Este martes, el historiador David Ruiz Chataing se desempeñó como moderador en la conferencia ofrecida por su colega, Rafael Arráiz Lucca, a propósito de los 90 años del Plan de Barranquilla, que organizó la Universidad Metropolitana (Unimet), donde ambos son docentes. La semana pasada había ofrecido una charla sobre la Fiesta de la Tradición, organizada por el poeta Juan Liscano, en 1949. Y la semana que viene estará entre los promotores de un evento conmemorativo de los 300 años de laUniversidad Central de Venezuela (UCV). En pandemia, sin gasolina y, a veces, sin conexión a internet, no para. Además de que siempre tiene entre manos una investigación sobre las concesiones políticas en el país, su especialidad.
En el prólogo a su libro “Historia de las ideas en Venezuela” (Unimet, 2017), el historiador Tomás Straka dedicó unos párrafos al autor del ensayo. “Criado en una zona popular de Caracas”, dijo Straka de Ruiz Chataing, “es hijo de un boxeador barloventeño que comenzó su vida como caletero en el Puerto de Carenero, pero que logró ascender en una Venezuela llena de oportunidades, y de una dama con un apellido poseedor de pergaminos en nuestra historia, aunque en su caso lejos del tronco adinerado. […] Se enroló, como tantos muchachos de las décadas de 1970 y 1980, para definir su futuro: los partidos de izquierda y la educación superior pública. En uno de los más radicales de aquellos partidos, el Partido de la Revolución Venezolana (PRV), adquirió una experiencia muy valiosa en su formación ética e intelectual. Como todo joven militante, se sometió a la rigurosa catequesis de clásicos marxistas, un montón de manuales y el legendario periódico Ruptura, que vendía, pero los contrastes de la teoría con la realidad rápidamente le hicieron ver los claroscuros de aquellas promesas revolucionarias”.
Ruiz Chataing estudió Historia, en la UCV, al tiempo que trabajaba en la Biblioteca Nacional, como bien dice Straka, en “los años dorados de la institución, cuando estaba a la vanguardia de Latinoamérica”. Muy pronto fue llamado a integrar importantes equipos de investigación, como el que lideró Ramón J. Velásquez para recopilar el Pensamiento Político del Siglo XX; Tomás Enrique Carrillo Batalla, para la Historia de las Finanzas Públicas en Venezuela; y Luis Herrera Campíns, en la Biblioteca del Pensamiento Venezolano “José Antonio Páez”.
-No sería exagerado afirmar -concluye Straka- que Ruiz Chataing es uno de los hombres que más sabe de autores políticos venezolanos del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX. Cualquiera que desee conocer un dato, dar con la pista de un panfletista de la década de 1880, de un periódico de provincia, de un sacerdote que sacaba en su pueblo una hojita impresa con sus ideas, de un parlamentario del que ya nadie se acuerda pero que en algún congreso del siglo XIX dio un discurso notable por su brillantez o por su mediocridad, puede consultarle y hallará alguna respuesta.
-¿Por qué seguimos recordando el Plan de Barranquilla, a 90 años de su formulación?
-El Plan de Barranquilla es un escrito. Un montoncito de páginas, que no llega a la decena, que fue publicado en marzo de 1931. Es obra de un grupo de muchachos muy jóvenes, que estaban en esa ciudad colombiana exiliados por luchar contra la dictadura del general Juan Vicente Gómez. Se trata de un manifiesto político de la ARDI, (Alianza Revolucionaria de las Izquierdas), entre cuyos participantes se contaban Rómulo Betancourt, Raúl Leoni, Ricardo Montilla y Valmore Rodríguez, entre otros. El Pacto es un diagnóstico de la situación del país y un programa mínimo para enfrentar los problemas nacionales. Es la primera aplicación en Venezuela del análisis marxista, aunque esto no supone que el país que planteaban fuera comunista ni mucho menos. Al contrario, aspiraban una democracia con libertades de todo orden. Este documento histórico hace un diagnóstico de los problemas de Venezuela en la época y formula un conjunto de soluciones, consideradas mínimas por quienes las impulsan. Su importancia radica en que será el conjunto de reformas fundamentales que convertirán a Venezuela en un país moderno y, claro, que sus firmantes dirigirán el proyecto nacional por varias décadas.
-¿Tiene alguna vigencia en la actualidad?
-La revolución liberal que propone se realizó. Vigencia no podemos decir que tenga… excepto por el hecho de que la destrucción obrada por la revolución bolivariana nos obligará a comenzar de nuevo. De cero.
-Usted ha investigado el gobierno de Rómulo Gallegos, el primero que emergió de unas elecciones donde votaron todos los venezolanos mayores de edad, incluidas las mujeres. ¿Cuál diría que fue la primicia de ese evento?
-La campaña electoral de 1947 tuvo la novedad de ser convocada por un Estatuto Electoral que estableció el sufragio universal, directo y secreto. Con el voto no solo de la mujer, también de los analfabetas. Había un gran alborozo y hasta exageraciones, como cuando en camiones y con megáfonos, militantes de AD se iban hacia el Este de la cuidad para vociferar que “Los negros están mandando”. Se escogió por primera vez al Presidente de la República de esta forma novedosa. Se inaugura la democracia representativa. Hay una construcción de ciudadanía. De pocos venezolanos que elegían a los gobernantes, se pasa a millones: Isaías Medina Angarita había sido elegido por un Congreso oligárquico, con unos 120 votos, mientras que Gallegos es Presidente de la República por casi un millón de sufragios. En las elecciones de 1947 participaron, masiva y libremente, miles de ciudadanos a quienes el sistema político y electoral del régimen anterior había excluido. Los grandes protagonistas del ‘47 son el pueblo, las mujeres y los partidos políticos. Acción Democrática, con su ilustre candidato Rómulo Gallegos; el partido Social Cristiano Copei, con el joven Rafael Caldera; y el PCV (Partido Comunista de Venezuela),que era minoritario, con su combativo abanderado, Gustavo Machado. Los candidatos y sus partidos recorrieron el país. Fue una jornada que no dejó mayores incidentes, prevaleció la tolerancia y el mutuo respeto entre las organizaciones políticas. El gran protagonista de estas elecciones fue Acción Democrática, el partido de la Revolución de Octubre, de la apertura al sufragio universal directo y secreto; el que había recorrido el país construyendo un tejido social que le daría unas bases populares, amplias y comprometidas. Era el partido para el pueblo y el pueblo para el partido, como dice Germán Carrera Damas, en “Rómulo Histórico”. Fueron unas elecciones masivas, concurridas, en las que asoma, eso sí, la actitud hegemónica y las promesas y las prácticas populistas. Y, tras conocerse los resultados, muy favorables para Acción Democrática, las fiestas, los bailes, las celebraciones, se prolongaron hasta el amanecer.
-¿Cree usted que la actual circunstancia tiene algún parecido con las elecciones del ‘47, cuando la presencia de políticos en las calles era una novedad?
-No, porque en el ‘47 había confianza de todos los participantes en el árbitro electoral. Había plena libertad de las fuerzas participantes. Hoy no existe esa libertad. Por el contrario, el régimen ha usurpado las autoridades de los partidos, imponiendo en sus directivas ex militantes “pasados” al Gobierno. En estas elecciones hay ausencia de política en el sentido que la política es el espacio para organizar la convivencia colectiva. El designio del régimen de Nicolás Maduro es evitar la participación.
-Ya sabemos que usted se inició en la política con el izquierdista PRV. ¿Cómo fue su experiencia?
-Me inicié en la militancia política durante los años ‘70 y ‘80, al incorporarme al Movimiento Político Ruptura, fachada legal de PRV-FALN (Partido de la Revolución Venezolana-Fuerzas Armadas de Liberación Nacional). Trabajé por unos diez años en el Barrio El Guarataro, en la organización de actividades culturales, deportivas, reivindicativas y de saneamiento del sector. Por cierto, en ese tiempo observé que los partidos tradicionales, que ejercían el poder político, Acción Democrática y Copei, iban a los barrios solo en procesos electorales. Nuestro trabajo político, en cambio, alcanzaba a las maestras de las escuelas, las monjas, el personal de los dispensarios, los artistas, los luchadores de la Parroquia San Juan. Allí conocí sindicalistas, ex guerrilleros, los grandes púgiles que venían a pelear en el Nuevo Circo de Caracas, terminaban en la Calle El Carmen, de El Guarataro, combatiendo con algún zurdito desconocido. Fue un trabajo político que dio resultados, organizamos a la comunidad en una asociación de vecinos donde participaban militantes de todos los partidos y trabajábamos juntos por el bien procomunal, como se decía entonces. Ese trabajo tienen que hacerlo hoy las fuerzas democráticas. Construir desde abajo una alternativa para rescatar la democracia.
-¿Por qué abandonó ese trabajo?
-Porque la exigencia era demasiada y el partido siempre quería más de nuestro tiempo, de nuestra energía. De haber sido por ellos, yo no hubiera estudiado ni hecho más nada que la militancia. La verdad es que los partidos de extrema izquierda en Venezuela eran fábricas de marginales.
-Por favor, ¿podría explicar esta afirmación?
-En mis años de militancia comunista, muchos integrantes de los núcleos o células de diversos barrios populares eran muchachos y muchachas de clase media. Para convertirlos en militantes profesionales, los obligaban a dejar sus estudios y hasta su casa. Finalmente, al naufragar en la política, terminaban convertidos en marginales, que no habían terminado sus estudios ni volvían a ellos, y que muchas veces su único modo de ganarse la vida era participar en operaciones delincuenciales, para las cuales habían sido entrenados. Las muchachas rápidamente se embarazaban (en esa época, las echaban de sus casas); por lo general, eran abandonadas por el novio y tenían que buscar un trabajito para sobrevivir. Se completaba así ese proceso de deterioro social de quienes participaban en las actividades revolucionarias. Sin mencionar a los que eran incorporados a actividades político-militares, que yo siempre rechacé. Mi trabajo era organizativo y cultural. Deportivo y vecinal. Firmemente aduje que no podía dejar los estudios ni mi casa. Eso me salvó. Al mantenerme estudiando, comprendí el disparate en el que estaba involucrado. Me gradué. Me casé y mantuve actividades intelectuales y políticas que me fueron acercando a las ideas democráticas. Había visto perderse muchas vidas valiosas en esa fervorosa faena de revolucionarios. Le agradezco a mi padre, Tomás Ruiz, quien con una gran sabiduría, me dijo que si yo seguía en esas actividades subversivas, entonces que me mantuviera la revolución. Tuve que trabajar. Así, ingresé en la Biblioteca Nacional y se me abrió un universo extraordinario. Conocí a Jesús Sanoja Hernández; Carlos Eduardo Misle; Ramón J. Velásquez; José Rivas Rivas; Naudy Suárez Figueroa; Manuel Alfredo Rodríguez; al bibliógrafo Ángel Raúl Villasana; Allan Randolph Brewer Carías; Luis Castro Leiva, y muchos otros. Entre trabajo, matrimonio y mi decepción con la actividad política, me fui alejando. Cuando Ruptura se divide, y surge el grupo Tendencia Revolucionaria, quedé liberado de la responsabilidad partidista y evolucioné hacia el trabajo cultural e intelectual.
-¿Reivindica algo positivo de esa militancia?
-Cómo no. Me dejó algo muy positivo, me acerqué a la gente humilde; a los habitantes de los barrios populares; a los campesinos de Yaracuy; a los obreros de las fábricas, en especial, los de la rama textil. Mi conocimiento del pueblo de Venezuela lo debo a esos años en los que recorrí el país y conocí cómo era el venezolano, su expresión oral, su humor, su picardía, sus aspectos positivos y negativos. Los motivos de sus alegrías y sus tristezas. Por eso no me canso de recomendar a las fuerzas democráticas que no abandonen la calle, las comunidades, la lucha diaria.
-¿Cuál es la situación actual de la política en las comunidades?
-En Venezuela, las comunidades están controladas por los consejos comunales y el PSUV. Hay una total ausencia de otras fuerzas, en especial las de oposición, cuando más falta hace que extiendan su influencia en las zonas populares. Visitarlas. Distribuir periódicos o, en fin, mensajes de la oposición. Organizar actividades sociales. Agrupar y organizar a los militantes de los diferentes partidos para trabajar juntos por la comunidad y por el restablecimiento de la democracia. Es muy cierto lo que se viene diciendo: Hay un gran descontento, pero no quien lo organice políticamente. Las fuerzas democráticas deben retomar ese trabajo en los barrios, donde hay mucha gente vinculada a ellos que esperan un liderazgo para activarse; incluso, sin miedo de perder la bolsa CLAP. La gente está harta de los consejos comunales, que hacen una encuesta pormenorizada de tu vida, tu casa, tus ingresos, tus bienes. Y tienen a los vecinos en una data que llaman “estado mayor”; y si tienes teléfono, te meten en un grupo de Whatsapp, para controlar cuándo compras el gas, cuándo recibes la comida… Donde vivo no operan los colectivos. Pero hay otras zonas donde sí lo hacen. Cobran vacuna a los negocios, son instrumentos paramilitares para controlar y reprimir a la población. En San Martín los he visto organizar la venta racionada de gasolina. A veces pelean los guardias y los colectivos.
-¿Ha habido alguna época en la historia de Venezuela en la que se promueva la abstención?
-Luego de la caída de Rómulo Gallegos, el 24 de noviembre de 1948, la política de Acción Democrática, acosada y perseguida por la Junta Militar y luego por la Junta de Gobierno y finalmente, por el dictador Marcos Pérez Jiménez, fue la de alzar las banderas de la abstención. En las elecciones de 1952, el pueblo desoyó ese llamado, votó por los candidatos de Copei y URD, y derrotó al gobierno dictatorial, que entonces se vio obligado a suspender el conteo de votos y proclamar como Presidente de la República al general Marcos Pérez Jiménez, en nombre de las Fuerzas Armadas. Para 1957, el Gobierno, en una maniobra continuista, no convocó elecciones presidenciales como correspondía y se sacó de la manga un plebiscito, que terminaría conduciendo a una severa crisis política y la posterior caída de la dictadura. En los años ‘60, los partidos de izquierda, alzados en armas, convocaron a la abstención en los diversos procesos electorales, pero el pueblo votó masivamente por los gobiernos adecos, primero; y luego, para elegir el primer gobierno de Copei. La abstención empieza a crecer en los años ‘80, por cansancio del electorado de los partidos tradicionales y por el crecimiento de una severa crisis económica y social. Más recientemente, la oposición se abstuvo para las elecciones parlamentarias de 2005 entregándole al Gobierno, nada más y nada menos, que el Poder Legislativo. En los últimos tiempos la oposición democrática, argumentando carencia de condiciones electorales, se ha abstenido de participar; por cierto, sin ninguna consecuencia seria para el Gobierno. Al contrario, le ha venido de perlas. Yo considero que organiza más, que se hace más actividad política constructiva, cuando participamos en los procesos electorales, y que el costo político del fraude que cometa el Gobierno, sea cada vez más alto. De esta manera, la oposición va dejando saldos organizativos y una actitud de combatividad, que la haga recuperar el terreno perdido por los errores propios y la represión oficialista. La abstención no organiza, no deja saldos políticos ni organizativos. La participación sí, aún en condiciones adversas. Y se ejercita el músculo de las fuerzas democráticas en el terreno que domina: el ejercicio de la política. Todo eso, en el marco de la más grande crisis económica, social, política que haya vivido Venezuela, y el pueblo no encuentra un cauce para canalizar sus inquietudes. A 90 años del Plan de Barranquilla, tendremos que empezar otra vez. Yo estoy dispuesto.
*La fotografía, cortesía de David Ruiz Chataing, fue dada por la autora Milagros Socorro al editor de La Gran Aldea. La imagen fue intervenida para facilitar su adaptación al formato del portal.