Es callado y menudo, pero se hace sentir. Su presencia se impone, aunque quiera pasar inadvertido. Y es que Otto Seijas Sigala transmite una paz y una serenidad que fascinan a todos quienes lo conocemos. Su bondad va a la par de su inteligencia. Su mundo interior es riquísimo, porque lo ha trabajado a conciencia. Está en una eterna búsqueda de sí mismo, aunque siente que le falta conectar con el exterior. Sin embargo, es el arquitecto detrás de las edificaciones de Farmatodo, que concibió como lugares de encuentro más que como tiendas, una conexión exitosa.
Como buen guaro, le encanta la música y ¡baila divino!
Escribe como una manera de agradecer. Lo hace a mano, porque le gusta sentir el lápiz o el bolígrafo al tacto. También porque el lugar donde puede escribir más y con gusto es en su casa de campo en el estado Lara donde no hay electricidad. La luz del sol marca su día. Allí se encuentra en comunión con la naturaleza y habla con los árboles y las estrellas.
Está convencido de que el ser humano integral es aquel que ha logrado comportarse con carácter, rectitud e integridad, independientemente del éxito que haya obtenido. En la India aprendió que lo esencial es la existencia. Vio de primera mano el encuentro constante de la vida y la muerte y quedó encantado con el “más es más”, porque lo asoció con la diversidad en la naturaleza.
Su máximo desiderátum en este momento es vivir por un tiempo indefinido en convivencia y fraternidad, para aceptar las diferentes mentes humanas desde el amor, no sólo desde el respeto.
Sobre Venezuela, entendió que era lo suyo cuando vivió fuera. Y aunque sabe que es difícil, también sabe que no es imposible cambiar y está dispuesto a trabajar por ello.

-Ser arquitecto es encontrar el justo balance entre el arte y la ciencia, yo que te conozco y sé que ese balance es parte de tu forma de ser. ¿Dónde encuentras esa serenidad, esa paz que transmites, ese equilibrio?
-No sé si realmente estoy en paz y en equilibrio, pero me preocupo mucho por estarlo. Me analizo, me reprendo cuando tengo movimientos bruscos, cuando golpeo los objetos, cuando hablo de más o de menos y, sobre todo, cuando mis pensamientos se descontrolan y se manifiestan sin ser guiados. Pero también me preocupo de comer sano y de ejercitar mi cuerpo físico. He tenido la suerte que desde pequeño estuve rodeado por circunstancias, ambiente y personas que me motivaron a indagar mi mente, a cuestionarme, a buscar mejorarme para sentirme bien. Aunque tenía la tendencia a la reflexión, al retraimiento y a crearme mundos imaginarios, el colegio de jesuitas se encargaba de poner la pauta del deporte. Siempre ha sido un debatir entre lo psíquico y lo físico, como en la arquitectura entre la estética y la funcionalidad. No me gustan mucho los intelectuales y los artistas descuidados con su cuerpo físico y, aún más, con su incorrecto comportamiento con el mundo. Como tampoco los deportistas con cabeza hueca. Creo que por más profundas y hermosas que sean sus obras de arte, sus piezas musicales o sus libros, si sus creadores adolecen de carácter, de rectitud, de integridad, estas carencias, aunque no las vea, de alguna manera están reflejadas en sus obras, porque definitivamente la principal obra que tenemos en nuestras manos somos nosotros mismos.
-Pocos saben, dado tu bajo perfil, que eres el arquitecto de los locales de Farmatodo. Hoy se cuentan entre los más conocidos del país y son referencia, no sólo para dar direcciones y ubicarse, sino para reconocer inmediatamente y desde lejos dónde puede estar lo que estamos buscando. ¿Cómo fue la concepción del proyecto?
-El proyecto Farmatodo fue una idea de un equipo, de un grupo. Si bien mi aporte ha sido la arquitectura, ya las pautas las tenía planteadas. Siempre ha sido para mí un motivo de alegría trabajar en un concepto comercial que genere salud, bienestar y que propicie encuentros y sociabilidad. Y como bien tú dices, las tiendas pasaron a ser referencias en las ciudades. Los diseños están orientados a satisfacer al cliente, hacer de su experiencia de compras algo más que comprar. Hacer al cliente pasear, recrearse con comodidad, en un buen ambiente con jardines en los locales grandes. Llegué a Farmatodo antes de que naciera, cuando Rafael Teodoro Zubillaga me invitó a organizar y mejorar un grupo de farmacias de su familia: Administradora de Farmacias. Estando en ese proceso de actualizarlas me dijo: “Voy a crear una cadena de farmacias, todas bajo el mismo nombre y concepto, para lo cual tengo la asesoría de un americano experto en el tema, quien nos orientará”. Fue así como fuimos a conocer a David Sommer, y al vernos, sorprendido, comentó: “¡Si ustedes son unos muchachos! Pues los voy a enseñar”. Y, efectivamente, no me dio tregua los primeros años: me introdujo en el concepto, el ambiente, el funcionamiento, las medidas, etc. Luego de un tiempo, Sommer me dijo “ahora puedes hacer lo que quieras con tu arquitectura”. Fue ahí cuando surgieron los techos inclinados y el azul del Mar Caribe en un paseo por Los Robles, en Margarita. Gracias Mr. Sommer, gracias Rafael Teodoro, por esa invitación que orientó mi vida profesional.
-Escribes muy bien y, además, lo haces a mano. Llevas una bitácora de tus viajes y tus ideas. ¿Qué persigues cuando escribes?
-Aparte de recordar, mi el mayor objetivo es agradecer tantas enseñanzas, tantas vivencias, tantos sitios visitados, es para dejarlos plasmados y no tomármelo a la ligera. Agradecer lo que he vivido, lo que he sentido y creado, al dejarlo escrito es como un sello de gratitud. No importa que haya pasado o que lo haya imaginado, pues escribiendo a uno se le va la mente a otras dimensiones. Escribir a mano se debe a que en el sitio donde consigo más tiempo para hacerlo es en la casa de la montaña donde no hay electricidad, además que me gusta sentir el lápiz o el bolígrafo en la mano. Es como cuando haces las primeras rayas para un diseño. Escribes, piensas, meditas, no hay nada encendido, nada esperando por ti. Dejo que las ideas y pensamientos vengan como el viento, sin tiempo ni cronómetro. El tiempo me lo da el sol, la luz. Escribir con el sonido de la quebrada me ayuda a ponerle música a las palabras, me ayuda a descifrar el lenguaje de la naturaleza. Escribiendo perfecciono lo sentido, lo adquirido y por eso estoy constantemente agradecido, como agradezco a quienes me han ayudado a hacerlo, a mi querida y respetada profesora quien hoy me entrevista.
-Has estado en la India y me imagino que fue un antes y un después en tu vida. ¿Qué aprendiste?
-La India fue una experiencia impactante para aceptar y para cuestionar. Así como en Occidente estamos más enfocados al lado material, ellos lo están más del lado espiritual, por eso en el plano físico ves cosas terribles, pero también exquisitas. Recorrer las calles que siempre tienen tráfico y movimiento fue una sensación inolvidable. Autobuses, carros, elefantes, motos, bicicletas, peatones, vacas, monos y lo que te puedas imaginar. Nada esta estático, nada está aislado, siempre hay movimiento, siempre hay actividad, nadie espera que baje el sol como en Barquisimeto. Protegidos por esa piel aceituna adornada con tatuajes, prendas, ropa multicolor, cuadros, rayas y flores a la vez, hacen homenaje a la vida activa. Gente caminando con una prisa tranquila, siempre sonreídos, las motos con la mujer sentada detrás del conductor con su sari al viento, simulando veleros de múltiples colores navegando en asfalto. Su estética, “más es más”: Dioses, diosas, templos, monumentos, tumbas, palacios, altares, adornos, todo recargado y hasta saturado, logrando sin embargo en la mayoría de los casos, algo bello y armónico como la diversidad de la naturaleza, muy lejos del rezo del minimalismo de “menos es más”. Mi experiencia visual fue de un polo a otro, fue ver los extremos opuestos que al final se unen para crear la rueda de la vida. La India tiene toda la escala que va de lo feo a lo bello, de una manera tan vibrante, que puedes ver el trasfondo de todas estas imágenes con mayor profundidad. Constantemente le pedía a mi intelecto escoger, separar, discernir aquellas imágenes, aquellas vivencias que me sirvieran para nutrir mi espíritu. La enseñanza siempre fue que “lo esencial es la vida”.

-¿Qué te gustaría hacer que no has hecho?
-Soy un gran solitario, me gusta la soledad, fue algo que trajo mi temperamento. Sin embargo, aunque me cuestan los grupos, pertenezco a varios: mi grupo familiar y de amigos, grupos sociales, laborales y de actividades específicas. En la mayoría de los casos me relaciono bien exteriormente, pero en el interior me mantengo solo. Pienso que es una carencia de mi parte para poder seguir evolucionando mentalmente. Creo que todos los progresos que he logrado en lo exterior, tienen esta falta en lo interior. Necesito un cambio de mentalidad para poder unirme psíquica y espiritualmente con la sociedad, con el país y ¿por qué no? con la humanidad. Sé que en estos momentos en Venezuela existen muchas mentes con las que me costaría mucho unirme espiritualmente, pero la sociedad, la humanidad es un cuerpo completo y si este cuerpo tiene partes enfermas nunca estará sano plenamente. Me gustaría alcanzar una conciencia superior de unidad, para aportar mi grano de arena en la mejora de mi país y por consecuencia, de la humanidad. Aunque he estado en ashrams, en centros espirituales de vivencia, finalmente eran temporales y sabía que me esperaba mi refugio de montaña. Me gustaría vivir por un tiempo indefinido en convivencia, en fraternidad, trabajar en aceptar las diferentes mentes humanas, pero desde el amor, no solo desde el respeto. Creo que una experiencia como esta me ayudaría al cambio de mentalidad necesario para poder aplicarlo en mi vida cotidiana.
-Pasas mucho tiempo en el campo. ¿Qué encuentras en esa soledad, rodeado de naturaleza?
-Consigo vivir el momento presente más plenamente, que es lo que realmente poseemos. Corto con el pasado que ya se fue y no estoy pendiente del futuro que no sé si vendrá. Necesito estar concentrado en el momento presente para poder entender el lenguaje de la naturaleza. Estar en contemplación, en meditación constante me hace entender muchas otras cosas. Quedarme abstraído viendo la naturaleza, oyendo el eterno concierto de la quebrada, acompañada de día de los cantos de los pájaros y de noche por los grillos, hace que mi mente se aclare. Dicen que estar cerca del agua estimula la clarividencia, y esta quebrada es de agua pura y cristalina. La naturaleza me ha resuelto muchos conflictos. Hablo con los árboles, que como siempre me digo, si se alimentan sin tener estómago, si respiran sin tener pulmones… ¿cómo no me van a escuchar, aunque no tengan oídos? En el campo estoy más tranquilo para hablar con las estrellas, para vibrar en armonía con el universo, para escuchar el sonido de esas esferas que revela el orden universal, las leyes del cosmos, aspirando escuchar verdades verdaderamente verídicas.
-¿Qué significa Venezuela para Otto Seijas Sigala?
-Es mi otra madre, la madre que me dejó nacer en su tierra. Una madre generosa de campos fértiles y clima insuperable. Casi siempre la veo sonreída, pues este sol tropical desvanece rápido las tristezas. He podido recorrerla desde sus páramos, con hermosos paisajes y sus campesinos rubios, hasta los majestuosos tepuyes de la selva amazónica con sus aseados indios comiendo en los ríos. ¿Cómo no querer una madre y más una tan hermosa como ésta? Pero fue sólo cuando viví fuera de ella por unos años, cuando concienticé el verdadero valor que representa para mí. Aun habiendo vivido en un país de cultura exquisita y un saber vivir milenario, al regresar sentí la fusión de esto es lo mío. Sé que actualmente pasamos por momentos difíciles de aprendizaje, como todos los países lo hacen, pero no desisto de querer estar aquí, de querer contribuir en su proceso de maduración, en defender su naturaleza, de armonizar con su variedad de gente, de trabajar para salir adelante, que, aunque difícil, no es imposible.

*Las fotografías fueron facilitadas por la autora, Carolina Jaimes Branger, al editor de La Gran Aldea.