramón J. Velásquez, “y se abre todo el país y caen las murallas y viene aquel renacimiento, Ruiz Pineda se incorpora. Durante los primeros meses no hay jefe, no hay caudillo, es el pueblo en la calle. Ruiz Pineda se ensayó como orador el 14 de febrero de 1936, estábamos en bachillerato. Resulta que él era novio de la hija de un jefe civil andino, tachirense, de los perseguidos, a quienes les destruían las casas; y en el momento en que van a quemar, a saquear, la casa donde vive esta niña, Ruiz Pineda se sube a las grandes rejas y desde allí improvisa un discurso diciendo que ella es también la libertad secuestrada: “Ahí no está el padre, ahí está la niña. ¿Cómo van a saquear?”. Y así convenció a la gente de que no saquearan esa casa. Tras graduarnos de bachiller, nos vinimos a Caracas los dos, el mismo día, en el mismo autobús, Ruiz Pineda y yo”.

Se graduarían también de abogados el mismo día. Pero Ruiz Pineda regresó a San Cristóbal, donde se convertiría en un notable dirigente político, sin abandonar su pasión por la escritura. Se había iniciado en la militancia en las filas del Partido Democrático Nacional (PDN), en actividad clandestina, y una vez en San Cristóbal funda un diario que se llamaba Frontera, que sería el centro de un gran debate político en el Táchira.

El 18 de octubre de 1945, cuando cae el general Medina Angarita, el primer secretario de la Junta Revolucionaria sería Ruiz Pineda (cuyo secretario privado sería Carlos Andrés Pérez, de 20 años). Pero estalla en el Táchira un movimiento que aspiraba la restauración del poder andino, entonces Rómulo Betancourt nombra a Luis Beltrán Prieto secretario de la Junta y envía a Ruiz Pineda como gobernador del Táchira, un destino muy difícil en ese momento, del que saldría con éxito.

Al llegar al poder, Rómulo Gallegos, en 1948, nombró a Ruiz Pineda titular del Ministerio de Comunicaciones. Estaba en Miraflores cuando llegaron a detener a Gallegos para derrocarlo, por eso el tachirense estaba en el primer grupo de prisioneros. Estaría en prisión seis meses. Salió el 19 de abril de 1949. De inmediato pasó a la clandestinidad, donde se le atravesaría ese único balazo que lo abatió en una calle de Caracas.

-Con Leonardo -les dijo Ramón J. a Sofía Ímber y a Carlos Rangel– hubo un problema distinto al de la resistencia corriente y normal, porque él se empeña desde un principio, con una gran audacia, en hablar con los adversarios en los momentos más difíciles y cuando la persecución es más enconada. En la forma más abierta, más espontánea, con una gran audacia, es una audacia que le acompañaba. Estaba empeñado en infundir y organizar el movimiento de la resistencia, golpear la conciencia cívica, que estaba dormida en el país.

Cuando Carlos Rangel le pregunta por qué Pérez Jiménez se ensañó con Ruiz Pineda, el amigo de infancia de este responde: “Porque Leonardo se había constituido en el primer peligro nacional para la dictadura. Estaba aquí, en el país, estaba luchando, estaba creciendo su fama y no hay que olvidar los vínculos de paisanaje, los vínculos creados durante los tres años del gobierno revolucionario entre Leonardo y toda esa oficialidad joven, que se retiró años más tarde como generales y como almirantes, pero que en ese momento eran capitanes y mayores, a la mayoría de los cuales los había conocido en el Liceo Simón Bolívar, en la escuela de Rubio, luego aquí y durante la etapa 45-48 tuvo la oportunidad de dialogar con ellos, de ayudarlos en mucho, de vincularse”.

Y cuando Rangel le dice: “De haber vivido, Ruiz Pineda habría sido presidente de la República”, Velásquez respondió sin titubear: “Indudablemente. Los factores de prestigio, de autoridad, la palabra, el carisma, los tenía todos. Era el individuo capaz de convencer, de halagar y de amenazar al mismo tiempo, y de darle importancia a cada contertulio”.

Mientras era gobernador del Táchira no perdió ni un minuto. Se desempeñó como profesor, se casó y fundó, en 1941, la seccional del partido Acción Democrática. Y al salir de la cárcel, en 1949, asume la Secretaría General de Acción Democrática en la clandestinidad para luchar contra la Junta Militar. De hecho, los sicarios los sorprenden dos semanas después de haber escrito el prólogo de “El Libro Negro de la Dictadura”, editado por José Agustín Catalá, donde se enumeran las detenciones ilegales, las torturas y los asesinatos del régimen a sus adversarios.

“Era, por temperamento”, escribió Betancourt en carta a Rómulo Gallegos y Andrés Eloy Blanco, del 29 de octubre de 1952 “el hombre menos indicado para morir en una encrucijada de violencia. Pero la Venezuela de ‘ellos’, que es un retorno a la etapa más cercana a la selva, lo impuso así. Se superó a sí mismo ese hermano menor inmolado, dándose a la lucha que acaso chocaba con sus más íntimas fibras espirituales. Eso es lo que más admiro en Leonardo, acaso lo que quedará de más ejemplarizante de su conducta: Que no siendo el cásico animal político, dio su esfuerzo y terminó dando su sangre por la dignificación de Venezuela”.

La escritora Elisa Lerner, quien lo conoció cuando ella era una adolescente, escribió, en 2012, que “en esos durísimos comienzos de los años ‘50 (asesinado ya Delgado Chalbaud, acaso una falsa ilusión a la que atarse), Leonardo Ruiz Pineda era la libertad o la esperanza de libertad”.

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