En la aldea
10 octubre 2024

Retrato hablado de la mujer venezolana promedio

Las Mujeres y niñas en Venezuela vivimos en peligro. La violencia del Estado, la violencia del hampa, la trata de personas, son peligros concretos, reales. Hasta el 5 de marzo, esto es, tres jornadas antes del Día de la Mujer, en Venezuela se habían perpetrado 43 feminicidios en lo que va de 2021. Así lo informó Utopix, monitor de femicidios, en su cuenta de Instagram. «Cada 33 horas muere una mujer de manera violenta en Venezuela».

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Milagros Socorro | 08 marzo 2021

Al concluir la primera semana de marzo de 2021, la mujer venezolana promedio está parada delante de un grifo seco, al lado de una alacena vacía y de una cocina sin gas. Tiene la mirada perdida: ya no le cabe duda de que está embarazada otra vez y así como no logró reunir los dólares para adquirir anticonceptivos, casi desaparecidos en el país, mucho menos podrá acopiar comida para alimentar y vestir al nuevo vástago, que vendrá a compartir el hambre y la miseria de los hijos que ya ha tenido, más de los que hubiera querido y, sin duda, muchos más de los que puede mantener.

Ha sido objeto de muchos maltratos. Su hombre puede medio matarla a palos y nadie interviene. Entre marido y mujer, nadie se debe meter, dicen. Y con eso se lavan las manos. Además de la precarización del trabajo y a la falta de agua y alimentos, está librada a la falta absoluta de políticas públicas de cara a la violencia de género, un flagelo que, más que en subregistro, puede decirse que no está documentado en lo absoluto, por el machismo de las autoridades que deberían recibir y canalizar las denuncias, por la política de opacidad oficial del régimen y por la inexistencia de instituciones que atiendan a las mujeres maltratadas y a sus hijos.

Hasta el 5 de marzo, esto es, tres jornadas antes del Día de la Mujer, en Venezuela se habían perpetrado 43 feminicidios en lo que va de 2021. Así lo informó Utopix, monitor de femicidios, en su cuenta de Instagram. «Cada 33 horas muere una mujer de manera violenta en Venezuela». Según esta fuente «en 2020, se produjo un femicidio cada 34 horas, mientras en 2016 ocurría uno cada 72 horas». Para que haya una muerte tiene que haber muchas golpeadas, violadas u obligadas a tener sexo con su pareja.

La mujer venezolana promedio no tiene un empleo formal. Tuvo que dejarlo. No era lo que había soñado de niña, cuando todavía podía fantasear con estudios y con superación, pero era algo. Se vio obligada a abandonarlo cuando el costo del pasaje se hizo prohibitivo para ella, de manera que cuando la ruta simplemente dejó de existir, ya ella tenía varios meses en la casa, cuidando a los niños, así como a sus padres y suegros. Estar desempleada no equivale a descansar ni mucho menos. La mujer venezolana promedio debe madrugar para hacer colas y no pocas veces pasar la noche ante las puertas que al día siguiente, sabe Dios a qué hora, se abrirán para dar una cada vez más menguada bolsa de comida o para espantar a gritos a los allí agolpados.

-Mujeres y niñas vivimos al día -dice Keta Stephany, Ph.D. en Estudios del Desarrollo y dirigente gremial de los profesores universitarios-. Para nosotras, el pan de cada día es un problema, un asunto en el que hay que pensar todo el tiempo, por el que hay que preocuparse y que ha empujado a la mujer a pasar de la doble a la triple jornada, y que la niña haya conocido el hambre. La mujer venezolana, vaya o no vaya al trabajo, no tiene salario, su trabajo no es reconocido, no es remunerado con justicia, no da para el gasto de la casa. Por eso se amontonan las jornadas en el día, mayormente informales. Las mujeres venezolanas sufren por el nido roto por la violencia o por la huida. O sufren porque temen que llegue el día en que se rompa.

“La mujer y la niña venezolanas han aprendido a vivir con el desapego, con el desamparo, con la violencia de todos lados, sobre todo, del Estado”

Las mujeres son las que cuidan, generalmente, a los ancianos, a los niños, a los enfermos. Muchas veces con ayuda de las niñas. Mujeres y niñas en Venezuela vivimos en peligro. La violencia del Estado, la violencia del hampa, la trata de personas, son peligros concretos, reales.

La niña venezolana promedio no va a la escuela o tiene varios años de retraso respecto del nivel de escolaridad que le correspondería por su edad. Apenas si ha ido a la escuela, sus “años lectivos” se reducen a un puñado de días en aulas destartaladas y con maestros cambiantes (muchos marchan a la emigración forzada tras unas pocas semanas de “clases”). Ya no responde que planea ser doctora o profesora, cuando alguien le pregunta qué serás de grande, ahora manifiesta su anhelo de irse del país.

-En los sectores populares, la niñez ha desaparecido -afirma la dirigente política y abogada Delsa Solórzano. En las capas más desposeídas de Venezuela, las menores tienen que aprender a sobrevivir desde muy chiquiticas, a quedarse solas, a sacrificarse, a no tener acceso a una arepa para ella sola, porque tiene que compartirla. Aprendió también que la escuela ya no es el lugar de formación ni un instrumento de ascenso social (en otras épocas, tú sabías que estudiando lo ibas a lograr) hoy en día, de nada sirve. La madre de esta niña se debate entre permanecer en el país, muriéndose de hambre o emigrar y dejar a los hijos atrás, para irse a otro país a desempeñar los oficios más humildes, que al menos le permitan enviarles a los suyos un poco de comida. Siempre pasan trabajo. No hay forma de que estén bien, porque están mal aquí y también lo están en el lugar de su exilio forzado. Y en la clase media, la realidad no es muy distinta. Pensar en futuro en Venezuela es casi imposible. Proyectar que vas a criar a tus hijos aquí y que no se van a ir, es otro imposible. La mujer y la niña venezolanas han aprendido a vivir con el desapego, con el desamparo, con la violencia de todos lados, sobre todo, del Estado.

«Las niñas venezolanas», agrega la doctora Stephany, «también han conocido la soledad. Algunas viven con parientes, porque sus padres migraron y algún día mandarán por ellas… Otras migraron y dejaron atrás sus afectos: amigos, parientes cercanos. Y también las hay que están solas en un entorno de permanente actividad de los adultos por la supervivencia, que no deja tiempo para jugar con ellas».

La venezolana promedio no tiene acceso a productos de higiene menstrual, a atención médica ginecológica y reproductiva, ni a asistencia en la tercera edad, cuando, tras una vida de trabajo y de aportes al Seguro Social, recibe una “pensión” con la que no puede comprar ni una rebanada de queso. Las que emigran en las condiciones de mayor vulnerabilidad son víctimas de tráfico de personas, abuso sexual, reclutamiento forzado y explotación de menores, como acaba de denunciarlo Nancy Patricia Gutiérrez, Consejera Presidencial para los Derechos Humanos del gobierno de Colombia. «Nos hemos encontrado», dijo Gutiérrez, en una visita al Norte de Santander, «con denuncias como sexo por sobrevivencia, explotación sexual y violencia con énfasis en género».

Esa mujer empobrecida, castigada por unos servicios públicos pésimos -por no decir nulos-, cuya familia se ha disgregado sin que asomen esperanzas de reunificación, sometida a presiones de todo orden y de inimaginable dureza, tiene que soportar al dictador Nicolás Maduro y a su claque hablando en los confiscados medios de comunicación en “lenguaje incluyente”, esa cruel morisqueta que mal encubre la faz del régimen más misógino que haya tenido Venezuela en su historia.  

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La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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