Este 5 de enero hubo solo dos líderes en la Asamblea Nacional, suficientes para dirigir al resto: Diosdado Cabello y Jorge Rodríguez. Diosdado es Sonny, el miembro más incandescente de la familia, a ratos ofuscado; el que buscará al cuñado para darle su merecido si vuelve a saber que le ha tocado un pelo a su vulnerable hermana. Quizá se pase un poquito en el castigo pero nadie negará, caramba, que reacciona como a cualquiera de nosotros le gustaría reaccionar en un caso semejante.
Jorge Rodríguez es Michael, el más inteligente. Sabrá administrar su resentimiento contra las familias rivales. No va a meterse en el mercado de las drogas (al menos no directamente), pero que nadie le busque las narices porque se las va a encontrar. Se involucrará en persona cuando haga falta, sin reparar en riesgos, como cuando despacha en un restaurant a Sollozzo y al bribón del policía McCluskey con la pistola que previamente le han guardado tras la cisterna del baño. Sabe lo que tiene que hacer y no titubea. Aunque Iris Varela y Didalco Bolívar se encuentren en la directiva de la recién inaugurada Asamblea Nacional, no pintan nada. Son comparsa, plato de segunda mano, los utilities del entramado familiar.
Alguno juró por Dios y por Chávez, total, son intercambiables en su particular imaginario.
De Diosdado Cabello hay suficiente material en WikiLeaks y en las diversas páginas que están al alcance de un clic. Sin embargo, ninguna web se pregunta cómo ha sido posible su proceso de envilecimiento, que debería ser perfectamente analizable siguiéndole la trayectoria, sus amistades, sus compromisos con este y con aquel. Hay un apellido Sarría que le persigue como una sombra tenaz. Una vez Chávez le dijo un piropo por sus pestañas (¿o fue por su manera de entrecerrar sus ojos pícaramente?) durante un Aló Presidente. Habría que encontrar ese instante. ¿Hubo un embelesamiento mutuo?, ¿o fue la puesta en escena de una relación en la cual el jefe bromea confianzudamente con su secuaz para demostrarle a la audiencia que en cualquier momento pudiera humillarlo, si así lo desea?
Dicen en esas páginas dedicadas al personaje que el poder de Diosdado proviene de sus inicios militares. Dicen, asimismo, que se convirtió en el discípulo más fiel de Hugo Chávez tras las intentonas golpistas. Como quiera que sea, Diosdado fue un eficiente ejecutivo durante los prolegómenos del gobierno chavista, cuando dirigió Conatel y llevó adelante una ley hecha en consenso con las operadoras de telecomunicaciones. ¡Un Diosdado Cabello buscando el consenso, eficiente, dialogador! Algo pasó en el camino. Habría que preguntarse con él lo mismo que Vargas Llosa se preguntaba respecto a Perú: ¿En qué momento se jodió Diosdado Cabello?, ¿o es que ya venía jodido de fábrica pero al principio disimuló? Participó en el intento de golpe de Estado de 1992 contra Carlos Andrés Pérez, de modo que es más probable esta segunda posibilidad. En todo caso, ameritaría una gran biografía. Cabello pasó a la clandestinidad 24 horas durante los sucesos del 11 y 12 de abril de 2003, luego reapareció cuando se sintió seguro. Estuvo un día como presidente, para luego devolverle el poder a su comandante.
Eso de pasar a la clandestinidad tan abruptamente no lo hubiese hecho jamás Sonny. Sonny se hubiera lanzado a la calle en defensa de su padre, Don Vito, a pecho descubierto. Lo hubieran tenido que matar para acallar su voz libertaria.
Lo cual quiere decir que entre esta familia y la de Corleone apenas hay alguna que otra coincidencia. ¿Y dónde quedaría Nicolás Maduro, a todas estas? Pues sería, en esta versión distópica y amañada de los Corleone, el hermano Fredo, el que primero mandan a Las Vegas porque no saben qué hacer con él en Nueva York. Está de más, es torpe, débil y cobardica.
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La biografía de Jorge Rodríguez, Michael para los amigos, no podrá ser escrita sino por un estudioso de Lacan. No hay otra manera de entrarle a ese cerebro. Deberá contar ese valiente escribidor, además, con la asesoría de algún discípulo de Freud sacado de ultratumba. De Jorge Rodríguez se ha escuchado decir que antes fue una persona solidaria, comprometida con su profesión, afectuosa incluso, con inquietudes literarias. Sí, ganó el concurso anual de cuentos de El Nacional cierta vez, el mismo que ganaron Guillermo Meneses y Carlos Noguera. Jorge es siquiatra de toda la vida, hoy en día lo es por encima de cualquier otra circunstancia: Debe consultarse a sí mismo cada noche, echando hacia afuera toda la bilis acumulada en su conciencia durante la jornada. Si no se autoconsulta, le estalla la cabeza como a los marcianos de Mars Attacks cuando escuchan música.
Jorge no podrá nunca dejar de ser un analista de su propia locura. Ese es su leitmotiv, de este modo expía cada bulo, cada fake new lanzado. Se ha entrenado en su etapa buena. Fue médico residente del Instituto Venezolano de los Seguros Sociales, docente del postgrado en Psiquiatría del Hospital Universitario de Caracas y del postgrado de Psicología Clínica Comunitaria de la UCAB. Ejerció privadamente su profesión. Como estudiante presidió la Federación de Centros Universitarios de la UCV y también el Centro de Estudiantes de la Escuela de Medicina «Luis Razetti». Estuvo en la Plancha 80 de la UCV, donde también militaban Juan Barreto y Kico Bautista.
Luego se hizo famoso. Era simpático en las ruedas de prensa que organizaba el Consejo Nacional Electoral (CNE) hacia el año 2004, en plena época chavista, en vísperas del referendo que trajo tanta amargura y frustración a Venezuela. Pero a él se le veía pleno, brillante. Una personalidad para imponerse. Conocía, o parecía conocer, a cada periodista por su nombre. Despertaba confianza. Al salir del CNE no tenía rumbo fijo. La gente creía que era hombre de una sola causa, la administración pulcra de los votos depositados por los venezolanos. Que no encajaría en el aparato ejecutivo chavista, tan mediocre, tan acomodaticio.
Vaya que sí encajó. Y en el Legislativo también. Ha pasado por todas las instancias, ha protagonizado todos los reacomodos y enroques del chavo-madurismo hasta llegar a lo de ahora, el rescate de la Asamblea para volver a lo mismo, una vez más. «Para volver a volver», como le dijo Chávez a su antiguo camarada Pablo Medina refiriéndose a la reconquista de un artefacto del proselitismo político al estilo MBR-200 (en ese momento me pregunté qué carajos había querido decir el comandante con esa frase calamitosa; luego seguí sin entenderla).
De rama en rama, Jorge también se ha convertido en algo distinto y ha vuelto a volver, volviendo una y otra vez sin dejar de ser él mismo. En el camino ha sufrido su propio proceso de envilecimiento. Se ha convertido en ese demonio de Tasmania que pateó la mesa en República Dominicana en 2017-2018, de una manera grosera, ante el asombro de los anfitriones, el presidente Danilo Medina y su canciller. Hasta Rodríguez Zapatero, quien le había presentado un papel para tratar de que aceptara algo de lo propuesto por la delegación opositora, salió con las tablas en la cabeza. En esa reunión fue evidente que su hermana le sirve como simple recadera. Fue la demostración palpable de que Jorge Rodríguez, el más chavista entre los chavistas, no busca diálogo, ni acuerdo, ni libertad para elegir en Venezuela.
Lo que deseaba, lo que siempre ha deseado y seguirá deseando por siempre, es venganza porque la democracia le asesinó a su papá. Mejor dicho, se lo asesinaron unos policías que se sintieron con la discrecionalidad de pegarle tanto que lo mataron sin querer. De allí el demonio de Tasmania, el Michael capaz de actuar y mentir con la suficiente sangre fría como para levantarse un momento de la mesa, pidiéndole educadamente permiso a sus contertulios, para ir al baño un momentico, desenvainar una pistola escondida detrás de una cisterna, regresar a la mesa y propinarle un par de pepazos al diálogo hasta dejarlo desangrado en el suelo.
En esta foto de familia han quedado difuminados Iris Varela (con todo y sus greñas) y Didalco Bolívar, el hombre que salió millonario en dólares de la gobernación de Aragua. Todos deberán ser retratados, forman parte de La Familia, así, con mayúsculas más grandes que las de Vito Corleone. En el retrato de esta otra Familia deberían figurar, aunque más velados todavía en la foto, los otros 272 diputados al servicio del Gobierno.
Freud demostró que el carácter es el destino del hombre. Hay hombres cuyo carácter se realiza y se concibe gracias a una estructura autoritaria en dos esferas: En el Estado y en la familia. La pregunta que surge, entonces, es una y solo una: ¿Hasta qué punto tiene el pueblo venezolano una estructura de carácter opuesta a la idea autoritaria del chavo-madurismo?
@sdelanuez
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