En la aldea
13 septiembre 2024

La apostilla del maestro

Me gusta denominar República Civil (1958-1998) aquella Venezuela que con políticas públicas de inclusión y oportunidades a la migración, contribuyó a moldear la Venezuela que transitaba hacia la modernidad y el desarrollo. Hoy, venezolanos, profesores universitarios altamente calificados son repartidores en bicicleta, médicos, enfermeras y profesionales de la salud sirven mesas y abogados trabajan de choferes. Sin desmerecer la importancia del trabajo digno, muchos países se están perdiendo de valiosos aportes que nuestra población migrante calificada puede darles, por falta de un sello, de una apostilla, de un papelito.

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Zair Mundaray | 28 octubre 2020

No puedo dejar de imaginar el momento cuando llegó por primera vez a la Universidad Central de Venezuela (UCV). Si lo hizo por el arco de la Plaza Venezuela, se debe haber topado con la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales, con sus murales de Mateo Manaure o de Félix George. Si optó por seguir hacia el rectorado, probablemente pudo haber quedado deslumbrado por la escultura de Henri Laurens al lado de “Tierra de Nadie”, o por los murales de Fernand Léger o Víctor Vasarely. Ojalá lo hayan paseado de entrada por los espacios contiguos al “Aula Magna” engalanados con murales de Pascual Navarro, o por la escultura “Pastor de Nubes” de Jean Arp, flanqueada por el hermoso mural de Manaure.

Pocos tal vez vislumbraron, la relevancia que implicaba que ese tótem del pensamiento jurídico y político de su tiempo, arribara a nuestra universidad museo. Debe haber caminado entusiasta por sus espacios llenos de colores, en los que las luces y sombras que genera el sol del trópico, parecen danzar de un lado a otro dependiendo la hora del día.

Fue sin duda un momento memorable para la educación venezolana, llegaba a Venezuela en 1958, momento fundamental de reconstrucción de la civilidad en nuestro país. Se le había encargado el diseño y fundación de un instituto de Estudios Políticos, adscrito a la Facultad de Derecho, el cual fundó y dirigió exitosamente hasta su jubilación en 1979. Vale destacar, que luego de su jubilación fue a España a encargarse en la naciente democracia, del recién creado Tribunal Constitucional Español, el cual presidió.

El maestro Manuel García Pelayo, venía de un autoexilio que lo había hecho radicarse en Argentina y luego en Puerto Rico, lugares en los que hizo importantes aportes como docente. Antes, había participado activamente en la Guerra Civil Española, por lo que terminó preso en uno de los campos de concentración dispuestos por Franco para los defensores de la República.

“Estoy convencido que parte de la política revolucionaria se centra en expulsar a la mayor cantidad de venezolanos de nuestro territorio, y que los que se vayan, lo hagan en las peores condiciones”

Nunca dejó de investigar, de adentrarse en el conocimiento de todas las corrientes de la filosofía jurídica y del constitucionalismo. Tampoco cesó de escribir, su vasta obra y publicaciones son un legado invaluable y de obligatoria consulta. En la Facultad de Derecho que contribuyó a edificar y fortalecer, fundó y dirigió revistas como Documentos y Politeia, colecciones enteras como Antologías del Pensamiento Político, Clásicos Políticos, Textos y Documentos, Historia de las Formas Políticas, Cuadernos del Instituto de Estudios Políticos, y tantos otros.

La historia Manuel García Pelayo en Venezuela no es un hecho casual, por el contrario, es el reflejo de una política pública de inclusión y oportunidades a la migración. Esto contribuyó a moldear la Venezuela que transitaba hacia la modernidad y el desarrollo durante lo que me gusta denominar República Civil (1958-1998). De forma casi natural, se eliminaron los obstáculos burocráticos que impedían que los extranjeros desarrollaran su proyecto de vida de acuerdo a sus potencialidades. Esto fue de un grandísimo provecho para el país, quien en esa época supo aprovechar el conocimiento, las destrezas, saberes y trabajo de los recién llegados a favor del desarrollo nacional. Por décadas fueron acogidos con afecto, e incluso muchas de las costumbres que trajeron se incorporaron a nuestra cotidianidad como si siempre hubiesen estado ahí.

Hoy, cuando millones de venezolanos huyen despavoridos de una brutal Emergencia Humanitaria Compleja causada por una tiranía mafiosa, nos hemos topado con una serie de obstáculos que dificultan nuestra integración en los países de acogida. Los trámites burocráticos que impiden a muchos profesionales el ejercicio de sus conocimientos, nos brindan historias que parecen insólitas. Profesores universitarios altamente calificados son repartidores en bicicleta, médicos, enfermeras y profesionales de la salud sirven mesas y abogados trabajan de choferes. Advierto que el trabajo dignifica y permite en economías normales, alimentar y mantener a las familias, que los niños estudien e incluso enviar remesas a familiares que están en Venezuela. Sin embargo, muchos países se están perdiendo de valiosos aportes que nuestra población migrante calificada puede darles, por falta de un sello, de una apostilla, de un papelito, o del pago de cualquier arancel.

Estoy convencido que parte de la política revolucionaria se centra en expulsar a la mayor cantidad de venezolanos de nuestro territorio, y que los que se vayan, lo hagan en las peores condiciones. De ahí que la obtención de cualquier documento es un verdadero calvario, adentrarse en un espiral de corrupción, un laberinto creado para que se desista del trámite o que ni siquiera se intente.

No imagino una escuela de derecho en la UCV, sin la impronta histórica del profesor García Pelayo, todo eso se hubiese perdido si un burócrata detrás de una taquilla obedeciendo una política de exclusión, le hubiese pedido la apostilla con menos de tres meses de sus títulos, notas certificadas y programas, más la partida de nacimiento. Hubiese terminado marchándose a otro país, o tal vez trabajando en el nuestro de cualquier otra cosa y no formando a generaciones de profesionales, tal como ocurrió. Genera angustia solo pensar, de todo lo que el país se hubiese perdido.

El maestro, luego de culminar su pasantía por la Corte Constitucional española volvió a Venezuela, donde murió en 1991. Tanto amor le profesó a nuestro país que acá pasó sus últimos días rodeado de sus quereres, de El Ávila, y quizá dando uno que otro paseo por la Universidad que le permitió enseñar y a la que tanto aportó. Nuestro país tiene mucho que agradecerle, como también a los gerentes públicos que comprendieron las posibilidades que ofrecía la migración. Gracias a todos ellos.

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La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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