Otra muerte anunciada en Caracas. No la que escribió García Márquez sobre el caso de Santiago Nasar, no la de los amigos periodistas que no fueron atendidos con la suficiente prisa en los centros asistenciales y han sucumbido a la pandemia que no perdona errores ni deslices ni la inercia de un régimen desalmado. Me refiero al fallecimiento de otra librería, otra más que ha quedado en el camino, en esta ocasión en Los Palos Grandes. Han ido desvaneciéndose estos lugares caraqueños que, como en otras grandes y pequeñas ciudades del mundo, son centros de intercambio, templos para el alma y la fantasía, sitios umbríos de consuelo y reencuentro con uno mismo. Lugares oníricos impregnados de la aventura, la ciencia y la leyenda de aquello que contienen.
Otra librería cae en Caracas: ya no es noticia sino una redundancia. La EntreLibros era un ligero soplo de aire fresco fundado por una pareja que vino a hacer las Américas desde principios de los años sesenta. Ellos, marido y mujer (él romano, ella catalana de origen), llevan de la mano la casa de sus ilusiones ahora convertida en féretro. EntreLibros ha entrado en ese umbral del desguace y el remate por pronta bajada de santamaría, liquidación por cierre y adiós muy buenas. Aparecerán los restos del naufragio, quizá, bajo el puente de las Fuerzas Armadas o en algunas estanterías que todavía sobreviven aquí y allá como barcos a la deriva en un país que sufre una marea de espantos y quebrantos.
Lo trae una nota reciente publicada en Crónica Uno: que el cierre anunciado de EntreLibros y Librería Estudios en La Castellana preocupa al sector del libro. Que Montserrat Sarri de Bertolotto se siente triste. Que su negocio de más de 40 años -abrió en 1977- dejará de ser una forma de vivir, un negocio y, sobre todo, una pasión.
“Una feligresía alrededor de EntreLibros, un público cautivo que vive en la urbanización o alrededores. Ahora habrá de quedar un poco huérfano”
Del mismo modo han cerrado Lectura, Suma, Macondo, Noctua y tantas otras. «Es más que todo un asunto romántico», le dijo ella al periodista que la interrogó. «Uno tiene que quemar etapas, y me tocó», agregó resignada.
Los primeros recuerdos de lectura de Montse son cuentos de hadas que le traía su padre Francisco a casa, en español porque el catalán estaba proscrito en aquellos años. Hoy, después de toda una vida en Venezuela, ella habla y entiende el catalán aun cuando no sepa escribirlo. EntreLibros fue una inversión de la pareja Sarri-Bertolotto: ella aportó sus prestaciones de Corpa, donde había trabajado en la parte administrativa primero en San Bernardino y luego en la Torre Phelps; él, sus propios ahorros producto de una panadería que mantuvo en Maracaibo, pues antes de Caracas fue el Zulia su lugar de encuentro. A ella siempre le han gustado los libros y eso afloró cuando comenzó a pensar, o comenzaron a pensar ambos, en un negocio para independizarse. En ella no hubo escuela ni experiencia previa en este ramo. Simplemente eso, que le gustaban los libros de toda la vida «y uno aprende, paga sus novatadas». Esa era la Venezuela de antes, donde la gente podía ilusionarse con un emprendimiento, creado a partir de unas prestaciones gracias a su empleo de varios años en una buena compañía.
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La última vez que vi a Montse en su librería todavía decía que tenían suerte porque Planeta sacaba sus libros en Caracas, y Ediciones B también. Han procreado una sola hija, de profesión administradora. Vive en Miami. EntreLibros comenzó como papelería y librería pero con el tiempo dejó a un lado el ramo papelero. En Los Palos Grandes, a la pareja Sarri-Bertolotto la conoce todo el mundo; se hicieron de una clientela más o menos fija, con muchas señoras de la zona que van (¿iban?) de tarde en tarde. Han formado allí dentro círculos de lectura, reuniéndose una vez a la semana para leer, comentar libros y charlar o escuchar charlas. A veces llegaba una de ellas y le pedía a Montse que le recomendara algo, pues «me toca esta semana». En ocasiones, a esos círculos invitaban a escritores venezolanos para conversar con ellos. Francisco Suniaga y Federico Vegas iban por allí y las complacían; ya no viven en Caracas.
En fin, ha habido una feligresía alrededor de EntreLibros, un público cautivo que vive en la urbanización o alrededores. Ahora habrá de quedar un poco huérfano. Por allí han pasado tres generaciones: abuelas, madres y nietas de hoy. Montse me decía que los hábitos han variado porque la gente busca, ahora, más lectura sobre política.
A ella le han gustado siempre las novelas. Me mencionó Soldados de Salamina, que es ficción mezclada con hechos reales de la Guerra Civil española, en la que estuvo involucrado su propio padre. Su amor a los libros viene por parte de su papá, precisamente. Por cierto, él no tenía una instrucción muy alta. Manejaba un taller. Pero en aquella época y aunque los hombres fueran carpinteros, allá, en Barcelona, leían mucho. Además no había grandes alternativas: era la radio o la lectura.
Su padre se llamaba Francisco Sarri.
¿Regresará ahora ella a su tierra natal, cuando su país de acogida parece no tener ningún medio para ofrecerle un descanso más o menos apacible?
Lo cierto es que EntreLibros había, al menos cuando yo pasaba por allí, cuatro empleados en los días laborables de la semana y, los sábados, contratación aparte. Otros que quedarán huérfanos.
Librería ecléctica, librería amable, ordenada y propicia, como tantas otras que ya no están, a pasear por mundos ajenos y narraciones extraordinarias. En ella vi, por ejemplo, a Elvis Presley y a Edgar Allan Poe traducido por Julio Cortázar frente a manuales de bricolaje, El mundo de las setas y los 1001 trenes más espectaculares de todos los tiempos. Como dijo el reportero español Antonio Lucas, «hubo un tiempo en que las librerías eran capillas de culto y de cultura, espacios con algo de negocio, de sagrado, de estafeta de afectos».
Pues sí, en Caracas se diseminaban esas estafetas para el afecto. Ahora puede ser apenas la ciudad convertida en cementerio de los lugares cálidos.
@sdelanuez
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