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19 abril 2024

🎥El 4 de febrero que yo recuerdo

No soy de quienes cargan sobre Rafael Caldera la culpa por la llegada de Hugo Chávez a Miraflores, pero no olvido esa parte de su intervención y la molestia que me causó oír que los golpistas no buscaban asesinar al presidente y a su familia. Fracasaron sí, pero la intención quedó claramente tatuada a balazos en las paredes de Miraflores y La Casona. Transcurridos 29 años y 22 con los golpistas en el poder, ya sabemos que era mentira lo que los movía ¿justicia, derechos humanos, igualdad de oportunidades, corrupción? No entiendo todavía por qué razón hubo tanta timidez, por decir lo menos, en defender y destacar los grandes logros de los 40 años de democracia. Este es mi recuerdo de lo que vi aquel día, la madrugada que llegué a Miraflores y todavía había sangre en el piso.

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Mari Montes | 05 febrero 2021

Había sangre en el piso del Palacio. Los rastros en el pasillo que conduce al despacho, permitían imaginar lo que había pasado horas antes.

Llegué temprano todavía estaba oscuro. El presidente Carlos Andrés Pérez ya había regresado a Miraflores. En la madrugada la asonada sorprendió a todos. Le entraron con una tanqueta al Palacio Blanco y llegaron disparando contra los soldados de la Casa Militar, de ellos era la sangre fresca que aun no habían limpiado.

Por 29 años hemos visto los videos que registraron el ataque, en las hemerotecas hay bastante material del trabajo de los reporteros a quienes les tocó informar los acontecimientos de aquel día.

Yo trabajaba para la FM 104.5, del Circuito Capital, cubría la fuente parlamentaria, y Acción Democrática. Ese día la cobertura fue para la FM y la AM Capital 710, donde en las noches tenía un espacio junto a María Isabel Párraga y Eli Bravo, “Adán, Eva y La Culebra”, un programa que resumía los eventos noticiosos del día, opinábamos y hacíamos entrevistas. El 3 de febrero habíamos tenido a la periodista Isa Dobles. No se me olvida que le preguntamos sobre la posibilidad de una asonada militar, a propósito de un comentario que había hecho en su programa de televisión José Vicente Rangel, sobre descontento en los cuarteles. Ella, crítica como siempre, habló de las razones que existían para estar inconformes con la situación de Venezuela, pero negó tener idea del ruido de sables. En ese entonces, Isa vivía cerca de la casa de mi mamá en La Boyera, la llevé y nos fuimos conversando de un tema que nos era afín: El béisbol, eran días de la Serie del Caribe y a Isa le gustaban las Águilas del Zulia, campeones de la LVBP de la temporada 91-92, presentes en Hermosillo, México. Esto último lo cuento para dar una idea de lo relajadas que fuimos desde Los Ruíces hasta que nos despedimos. No sospechábamos nada.

Pasada la media noche, un amigo de la familia, Comisario de la Cuerpo Técnico de Policía Judicial, llamó a la casa para avisar que se estaba produciendo un alzamiento. Estaban tomando la residencia presidencial La Casona, el Palacio Blanco y el Palacio de Miraflores. Recomendaba no salir, pero lo advertía a mi papá, que era médico traumatólogo y podía tener una emergencia, que había enfrentamientos a esa hora con los sediciosos. Y bueno, también estaba yo.

Dormía cuando él encendió la luz: “¡Despierta que hay un golpe de Estado!”. Cierro los ojos y es como si lo estuviera viendo, parado al lado de la puerta, con su pijama gris. Continuó explicándome sin muchos detalles, no había detalles. Tardé en reaccionar, le pregunté por el Presidente y me dijo que había logrado escapar. Llamé a María Isabel Párraga y a Jesús Romero Anselmi, ambos ya estaban enterados de lo que estaba sucediendo, la orden era estar pendientes y en comunicación mientras se tenía el panorama más claro, pero había que vestirse para salir a reportar. A los minutos el amigo comisario avisó que Carlos Andrés Pérez (CAP) estaba digiriéndose al país desde la señal de Venevisión. El video también es historia y está disponible en Youtube. CAP enumeraba a los presidentes del mundo que lo habían llamado para repudiar el golpe, entre otros George H.W. Bush, destacando que habían hablado a las 2 de la mañana. Anunciaba su regreso a Miraflores, porque las fuerzas leales habían vuelto a tomar el control del Palacio de gobierno. Se dirigió otra vez a los que seguían sin rendirse, les habló con firmeza de Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas.

Cerca de las 5 de la mañana, Jesús Romero Anselmi, director de prensa de la radio, me llamó para que fuese a Miraflores. Estacioné en una calle de La Pastora, cerca del Palacio Blanco, caminé hasta puerta, a la reja principal, no se podía pasar, aunque había varios reporteros adentro, pude divisar a María Elena Lavaud y Norberto Mazza, reportando para ECO. Tuve la suerte de coincidir con el ministro Reinaldo Figueredo Planchart, y caminando a su lado mientras escuchaba su relato de lo que él sabía a esa hora, entré sin problemas, supongo que el guardia pensó que era una asistente o no sé. Había un reguero de vidrios, pasamos la fuente del patio, el Salón Pantano de Vargas y llegamos a la antesala. Acribillaron a balazos a todo.

A los segundos, un oficial que acompañaba al ministro Ochoa Antich, me pidió amablemente que saliera. En la calle frente a la Plaza Bicentenario, donde funcionaba la sala de prensa, ya había varios periodistas esperando por información. Comenzaban a llegar los ministros. Se comentaba el ataque a La Casona y daba cuenta de cómo se iba tomando control, poco a poco. Estaba tomada la Gobernación del Zulia, pero el gobernador Oswaldo Álvarez Paz estaba bien. A media mañana se conoció que el líder de los insurrectos, Hugo Rafael Chávez Frías, del escuadrón de paracaidistas “José Leonardo Chirinos”, se había rendido. Fue la primera vez que escuché su nombre. Llamé a la radio para pasar el primer reporte. El teléfono celular era de aquellos conocidos como “ladrillo” y la comunicación era muy precaria, la llamada la hice entonces desde la sala de prensa, por un teléfono fijo CANTV. En aquel tiempo pegábamos la pequeña corneta del grabador a la bocina del auricular.

Cuando llegó José Rojas, el reportero que cubría Miraflores para Radio Capital y El Diario de Caracas, me fui caminando al Palacio Federal Legislativo, había una sesión especial conjunta. Se discutiría la suspensión de las garantías constitucionales. Todo era un lenguaje nuevo para mí: Golpe de Estado, asonada, sediciosos, insurrectos, fuerzas leales, magnicidio,…

Es historia todo lo que pasó en el Hemiciclo del Senado, donde tuvo lugar la sesión. Hay frases que quedaron colgadas sin contexto, como la pronunciada por David Morales Bello “¡Mueran los golpistas!”, pero no es mi intención detenerme en eso, entendí que no era una sentencia sino una expresión condenatoria a la acción de los militares que irrumpieron, con las armas de la República, contra un gobierno legítimamente electo. Los videos de todo lo que pasó en el Hemiciclo están Google.

De aquellos discursos destacaron el del senador vitalicio Rafael Caldera y el de Aristóbulo Istúriz. El diputado de La Causa R había hablado antes, pero luego de la intervención del ex presidente, le fue concedido nuevamente un derecho de palabra. Ambos hicieron gala de sus dotes de oratoria. Rafael Caldera describió el país de aquel momento, habló del descontento y sus orígenes, hizo un diagnóstico de la debilidad de la democracia. Sin embargo una cosa me hizo ruido, dijo que los militares no debían ser acusados de magnicidio, que era un señalamiento grave del cual no había pruebas. Istúriz siguió en sintonía total con su antecesor. No recuerdo quién dijo después, que aquel día, gracias a esa defensa del golpe, uno había ganado la presidencia y el otro la alcaldía de Caracas. 

Yo venía de saltar por encima de rastros de sangre de los soldados sorprendidos aquella madrugada, había visto las imágenes de la metralla en las paredes de La Casona, ¿cómo que no fue un intento de magnicidio? me lo sigo preguntando. Pienso que Caldera los disculpó desde aquel día. Cuando fue presidente, un par de años más tarde, la decisión del sobreseimiento no fue una sorpresa y además fue el pedido de dirigentes y voceros de eso que se llamaba “el país nacional” y las “fuerzas vivas”.

No soy de quienes cargan sobre Rafael Caldera la culpa por la llegada de Hugo Chávez a Miraflores, pero no olvido esa parte de su intervención y la molestia que me causó oír que los golpistas no buscaban asesinar al Presidente y a su familia. Fracasaron sí, pero la intención quedó claramente tatuada a balazos en las paredes de Miraflores y La Casona. Madres se quedaron sin sus hijos, hay huérfanos y viudas por lo ocurrido.

A los días de estar detenidos, los golpistas, y en especial el líder de la intentona, eran entrevistados en algunos medios como celebridades. La imagen de Chávez en el momento de su rendición circulaba como afiche y en el Carnaval fueron publicadas fotos de niños disfrazados de “Comandante”. Condenar la intentona, lo vivimos en el programa de radio, pronto se convirtió en objeto de críticas, crecía la popularidad del paracaidista.

De todo lo que estaba mal con la democracia se ha escrito extensamente, se sigue escribiendo. En aquellos días los casos de corrupción ocurridos en la administración de Jaime Lusinchi, los excesos, las violaciones a los Derechos Humanos, como lo sucedido en El Amparo durante ese mismo gobierno, denuncias de todo tipo se leían en la prensa y se escuchaban en radio y televisión.

Los periodistas del Congreso y tribunales informaban cómo iban las investigaciones de la Comisión de Contraloría o Política Interior y los juicios. Las interpelaciones a los ministros del Gobierno eran a la vista de todos. Había acceso a las fuentes. Sin duda la libertad de expresión fue una conquista.

Han pasado 29 años y persiste la mezquindad con las virtudes de los 40 años que vivimos en democracia. Aún se insiste en destacar las fallas, por encima de los aciertos. Resaltar únicamente los errores sin reconocer alcances como la masificación de la educación pública y de calidad; el acceso a la salud; programas como los “Hogares de cuidado diario” de la Fundación del Niño; el vaso de leche escolar; la asistencia en la red ambulatoria a las madres y los infantes en período de lactancia; el Sistema de Orquestas; la construcción de viviendas para familias de la clase obrera y clase media; la electrificación; la construcción de carreteras, autopistas e infraestructuras, como el Puente Rafael Urdaneta o el Puente de Angostura; las empresas básicas de Guayana; El Guri; la Universidad Simón Bolívar; el Plan de Becas Gran Mariscal de Ayacucho; la creación de museos; los programas de la Biblioteca Nacional; la construcción del Teatro Teresa Carreño; el Poliedro de Caracas,… La idea de estas líneas no es extenderme en eso, les invito a leer el texto del discurso del Rafael Caldera el 23 de enero de 1986, que lleva por título: “Defensa de la democracia”, tan solo 6 años antes de la asonada. Es una pieza. Ahí quedaron sus argumentos indiscutibles sobre los aciertos y los avances que habíamos alcanzado hasta entonces. 

No entiendo todavía por qué razón, si la hay, hubo tanta timidez, por decir lo menos, en defender esos logros, en destacarlos.

Transcurridos 29 años y 22 con los golpistas en Miraflores, ya sabemos y también hay literatura y trabajos de periodismo de investigación, que prueban que era mentira que los movía el afán de justicia, el respeto a los Derechos Humanos, la igualdad de oportunidades, la lucha contra corrupción o atender a los más necesitados. Aquellas fallas que enumeró Rafael Caldera el 4 de febrero de 1992, se han acentuado, agudizado, todo aquello es mucho peor. La crisis, la diáspora, las cifras de desnutrición, la precariedad de la calidad de vida está a la vista, y sobre libertades y violaciones a los derechos humanos, está el más reciente informe de la ONU.

Yo sólo quería dejar por escrito mi recuerdo de lo que vi aquel día, la madrugada que llegué a Miraflores y todavía había sangre en el piso.

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La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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