Se va a llamar Juan. Así respondió José Gregorio Pernalete a su esposa Elvira Llovera de Pernalete cuando ella lo llamó para anunciarle que estaba embarazada. Juan en honor a San Juan Bautista, el santo que le concedió el deseo a José Gregorio de convertirse en padre.
El 24 de junio, durante unas fiestas patronales en el pueblo de Curiepe, en el estado Miranda, José quien apenas era novio de Elvira, le prendió esa vela a San Juan. Era el único que en ese momento tenía fósforos.
–Pero ni siquiera sabemos el sexo del bebé, lo que tengo son pocas semanas, le respondió Elvira a través del teléfono.
–Se va a llamar Juan. Tú eliges el segundo nombre, replicó José Gregorio.
A Elvira siempre le pareció que Pablo era un nombre de príncipes. Por eso, aquel niño que nació el 28 de diciembre de 1996, pesó 2,750 kg. y se llamó Juan Pablo Pernalete Llovera.
Hoy la gran casa que compraron sus padres para su primogénito quedó grande y vacía. En silencio. Ahora es un santuario. Desde que Juan Pablo fue asesinado durante la represión de los cuerpos de seguridad en una protesta contra el gobierno de Nicolás Maduro, el 26 de abril de 2017, toda la quinta está llena de fotos de él, de cuadros, de sus trofeos, su pelota de baloncesto y las medallas obtenidas en los partidos.
La piscina donde Juan Pablo entrenaba piernas ahora está llena de hojas secas y un poco de agua estancada. El aro de baloncesto en el que ensayaba los lanzamientos, entre 5:30am y 6:00am todos los días, sigue en el patio de la casa, como él lo dejó.
En diciembre no se decora la Navidad, no se pone música en la gran corneta que está en el comedor, como hacía Juan Pablo los fines de semana mientras su mamá limpiaba. Él todavía alumbra la casa, ahora desde un cuadro con su imagen y unas luces que, por mera coincidencia, la sombra proyecta unas alas. Ya no hay nadie que le deje notas a sus papás o flores a mamá.
“Quizás llegue tarde esta noche, pero no me regañen, vale, les limpié la cocina, no sean lacritas”, escribió Juan Pablo en una de las últimas notas que les dejó a sus padres, y que Elvira leyó sonriente por sus ocurrencias.
Todo sigue intacto. Su cuarto está como lo dejó, antes de salir a la marcha con sus amigos de la universidad. Iron Man, el Capitán América y Hulk reposan en el mueble marrón, detrás de la cama cubierta con un edredón alusivo al béisbol, fútbol y baloncesto.
Elvira conserva todos sus uniformes de baloncesto y recuerda minuciosamente cuando usó cada uno. Hasta guarda el primer uniforme de la escuela. En el clóset él pegó una carta de deseos: “Quiero ser GRANDE, quiero conocer muy bien a Dios”, escribió en la lista, que ahora es una copia, porque sus padres guardaron la original en la carpeta que han llevado a donde ha sido necesario para demostrar al ángel que tenían como hijo.
Un pendón con todos los equipos de la NBA, entre ellos el favorito de Juan Pablo, Miami Heat, reposa en la pared desde que sus padres se lo obsequiaron en un cumpleaños. También un pequeño cuadro con fotografías de su novia Fabiana, con quien tuvo cinco años de relación.
En un perchero al lado de la cama cuelga el bulto del Barcelona, que Juan llevó a la manifestación. Adentro están los zapatos deportivos, naranja con azul, que usó ese día, una bandera y una gorra de Venezuela, dos franelas y el libro del Salmo 91. Su madre no encuentra fuerzas para mover nada de ahí, ni siquiera para lavar los zapatos que tenía su hijo aquel día.
Elvira y José Gregorio están muertos en vida desde el asesinato de Juan Pablo. No han dejado de llorarlo. Aquel miércoles 26 de abril el celular de Elvira estaba casi colapsado, esa tarde llegó a casa con su esposo y su hija menor, María Gabriela, luego de recorrer cinco farmacias. Trataban de encontrar un medicamento para la hipertensión de José Gregorio. Juan Pablo estaba en Salud Chacao, decían los mensajes.
“Nos quitaron nuestro piso. Nuestra vida giraba en torno a Juan Pablo. Quién lo llevaba, quién lo buscaba, la comida de Juan Pablo. Sus prácticas, sus juegos, todo”.
Desde el 1º de abril al 30 de julio de 2017 hubo una serie de protestas en Venezuela lideradas por la Mesa de la Unidad Democrática (MUD). El detonante fueron las sentencias 155 y 156 de la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia, las cuales despojaban de inmunidad parlamentaria a los diputados electos, y desconocían las facultades constitucionales de control político a la Asamblea Nacional, y en particular la atribución de autorizar al Ejecutivo Nacional para la creación de empresas mixtas.
Al descontento se sumaron más peticiones a lo largo de los cuatro meses de manifestaciones. Las exigencias eran: La apertura de un canal humanitario, la liberación de presos políticos y la devolución de las competencias a la Asamblea Nacional. La represión de la Guardia Nacional, la Policía Nacional Bolivariana y presuntos grupos paramilitares dejó 129 fallecidos en Venezuela, según cifras del Ministerio Público bajo la tutela de la fiscal Luisa Ortega Díaz, destituida por la Asamblea Nacional Constituyente ese mismo año.
Ambos dejaron en casa a Gaby, como llamaban cariñosamente a su hija, y salieron a buscar a Juan Pablo. No podían llevarla porque era paciente oncológica y estaba recién operada. Pensaron que regresarían pronto, con él herido en una pierna. En el camino José Gregorio trataba de calmar a su esposa, quien iba rezando, temía que su hijo fuese detenido.
“Tranquila, ese es atleta, se va a recuperar rápido. Seguro tiene un golpe en la pierna”, le decía José Gregorio a Elvira.
El tránsito estaba paralizado a la altura de La Castellana y los padres se desesperaban más. José Gregorio detuvo a un motorizado y le pidió que llevara a su esposa hasta Salud Chacao. Cuando Elvira llegó al ambulatorio la recibió Ramón Muchacho, para entonces el alcalde del Municipio Chacao, y le dijo: “Tienes que ser fuerte, tu hijo está muerto”.
Elvira estuvo unos minutos encerrada en esa habitación. Estaba destrozada. Golpeó todo, echó al piso lo que encontró. Gritó. Luego comenzó a buscar en todos los cubículos, hasta que vio a su hijo muerto en una camilla. Desnudo y sin el rosario de madera que siempre llevaba puesto. Tenía una herida en el pecho, cerca de la tetilla.
-“¡Hijo párate!”, -le pedía Elvira.
Llamó a su esposo y le dijo: –Nos mataron a Juan. Inmediatamente José Gregorio perdió el control del vehículo. Gritaba, golpeaba el volante, sintió las mismas ganas de morir que Elvira. Un hombre que también estaba estancado en el tránsito manejó por José Gregorio. Cuatro años después la pareja no ha podido agradecerles al motorizado y a aquel hombre que los ayudó.
Desde entonces comenzó la pesadilla para la familia. Pocas horas después de la muerte de Juan Pablo, su madre estuvo hasta la madrugada en el Cuerpo de Investigaciones Científicas Penales y Criminalísticas (Cicpc) en interrogatorios. Le preguntaban reiteradamente a qué partido político pertenecía su hijo. Destrozada culpó a un funcionario por el asesinato.
“Señora nosotros no matamos a su hijo, lo mató un Guardia Nacional y necesitamos que usted nos dé una declaración para pasar esto a derechos fundamentales”, le dijo un efectivo de la policía científica a Elvira.
Comenzó el calvario
El certificado de autopsia de Juan Pablo fue cambiado cinco veces por errores básicos. El 24 de mayo de 2017 la fiscal destituida Luisa Ortega Díaz aseguró que, según las investigaciones, al joven de 20 años lo había matado el impacto de una bomba lacrimógena, aunque otros miembros del oficialismo desmintieron esa versión oficial. Ernesto Villegas, para el momento ministro para la Comunicación e Información, ofreció otra versión: Al joven lo habían asesinado con una pistola de perno.
Juan Pablo murió producto de un “shock cardiogénico por traumatismo cerrado de tórax”. El estudiante de cuarto semestre de Contaduría Pública en la Universidad Metropolitana, jugador de baloncesto y rescatista de animales, fue tildado de guarimbero y de terrorista por funcionarios de la Fiscalía y por los medios de comunicación afectos al gobierno de Maduro.
“Juan Pablo recogía mangos de nuestra mata y se los regalaba a niños, les regalaba agua. Enseñaba baloncesto a niños en barrios de Petare, regaló muchas veces sus zapatos a quienes no tenían. Hacía cosas sin decirnos, luego de su muerte supimos que pertenecía a una fundación protectora de animales”.
En cuatro años no se conoce el nombre del funcionario que disparó la lacrimógena. Han cambiado a 15 fiscales. El abogado que llevaba la causa, Waldemar Núñez, primo de José Gregorio, fue arrollado el 1º de diciembre de 2019 en la avenida Urdaneta.
Desde el asesinato de Juan Pablo el abogado fue una fuerza importante para Elvira y José Gregorio. Los guió y acompañó en la lucha.
“Él salía de una reunión ese día. Una camioneta lo arrolló y luego retrocedió y le volvió a pasar por encima. Le robaron sus credenciales, supuestamente no hay testigos, eso quedó así. Luego la fiscal del caso nos dijo a tono de burla: ¿Y ahora quién va a ser su abogado?”, dijo José Gregorio.
En cuatro años Elvira, contadora de profesión, y José Gregorio, ingeniero agrónomo, han aprendido de Derechos Humanos, han investigado con expertos en balística y han documentado en un cuaderno cada visita semanal a la Fiscalía. Una de las habitaciones de la casa ahora es su oficina, ahí tienen todo organizado por carpetas, hasta las publicaciones de la prensa, y guardan en la biblioteca cada libro que han leído.
Los padres han alzado su voz en organismos internacionales como la Organización de los Estados Americanos (OEA) y la Organización de las Naciones Unidas (ONU). No descansarán, lo único que los mantiene con vida es hacer justicia por su hijo porque de lo contrario se hubiesen rendido.
El 27 de enero de este año imputaron a nueve funcionarios de la Guardia Nacional e investigan a 21 efectivos más, que supuestamente ya no pertenecen al cuerpo castrense. El 23 de abril, después de mucho insistir, a Elvira le entregaron copia del expediente con las nuevas actuaciones.
“En fiscalía nos han dicho que los guardias no intentaron matarlo y que Juan Pablo prácticamente lo buscó”.
La pérdida de Gaby, la hermana de Juan
En 2016, cuando María Gabriela Pernalete tenía 15 años, le diagnosticaron hepatocarcinoma fibrolamelar. Fue el primer golpe bajo para José Gregorio y Elvira.
“Me metí en el cuarto a llorar, estaba derrumbada. Y Juan Pablo entró y me dijo: Tú te vas a parar porque a Gabriela la vamos a salvar, tú eres fuerte”.
Juan Pablo les pidió a sus padres que vendieran el carro, que ellos le regalaron para ir a la universidad. Con ese dinero podrían terminar de pagar la operación de su hermana.
“Fuimos los dos a entregar el carro. Juan iba mudo, llorando. Cuando llegamos entregó las llaves”, contó José Gregorio con los ojos llenos de lágrimas.
El 9 de febrero de 2017 Gaby fue operada con éxito. La felicidad volvía a la familia, pero dos meses después Juan Pablo fue asesinado.
María Gabriela fue adoptada cuando tenía dos años -eso creen los médicos respecto a su edad-. Tenía retardo psicomotor y aunque el pronóstico de los médicos no era alentador, con ayuda de terapias Gaby comenzó a gatear, luego caminó y habló. Los llamó papá y mamá.
José Gregorio y Elvira tramitaron toda la documentación y reconocieron a Gaby. Fue al colegio, tuvo una vida normal, aunque sobreprotegida por sus padres. Juan Pablo amaba a su hermana y su hermana a él. Después de su asesinato Gaby cayó en depresión y tuvo que acudir al psicólogo.
“Todos los días a las 6:00pm Gaby lloraba. Ella se acordaba de que a esa hora llegaba su hermano del entrenamiento y la fastidiaba. Sudado se la pegaba del cuerpo, para fastidiarla”.
A finales de 2018 el cáncer volvió, no había mucho que hacer por Gaby, solo aliviar su dolor. El 19 de enero de 2020 falleció a los 19 años. Desde entonces acompaña las fotos de su hermano por la casa de los Pernalete.
“Lo único que me consuela es que Gaby no está sufriendo más. Ella sufrió mucho y la muerte de Juan la afectó mucho más”, dice Elvira, en el cuarto de Gaby, intacto, con la sábana rosada de las princesas Blancanieves, Bella y Cenicienta.
En la parte de arriba de la litera, en el cuarto de Gaby, reposan tres papagayos. El tercero se lo regaló “el señor de los papagayos” a la familia Pernalete tras la muerte de Gaby. Detrás de ellos se esconden dos de los seis gatos que hay en casa, rescatados por Juan Pablo.
“Gaby y Juan Pernalete seguiremos unidos”, dice el papagayo al lado de una imagen de Juan.
Otra prueba para José Gregorio y Elvira
Los dolores en el pecho de José Gregorio incrementaron. Lo atribuyó a sus problemas con la presión, al duelo por Juan Pablo, a la impotencia que causaba la injusticia y a la muerte de Gaby. Pero iba más allá, se trataba de un mixoma. El 17 de febrero de este año fue operado de un tumor cardíaco primario. Los médicos no se explican cómo José Gregorio aguantó tanto y no hubo consecuencias fatales.
Elvira y su esposo se dan fuerza uno al otro. Decir quién es el más fuerte no sería justo con ninguno, los dos están destrozados por la muerte de Juan Pablo. Elvira recuerda minuciosamente fechas, detalles, frases y la secunda su esposo.
No hay recuerdo de Juan Pablo que no vaya acompañado por el llanto. “Yo bailaba con mi hijo, lo enseñaba a bailar salsa, porque era sordo. Y yo le decía que en las fiestas tenía que sacar a bailar a las muchachas”, recordó José Gregorio con llanto, pero la sonrisa de Elvira al decir que su hijo no sabía bailar, lo ayudó a continuar y a soltar una sonrisa él también.
Elvira guarda en una cajita la ropita con la que Juan salió de la clínica, su control de embarazo, todos los dientes que su hijo le dejó al ratoncito Pérez, un mechón de su primer corte de cabello y hasta un pañal, para que él recordara lo pequeñito que era. Así de detallista eran Juan Pablo con sus padres, sobre todo con mami.
La pareja tiene 25 años de matrimonio, apoyándose en las buenas y en las malas. Cuando Juan Pablo fue asesinado, Elvira se encerró en el cuarto de su hijo. Solo lloraba, no quería comer, no quería bañarse, no quería hacer nada. Pero su esposo la levantó. “Tenemos que defender a Juan Pablo, lo están tildando de guarimbero, de terrorista. Quién mejor que su madre para decir quién era él”.
Durante el reposo postoperatorio José Gregorio le pidió a Elvira que siguiera la lucha. Y mientras él se recupera ella es quien asiste a Fiscalía, quien se enfrenta a la corrupción e impunidad.
Una forma de seguir cerca de su hijo son los perros que él rescataba. En casa quedaron seis que había encontrado Juan Pablo en la calle y los estaba recuperando para darlos en adopción. Sus padres no quisieron entregarlos.
En las tardes Elvira se sienta en las escaleras de la casa con los perros. La perrita más vieja se llama IVA, así le puso Juan Pablo porque la encontró cerca del Seniat. Esta mestiza cayó en depresión luego del asesinato de Juan, el veterinario les recomendó ponerles una camisa de él.
Su sueño era tener un refugio y llegar a la NBA. Aunque no llegó de la forma que él quería, porque los padres de Juan Pablo recibieron de la Liga expresiones de condolencias.
Este 26 de abril, a cuatro años del asesinato de Juan Pablo Pernalete, sus padres exigen al Estado que cesen su actuación por ocultar la verdad y que investiguen y condenen a los responsables por los hechos que cometieron y no por los hechos que idearon desde el gobierno de Maduro, indicaron en un comunicado.
“Seguimos esperando que sean juzgados y condenados, no solo quien accionó la carabina Narinco Narg 38 con la que dispararon la bomba lacrimógena NF01 38mm que mató a Juan Pablo, sino también a quienes idearon y ordenaron la ejecución de las políticas antes señaladas, es decir, el autor material y los máximos responsables en la cadena de mando”, sentenciaron en el pronunciamiento.