En la aldea
17 enero 2025

El fin de la inocencia

El acoso y la violencia sexual han sido normalizados al punto de que se entienden como un resultado “inevitable” de las relaciones de género. Es un momento para evitar las solidaridades automáticas y tratar las cosas por lo que son, intentando mirar más allá de prejuicios y filtros políticos que nos impidan aproximarnos a la realidad de las víctimas. Es tiempo de hacer una pausa y pensar, pero de verdad-verdad, sobre el tratamiento que damos a mujeres y niñas de todos los orígenes, estratos y edades y sobre su lugar en nuestra sociedad, donde el sexismo está profundamente incrustado y el abuso sexual no es más que un chiste.

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Luisa Kislinger | 06 mayo 2021

Como la pandemia por la Covid-19 o cualquier otro fenómeno de esta época, la sociedad venezolana ha reaccionado tarde y equivocadamente al reclamo femenino planetario contra el acoso y abuso sexual. El debate que se ha dado a raíz del trágico caso de Willy McKey es un buen ejemplo de ello. Pudo haber servido (todavía puede) para promover un debate que apunte a un consenso social sobre los parámetros de conducta de hombres y mujeres, en un ámbito en el que todos los venezolanos tienen mucho que aprender. Las discusiones, sin embargo, han estado fuera de foco o, por lo menos, se han dado en términos poco útiles. Esta nota de Luisa Kislinger, coautora de “Doble crimen: tortura, esclavitud sexual e impunidad en la historia de Linda Loaiza”, sugiere algunas ideas que podrían coadyuvar en la búsqueda de conclusiones socialmente aprovechables en un tema tan complejo.

Nunca tuve dudas de que Venezuela vería su propio movimiento #MeToo. Era solo cuestión de tiempo. Aunque la nuestra es una sociedad desinteresada en lo que considera “temas del primer mundo”, tales como igualdad de género, violencia basada en el género o los derechos de las personas LGBTI, las historias de acoso y violencia sexual son lugar común a pesar de nuestros esfuerzos colectivos por almibararlas. Lo que nunca anticipé fue la potencia y el gran número de historias que saldrían a la luz pública, y el giro inesperado y trágico de eventos en torno a una de las principales figuras señaladas por las denuncias, Willy McKey, quien se quitó la vida el jueves pasado en la tarde.

McKey era un celebrado poeta y escritor, con un reconocido trabajo como editor en diferentes publicaciones culturales. Lo que hizo desde su posición prominente en círculos literarios es una historia dolorosamente familiar: Demandó favores sexuales a cambio de promesas de apoyo para impulsar una carrera literaria y periodística. Uno de los casos involucra a una mujer que tenía 16 años para el momento de los hechos. En ese entonces, él tenía 36.

Las denuncias que señalaban a McKey, en particular la publicada detrás del pseudónimo de “Pía” en Twitter, estuvieron precedidas de otras que, desde hace un par de semanas, apuntaban a distintos miembros de la escena musical venezolana en las redes sociales. Pero en los días siguientes, la sociedad, atónita, ha seguido el poderoso tsunami de historias tras historias de mujeres de diversas áreas, desde la política al periodismo, que decidida y valientemente han relatado el abuso a las que fueron sometidas. También hay historias de hombres valerosos que han salido al ruedo a exponer sus episodios como víctimas de abuso sexual. Todos estos relatos contienen el mismo dolor y desespero. Ha sido un rudo despertar para un país que aceptó su fantasiosa autoimagen de sociedad igualitaria e inclusiva como una verdad inmutable, pero que, en realidad, es una cultura donde el sexismo está profundamente incrustado y la violencia sexual no es más que un chiste.

“Es también hora de mirar la humanidad y el dolor de quienes escogieron el silencio por miedo a ser burladas, disminuidas, excluidas o agredidas”

La ausencia de instituciones funcionales y de un sistema judicial imparcial e independiente aumenta el sufrimiento de las víctimas y sobrevivientes de violencia basada en género. La única opción real con la que disponen es la sanción moral de sus agresores haciendo uso de los pocos medios que tienen a su alcance; mientras que la autoproclamada revolución “feminista” administra un Estado indolente y negligente que no adopta políticas para prevenir, investigar y sancionar casos de violencia en contra de mujeres y niñas. Han sido las organizaciones de la sociedad civil, activistas feministas y hombres y mujeres interesados y sensibilizados, quienes han asumido la enorme responsabilidad de apoyar, asistir y acompañar a las decenas de víctimas y sobrevivientes, que han decidido dar el paso de contar sus historias. La creación de la plataforma #YoTeCreoVenezuela para canalizar y dar voz a las víctimas es un buen ejemplo de organización ciudadana que parte de la solidaridad y la ausencia de alternativas. Tanto esta plataforma como los pocos servicios de atención psicológica y legal disponibles para quienes denuncian están absolutamente desbordados frente a la avalancha de solicitudes de apoyo.

Al igual que otros países que atravesaron sus propios procesos de #MeToo antes que nosotros, es el momento de una reflexión colectiva sobre quiénes somos y qué nos importa en este ámbito. Es un momento para evitar las solidaridades automáticas y tratar las cosas por lo que son, intentando mirar más allá de prejuicios y filtros políticos que nos impidan aproximarnos a la realidad de las víctimas. Para analizar cómo el sistema y sus varios componentes sexualiza y cosifica a mujeres y niñas, y cómo eso es errónea y grotescamente asumido como “parte de nuestra idiosincrasia”. Para desenmarañar cómo el acoso y la violencia sexual han sido normalizados al punto de que se entienden como un resultado “inevitable” de las relaciones de género. Es también hora de mirar la humanidad y el dolor de quienes escogieron el silencio por miedo a ser burladas, disminuidas, excluidas o agredidas, y de quienes hoy son víctimas indirectas de los agresores. En fin, es el tiempo de hacer una pausa y pensar, de verdad-verdad, sobre el tratamiento que damos a mujeres y niñas de todos los orígenes, estratos y edades y sobre su lugar en nuestra sociedad, para tomar acciones efectivas que vayan más allá de lo meramente performativo.

Ya viene siendo hora.

*Una versión de este artículo fue publicado también en el portal Caracas Chronicle.

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La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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