Es nuestra “Veuve Clicquot” de los chocolates. Al frente de su empresa familiar, Franceschi Chocolate, ha llevado el chocolate venezolano a los lugares más conocidos -y también a los más recónditos- de nuestro globo, donde han obtenido premios y reconocimientos por su altísima calidad e impecable manufactura.
De niña quería ser maestra, tal vez por la influencia de una maestra inspiradora, que hoy debe sentirse orgullosa de su siembra. También consideró ser cantante, pero su pobre oído musical se lo impidió.
Guarda hermosos recuerdos de su infancia en Carúpano, estado Sucre, sobre todo de cuando se reunían a contar historias de familia.
Hoy, desde el cargo ejecutivo más alto, dirige con tino y ha hecho crecer su compañía a punta de trabajo, excelencia y méritos, honrando así su ascendencia corsa. La humildad es una de sus características que resaltan y que no tengo dudas de que la ha catapultado al éxito. Lejos de dormirse en los laureles, Claudia no tiene problemas en pedir ayuda, asesorarse, decir “no sé”. Valora y aúpa el trabajo en equipo. El que FranceschiChocolate sea hoy una referencia mundial se le debe a la forma como ella se organizó y puso todo en marcha, apoyada por un equipo con mística y amor por lo que hace.
Considera que a las mujeres -aún en pleno siglo XXI- todavía nos falta, sobre todo en lo que se refiere a conciliar nuestros roles de madres e hijas con el trabajo.
Y sobre Venezuela, es el lugar donde vive y donde quiere morir.
-La niña Claudia Franceschi ¿con qué soñaba?, ¿te imaginaste alguna vez que ibas a llevar las riendas de una empresa y llevarla al máximo de su excelencia?
-La niña Claudia soñaba como cualquier niña en ser maestra, creo que es un clásico en los años de infancia: Idealizamos a nuestras maestras o queremos ser policías o bomberos. Jugar a la escuelita era parte de mis juegos con mis primas y amigos. También quería ser cantante como Flans o Karina (jajaja). La vida me llevó por otras circunstancias a cumplir o convertir ese sueño de niña en realidad, porque el de cantante estaba muy complicado pues no tengo oído musical. Lo que sí confirmo es que nunca me imaginé llegar a trabajar con mi familia, con cacao y menos con chocolate. Lograr y ayudar a construir una empresa y colaborar en su crecimiento nunca fue mi sueño, lo veía muy alejado y distante de mis sueños de pequeña. Actualmente puedo confirmar que amo lo que hago.
-A todos los descendientes de corsos nos enseñaron la importancia del legado de nuestros ancestros: Trabajo duro, rectitud, honestidad. Tú eres una de las exponentes de ese legado maravilloso. Háblame de tu familia, de esas raíces que se sembraron en Venezuela.
-El legado corso fue algo que nos transmitieron desde pequeños. Siempre en la mesa y en las reuniones familiares se hacía referencia de los corsos, historias, anécdotas y recuerdos. Nos inculcaron el amor a nuestros ascendientes, a la familia y a conocer qué hicieron y quiénes eran. Yo soy la sexta generación de ese primer Franceschi que llegó del pueblo de Pino, del Norte de Córcega, a Carúpano. Tanto era la admiración y orgullo hacia nuestras raíces que tengo como recuerdo -muy preciado y guardado como un tesoro- un dije de plata con la forma de la Isla, que me colgaba de pequeña en una cadena. Mi familia siempre fue una familia trabajadora, con un sentido de responsabilidad y compromiso impresionante, parte de los principios que siempre vimos en mis abuelos y que mi papá y mis tíos nos los transmitieron. Cuando era pequeña viví en Carúpano y parte de las rutinas familiares era sentarse “en el portal” de la casa de mis abuelos en Macarapana a oír las historias de la familia, de cualquier trabajador, de alguna faena o experiencia de trabajo. Vivíamos de las historias y a mí me encantaba escucharlas. Definitivamente, coincido que ese legado corso de que haces mención, lo vivimos y predicamos, me siento muy orgullosa de él.
-¿Cómo fue el proceso de llevar Franceschi Chocolate de lo que era a ser una de las mejores del mundo en su rama?
-El trabajo con los chocolates ha sido largo, de mucha dedicación y perseverancia. Un trabajo de aprendizaje constante que no cesa, tanto en el ámbito personal como profesional. He aprendido de errores, de experimentar victorias y fracasos, pero creo que lo mejor ha sido entender que el trabajo en equipo es fundamental, así como ser humildes y honestos con nosotros mismos. Cuando no sabemos algo, siempre hay que buscar a una persona o algún asesor que pueda ayudar o saber más que uno. Las buenas relaciones humanas y la curiosidad para aprender y tratar de posicionar el chocolate, ha sido la clave.
-¿Te ha costado ser mujer en un campo donde aún en pleno siglo XXI existe el machismo?
-Definitivamente. Todavía a las mujeres nos cuesta posicionarnos en altas gerencias, ganar el mismo sueldo que los hombres y a veces ser juzgadas por las mismas mujeres, porque no estás cumpliendo a tiempo completo un rol de mamá dedicada y de esposa ejemplar. Creo que no es fácil y muy complicado llegar a conseguir el equilibrio de ser mujer trabajadora, mamá, esposa, hija, hermana y buena amiga en el siglo XXI. Al principio confieso que para mí no fue fácil, creo que con el pasar del tiempo y la madurez, la confianza que siento en mí misma y el posicionamiento que he logrado en lo laboral y personal se me ha hecho más sencillo.
-Cuéntame de tus planes a futuro.
-Actualmente estoy enfocada en que el cacao y el chocolate venezolano siga teniendo un espacio en el mundo internacional. Que no dejemos de “sonar”, que estemos presentes en la mente del consumidor en diversos países y que seamos parte de las opciones de chocolate en el mercado. Estoy enfocada en entender tendencias, innovar, aprender, conquistar nuevos paladares y nuevas fronteras con Franceschi Chocolate.
-¿Qué significa Venezuela para Claudia Franceschi?
-Es mi casa, mi idiosincrasia. Me siento tan orgullosa de ser venezolana, orgullosa de mis raíces, de mi mezcla bien particular que sólo se consigue en esta Tierra de Gracia (caraqueña, carupanera, con ascendencia corsa, danesa y peruana). Es la tierra donde nací y donde quisiera morir.
*Las fotografías fueron facilitadas por la autora, Carolina Jaimes Branger, al editor de La Gran Aldea.