La designación de la directiva del Consejo Nacional Electoral (CNE) por la Asamblea chavista ha movido las aguas de la política venezolana, estancadas desde hace tiempo. Vemos opiniones diversas sobre la llegada de los nuevos rectores, y suponemos que los nombramientos estuvieron precedidos por tratos con sectores de la oposición, sin los cuales no se hubiera completado la nómina que se ha hecho pública con la inclusión de dos de sus representantes. De allí que estemos ante un panorama prometedor, sobre el cual conviene una reflexión capaz de advertir la vivificante novedad que significa.
O que puede significar. Se abre la puerta para una carrera cargada de expectativas que depende de los corredores. No se ofrece la alternativa de una competencia franca y libre, sino un estrecho sendero cuyo perfeccionamiento queda en las manos de quienes se animen a recorrerlo. Falta mucho para concretar el deseo de elecciones trasparentes en las cuales se respeten las garantías de los contendientes y los derechos de la soberanía popular, pero parece que estamos en su prólogo. Se ha pasado de la nada a una rudimentaria posibilidad electoral, se ha caminado un primer tramo que es elemental y, por lo tanto, susceptible de perfeccionamiento, pero se ha cambiado la parálisis por un balbuceo de movimiento que no podemos desdeñar.
Sin embargo, ¿no estamos ante una película que ya vimos, ante lo mismo que sucedió en la votación manipulada y falaz que hace poco fabricó un parlamento a la medida de la dictadura? La calidad de los participantes de ahora marca la diferencia. Los dos rectores no afectos al Gobierno que se han seleccionado, son vanguardia de los partidos perseguidos y acorralados en el pasado reciente. Se supone que aceptaron sus designaciones para recuperar los derechos de las organizaciones acorraladas en la víspera; es decir, para no hacerse de la vista gorda ante una tropelía descomunal, como hicieron los candidatos “oposicionistas” en la última jornada electoral con insuperable indiferencia. Además, representan banderías consistentes aún, es decir, organizaciones con presencia nacional y con un liderazgo que, pese a su debilidad, ha sabido diferenciarse en forma consuetudinaria de los intereses de la dictadura, si se compara con los nominados en el pasado reciente por la llamada mesita. La confianza que pueden dar cuando desarrollen sus funciones, merece la paciencia que no podía producir la comparsa que hizo las delicias de la dictadura en las últimas “elecciones” legislativas.
Se sabe de las reuniones que están sucediendo en partidos esenciales como Primero Justicia y Acción Democrática para ver cómo encaran el desafío. Tales movimientos han provocado la reacción del presidente encargado Juan Guaidó, quien ha cambiado el contenido de sus recetas sin condimento para encontrar la manera de probar suerte en la pesca de los sufragios. Además, a su partido parece que no le quedará más remedio que subirse rápido en el tren de turno, antes de que salga de la estación con pasajeros que no son de los suyos. En el seno de La Causa R también están soplando los aires, lo mismo que en comarcas zulianas. Y el vaivén ha repercutido en el exterior, hasta el punto de que una posibilidad electoral que pueda aproximarse a los requisitos internacionales se haya juzgado como una pieza que ayuda en el remiendo de un entuerto que parece infinito. Así las cosas, ¿no estamos ante el regreso de una actividad sin cuyo ejercicio jamás cambiarán las cosas en Venezuela?
Pueden resucitar las polémicas muertas y enterradas. Polémicas con sentido, desde luego, que nos obliguen a tomar posiciones sobre el bien común. Muchos líderes pueden desempolvar propuestas y discursos escondidos en el sótano. Pueden salir de su hermetismo para visitar los cónclaves del vecino, para buscar oxígeno y para ofrecerlo a una sociedad adormecida y desencantada. Para obligarse a ser otros en el seno de sus partidos, si no quieren desaparecer junto con las pocas esperanzas que nos quedan como ciudadanos. Para lucirse frente a los principistas que no quieren mover ni una hoja del samán mientras no se suscriba un nuevo contrato social, es decir, mientras no volvamos a la raíz de unos tiempos límpidos y de unos estadios de pureza que solo existen en la angostura de sus cabezas. Para darle un puntapié a los promotores de invasiones extranjeras y milagros cuarteleros. O para dar paso a sus reemplazantes, que pueden ser bastantes. Y para obligarnos a mirar encuestas y a opinar sobre sus predicciones en las tertulias familiares y en las barras de los botiquines. ¡Ah mundo!
Si a todos nos mueven esas corrientes, puede ser importante el provecho que saquemos a la oferta chucuta que nos hace la dictadura en materia electoral. Una dictadura sin ideas no sabe cómo enfrentarlas cuando se echan a la calle. No sabe cómo atenerse a una alternativa de normalidad, es decir, de convivencia republicana, que podemos labrar aprovechando la angosta trocha que hoy podemos recorrer. De eso se trata, por ahora, cuando parece que la política está de regreso en Venezuela.