A consecuencia del hecho, se ha despertado una solidaridad de grupo, una militancia febril, una determinación en la exigencia de justicia entre sus coetáneos. Ha sido una rebelión de venezolanos que ha saltado los límites argentinos para darse a conocer en buena parte del mundo. La hija de Thays es la protagonista, contra su voluntad, de este drama sobre el trasfondo del éxodo al que se ha visto forzado el pueblo venezolano.
Habrá quien la llame heroína a partir de ahora. Su destino es pelear por la justicia que se le debe y, desde luego, eso implica coraje y estoicismo; pero a los venezolanos les encanta endilgarles el calificativo de «héroe» o «heroína» a quienes son tan solo víctimas, elevándolas a una dimensión que no buscaron y que resulta inútil a todos los efectos. No, la hija de Thays jamás será una heroína; apenas otra víctima extrañada de su país y puesta en un estado de vulnerabilidad absoluta.
Tampoco será una víctima especial, solo un dato más en unas gruesas estadísticas que, por lo demás, nunca son fidedignas -en ninguna parte del mundo- ni ajustadas a la realidad y ya se sabe por qué, pues después de la agresión sexual puede ser peor, todavía, el estigma social. Siempre es más cruel la realidad de lo que aparece en prensa. Al menos así es en los casos de violación.
Dos elementos para tomar en cuenta:
- Este caso amerita una lectura humanitaria. Esto no le hubiese ocurrido a la hija de Thays en Venezuela o, al menos, puede decirse que en su país, teóricamente, no hubiera tenido la necesidad imperiosa de arriesgarse como lo hizo. Su madre narró que ambas tuvieron sospechas por el modus operandi del victimario Irineo Garzón Martínez. Así y todo decidió acudir a la cita en busca de empleo. Si su vida hubiese seguido un curso normal, dentro de un país rico, democrático, en el que caben las ilusiones y la posibilidad de futuro para los jóvenes, esto no le hubiera sucedido.
- Los temores subyacentes no pueden soslayarse. La chica podría estar pasando por situaciones de terror, no solo derivadas de la experiencia de la violación, sino por la misma notoriedad a la que ha sido expuesta. A ningún inmigrante sin papeles en regla (no sé si es este el caso) le gusta ser expuesto públicamente, verse envuelto en cualquier asunto relacionado con tribunales. Hace un año, justo antes de la pandemia, una muchacha hondureña, en Valencia (España), fue violada por su empleador. No quiso poner la denuncia hasta que se enteró de que, en su caso, la Ley la protegía a pesar de estar en condición ilegal.
El abogado argentino Pablo Baqué, quien se encarga de representar a la hija de Thays, caracterizó, en su conversación de ayer (o antier, según cuando salga esto) con César Miguel Rondón, a Irineo Garzón Martínez dentro de un grupo que definió como «bestias perversas». Habló de manera concisa pero todo lo que dijo era como si lo hubiese meditado, con sumo cuidado, previamente. Está previsto un procedimiento contra el abogado de Garzón por la alevosía, el cinismo y el regodeo que implican sus palabras a la prensa, cuando no solo mencionó a la víctima por su nombre (cosa que hasta entonces todos habían evitado), sino porque insinuó, o dijo abiertamente, que se había comportado como una prostituta.
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Un individuo con una tienda arma un tinglado para atraer a una joven que busca desesperadamente trabajo. Esa es la historia. Lo hace por su padre, que acaba de sufrir un ACV, por su madre y por ella misma. Su madre declarará tras el suceso: «Está muy mal. Aunque por suerte no recuerda la violación, ella sabe lo que le pasó. Tuvo a su victimario de frente, colocándole la ropa, y eso ya es un trauma. Tiene días que no come, ya no es la misma».
El repudio ante el delincuente, pero también ante el desalmado abogado que lo defiende, Osvaldo Cantoro, y ante la jueza Karina Zucconi que lo ha puesto en libertad (abriéndole la posibilidad de una fuga), es generalizado. En las redes sociales se desató durante varios días una condena y la indignación. No es para menos.
El asunto está, después de que las cosas vuelvan, en la medida de lo posible, a su cauce, en la canalización de las inquietudes de los venezolanos en Buenos Aires y en las otras ciudades del mundo donde han puesto sus esperanzas de un futuro posible. La emigración a la fuerza no da para románticas escenas. El término «colectivo» se debe dejar de asociarlo a la violencia chavista y asumirlo en gerundio.
Lo otro es el vídeo que se ha hecho viral, también, en el que sale una joven y bella argentina diciendo que no es cuestión de nacionalidades. «Me preguntan qué opino sobre la venezolana que ha sido violada por un argentino. Yo opino que la nacionalidad está de más. ¡Una mujer fue violada!».
Tiene razón. Desde su punto de vista tiene razón. Se la da, además, una venezolana que sabe mucho de igualdad de género y de violencia contra la mujer, Helia Isabel Del Rosario Rodríguez, egresada de la UCAB en Sociología y con un máster en España, donde vive desde hace 15 años, sobre Inmigración, Políticas de Integración y Exclusión Social. Ella dice que no podemos victimizarnos por ser venezolanos; el hecho es que la violación es un delito, y ya.
En España se ha comprobado que las mujeres extranjeras sufren mayor desprotección frente a la violencia de género. La mayoría de las mujeres golpeadas por sus parejas no denuncian por temores ajenos, incluso, a la reacción violenta de ellos. Es el temor por la ilegalidad.
En Argentina probablemente existan, pero en todo caso esto es algo que deben tener en cuenta las mujeres venezolanas que vivan en Buenos Aires o en Santiago o en Miami o donde sea: La cantidad de colectivos de mujeres que se ponen a la disposición de las vulnerables en España puede ser un excelente ejemplo para conectarse, aprender unos de otros y ampliar la lucha contra tipejos como Garzón. Del Rosario cita a la Red de Mujeres Latinoamericanas, conformada por doce asociaciones: Asociación de Mujeres Amalgama; Asociación Servicio Doméstico Activo; colectivo Brujitas Migrantes; Asociación Casa de Colombia en España; Asociación Genera Enlaces; Asociación Por Ti Mujer; Red Aminvi; Asociación Mujeres Palante; Asociación Amuinca; Asociación Escode; Asociación Malen Etxea; Asociación de Mujeres Supervivientes de Violencia de Género de Sevilla.
También está AIETI, creada en 1981, organización no gubernamental de desarrollo dedicada a promover una ciudadanía activa y comprometida con los derechos humanos a nivel global y local. Desarrollo humano sostenible con justicia social.
Quizá sería bueno que los venezolanos que quieren seguir ayudando a Thays y a su hija enlacen con alguna de estas iniciativas. O con las que hay en Argentina, si no lo han hecho ya.
Thays Campos tiene argumentos, talento y verbo para llevar reivindicaciones adelante. Se le nota cuando ha declarado con excelente claridad: «Tenemos que aprender a cuidar a las víctimas y exigir explicaciones a los violadores».
Puede que la hija de Thays no sea nunca una heroína. Pero sí puede convertirse en un emblema de una larga lucha por venir.
@sdelanuez
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