Estados Unidos libra una silenciosa guerra interna marcada por los asesinatos cada vez menos esporádicos de desequilibrados y psicópatas que se han hecho, fácilmente, con un arma. Rusia es un Estado promotor de conflictos y las democracias occidentales han prendido sus alarmas ante Vladimir Putin, el nuevo Stalin que busca devolverle a su país una hegemonía que perdió hace rato y para ello asesina, espía y hackea a los Estados que considera rivales; por cierto, hay que hacerle seguimiento a ese héroe contemporáneo que es Alexei Navalni, puede ser una enseñanza para la oposición venezolana.
El mundo entero está inmerso es una lucha contra un enemigo invisible, hay un dilema absurdo entre alcanzar la inmunización por rebaño con el apoyo de dos marcas de vacunas que infunden temor o permitir que el dolor y la muerte sigan avanzando.
En Venezuela, ya se sabe, el Gobierno ha desatado una guerra híbrida contra el pueblo, su gente, sus esperanzas. ¿Y España? España parece estar en guerra consigo misma, y eso afecta lo que desea hacer frente a Venezuela. Más exactamente, lo que el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), creado por el otro Pablo Iglesias, quiere hacer para solventar, o ayudar a solventar, esa espina atravesada en que se ha convertido el caso Venezuela que arrastra ya un quinquenio en Emergencia Humanitaria Compleja. La lucha intestina entre derechas e izquierdas aleja al Reino -es lo que sigue siendo, aunque le pese a muchos españoles, un reino- del constitucionalismo, que es a lo que debería aferrarse. Todos los miércoles, en el Congreso de los Diputados de Madrid, hay comparecencias de ministros. Son interrogados por la oposición según la naturaleza de sus carteras.
Pero en realidad no son comparecencias sino torneos de invectivas y acusaciones. En estas semanas, debido a la proximidad de unas elecciones sobrevenidas en la Comunidad de Madrid, el ambiente se ha caldeado. Este último miércoles compareció, entre otros, José Luis Ábalos, ministro de Transporte, Movilidad y Agenda Urbana. Cada vez que lo interrogan, los diputados de Vox, Partido Popular y Ciudadanos lo increpan con especial virulencia sobre Venezuela. Parece que su cartera no tenga que ver con lo urbano local sino con lo trasatlántico caribeño. Ábalos ha dado excelentes razones para que le digan «bolivariano» en el Congreso, lo cual se ha convertido en un epíteto bastante feo. Sus colegas le interrogan en torno a la aerolínea Plus Ultra, de capital venezolano, a la cual le fue otorgada una ayuda estatal por 53 millones de euros, sin mayores explicaciones plausibles. Ábalos nunca responde a esto; a veces obvia completamente el tema, aunque se lo hayan preguntado directamente. Ha evitado, por otra parte, que se haga público el contenido de la conversación que sostuvo con la hermana de Jorge Rodríguez a su paso por el Aeropuerto de Barajas en febrero de 2020.
En el Congreso lo siguen hostigando por las cuarenta maletas y la prohibición para la vicepresidenta venezolana de tocar suelo europeo. Ábalos parece un toro acorralado en su curul, rascando la arena con una pata. No puede escapar pero el hombre, estoico, calla y otorga. Se nota que tiene el aval de Pedro Sánchez, presidente del Gobierno que mantiene cordial relación con el embajador alterno, Antonio Ecarri Bolívar, y relación con Mario Isea, el embajador chavista, aunque en este caso la relación luzca inexistente. Ecarri Bolívar representa a una entidad sin facultades consulares. Hace lo que puede como enlace entre los venezolanos y el gobierno español. No declara sobre cuestiones políticas pero sí se pronunció -al menos esa fue la última ocasión en que lo hizo públicamente- sobre la decisión del Parlamento Europeo instando al Consejo y a los Estados miembros de la Unión Europea a reconocer la continuidad constitucional de la Asamblea Nacional elegida en 2015. Es una verdad rotunda lo que dice tal resolución: Fue la última vez en que los venezolanos pudieron expresarse libremente en un proceso electoral.
El gobierno español está lleno de contradicciones, vive dentro de ellas y Pedro Sánchez las surfea con audacia y bastante hipocresía. ¿Cómo podría un gobierno del PSOE-Podemos manejar, hoy, la situación venezolana con algo distinto al juego a dos bandas?
Simplemente, no podría.
La responsable para América Latina del Ministerio de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación (tal es el nombre completo de esa institución), doña Cristina Gallach, declinó hacer declaraciones al ser requerida para este trabajo. Desde su despacho respondieron que tenía una agenda muy comprometida con la Cumbre Iberoamericana que abre hoy martes (20/04/2021) en Andorra. En todo caso, tal como informó el portal Crónica Uno en su oportunidad, Gallach no paró en Caracas hace pocas semanas de buenas a primeras sino que ya tenía una serie de encuentros pautados. Su presencia y sus declaraciones no dejan lugar a dudas en cuanto a que España insiste en un eventual diálogo.
Mientras tanto, Jorge Rodríguez ha querido hacer lobby con su comisión de diputados en la Unión Interparlamentaria (UIP), pero aparte de un par de reuniones y la invitación que cursó, lo que se hizo fue un par de selfies. En su comitiva estaban Luis Eduardo Martínez (del AD secuestrado); José Gregorio Correa (una ficha del abogado y dueño actual de Globovisión, Raúl Antonio Gorrín Belisario, solicitado en Estados Unidos por lavado de dinero); Pedro Carreño, Iris Varela y Desirée Santos Amaral. Un grupo lamentable por sus antecedentes, del cual Desirée puede rescatarse: Siempre fue una mujer muy querida en el gremio de los periodistas. Ojalá se diera cuenta de a quién sirve.
¿Qué es lo que busca o ha buscado el cerebro Jorge Rodríguez con esto? Se supone que legitimidad para su causa. La UIP sigue siendo una referencia internacional, aunque sus decisiones no tengan necesariamente que tener repercusión. Como dijo el diario Tal Cual, «Maduro mueve sus piezas para ganar reconocimiento internacional a través de su AN». Jorge Rodríguez le sacaría escaso jugo al viaje a Ginebra pero le sirvió para poner en Twitter que había extendido invitación para que una delegación del Comité Ejecutivo de la UIP visitara Venezuela y, así, sus dirigentes parlamentarios conocieran «la verdad de Venezuela más allá de agendas mediáticas y ataques arteros». ¡La verdad!
¿A qué llamará Jorge Rodríguez «la verdad»? La verdad es un conjunto de percepciones, una realidad huidiza, unos hechos contradictorios que nunca terminarán de contarse. La verdad es un claroscuro, algo que a veces se ve nítidamente y a veces se escapa calladita, por la tangente… Incluso una opinión puede ser una verdad como un templo, y un libro puede encerrarla dentro de una historia de ficción, o sea, un completo invento.
Hay muchas maneras de llegar a la verdad, andar su camino es lo mejor aunque nunca ese camino conduzca a un sitio concreto. El poder casi siempre se aleja de la verdad. La Venezuela de hoy es, toda ella, una terrible verdad. Sea como sea que llamemos a esa gran verdad, o el punto de mira desde el cual observemos, con seguridad esa verdad en particular, la que representa Venezuela, residirá en las antípodas del chavismo. Estará lejos de Jorge Rodríguez y de sus secuaces.
España juega un papel primordial, lo seguirá jugando en medio de sus contradicciones. Estos del PSOE tienen su corazoncito anclado en los años revolucionarios, todavía les suena romántico el son fidelista. Sin embargo, la verdad le llega a España de primera mano, es inevitable: Cotidiana y viva en forma de refugiados o exiliados. Ellos se convierten en un gran signo de interrogación. España sabe que debe jugar un papel de liderazgo, cosa que le ha faltado frente a otros países europeos que muchas veces se le han adelantado.
De España se espera mayor decisión. Se espera que sepa manejar esa verdad que reconoce aunque a veces lo disimule. Una verdad que crece por mucho que Jorge Rodríguez salga a cacarear en Twitter.
@sdelanuez
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