Cuando los publicistas promueven el uso de algún dentífrico o alguna tableta para el dolor, suelen acudir a la ciencia. Una dama o un caballero con reluciente bata blanca, representan la veracidad del experimento científico que certifica la conveniencia de usar tal o cual marca para mitigar el dolor o liberarse del mal aliento o preservar la dentadura. No debe extrañar, por consiguiente, la apelación al escrutinio de la ciencia cuando se desea dar impulso y soporte a una ideología. La ciencia, como los brebajes caseros, se usa para todo si se consigue quien pague.
La última vez que una ideología tuvo éxito con su camuflaje científico, logró dividir el mundo en dos toletes irreconciliables, produjo la muerte de millones de seres humanos e impuso las hambrunas como método conveniente para el manejo del poder económico y político. El llamado socialismo científico, se arropó con el materialismo histórico y dialéctico como métodos infalibles para leer el pasado y predecir el futuro. Llegó muy lejos con su visión de una ciencia marxista de la sociedad, tan lejos como los Gulag en las estepas de Siberia.
Pero la humanidad está decidida a no aprender. Y por eso se insiste en el parapeto de la ciencia como soporte de las ideologías. Ya cuando hasta los cubanos muestran el hartazgo frente a la tal sociedad organizada con arreglo al “método científico marxista”, justo en estos tiempos del cinismo triunfante, nos viene la novedad de una “teoría científica” para fundamentar los reclamos de quienes desean redefinir su orientación sexual.
Los más afiebrados segmentan cromosomas, colorean células, inyectan hormonas a ratas de laboratorio, diseccionan cerebros de difuntos y revisan cadenas de ADN en la búsqueda afanosa del cromosoma gay, suerte de eslabón perdido en la espiral de doble hélice de Watson y Crick1. Pero hasta ahora sólo conjeturas que no llegan ni a hipótesis de trabajo. Nada que merezca un trasnocho cognitivo. Pocos buscan en los inmensos vacíos existenciales abiertos por la modernidad.
Pero por los lados de la psicología, el psicoanálisis y la psiquiatría, las cosas lucen muy alentadoras. La mala fama que inicialmente tuvieron las terapias encaminadas a “curar la homosexualidad”, ha quedado atrás, en la medida en que la propia comunidad gay construye su ciencia verdadera y la inefable OMS en justicia, proclama la inexistencia de tal “enfermedad”.
Para mayor soporte científico se debió proceder a la “deconstrucción” de todo saber anterior demostrando los abusos de una mala ciencia cuyas elaboraciones provienen de “personas de género masculino, de raza blanca, de preferencia heterosexual, de clase media y de religión cristiana. Dejándose invisibles a otros colectivos como las mujeres, los negros, los indígenas, los homosexuales, los transexuales, los pobres, los musulmanes, los panteístas, y un largo etcétera”2.
Curiosamente, los anti-normativos de la APA, Asociación Americana de Psiquiatría, en 1994 dejaron de considerar “el transexualismo como enfermedad mental. A partir de 2013, ha pasado a ser clasificada en la categoría de “disforia de género”3. Los anti-normativos corrigen los entuertos de la mala ciencia imponiendo sus propias normas, la “ciencia” a lo Juan Charrasqueado.
Más recientemente, la OMS ha decidido que el transexualismo ya no es un desorden de la identidad de género. Ahora se trata de incongruencia de género4. Con lo cual se niega la existencia de alguna anomalía en el sujeto, en cambio se presupone en el entorno (los servicios de salud) la inadecuación para tratar al sujeto transexual.
Pero, de los mayores “avances científicos” alcanzados en esta materia lo constituye la Teoría Queer5, presentada como “la elaboración teórica de la disidencia sexual y la de-construcción de las identidades estigmatizadas, que a través de la resignificación del insulto consigue reafirmar que la opción sexual distinta es un derecho humano6. La formidable teoría intenta dar voz a estas identidades que han sido acalladas por el androcentrismo, la homofobia, el racismo y el clasismo de la ciencia”7 que hasta ahora dominaba.
Como diría el gran filósofo latinoamericano, Héctor Lavoe, “entren que caben cien, cincuenta parados y cincuenta de pie”. Y es que la novedosa teoría establece una dicotomía entre la detestable heterosexualidad y las llamadas sexualidades periféricas, es decir, el cajón de sastre de la sexualidad humana capaz de contener toda “trasgresión”, o lo mal visto por el orden normativo patriarcal. De este modo, no es difícil vislumbrar un futuro en el cual el movimiento LGTBI+ incorpore el resto del alfabeto pues se deberá incorporar otras “transgresiones” como la pedofilia, zoofilia, el sadomasoquismo, el voyerismo, y otros ismos que surgirán, a juzgar por la gran aceptación alcanzada por la moda transgresora.
La genética molecular es implacable y no deja fisuras por donde se pueda colar una “ideología científica de los géneros”. Pese al desprecio del fundamento binario, las mujeres son portadoras del par cromosómico XX y los hombres del par XY, lo cual reduce drásticamente las posibilidades de no nacer mujer u hombre. Pero la teoría feminista rechaza el sistema biológico binario señalando que la identidad de género es independiente del sexo registral. La verdadera identidad es determinada por “la vivencia interna e individual del género tal como cada persona la siente profundamente”8. Totalmente apropiado para una época en la cual el sentir se privilegia sobre el conocer.
Resulta francamente desconcertante la beligerancia “científica” alcanzada por los promotores del engrudo ideológico de los géneros. Universidades y academias en el mundo han prestado diligentemente sus servicios a una causa con secuelas vomitivas como la del lenguaje inclusivo impuesto desde instancias de poder minando los espacios de la libertad. Al menos los verdes pronto se convirtieron en partido y aunque han pretendido ropaje científico para su ideología, se cuentan en procesos electorales confirmando ser una ruidosa minoría.
Los retardatarios, como quien esto escribe, seguimos aferrados a la estólida creencia en un solo género: El humano. Lo demás, es la moda desbocada que pone sexo a las cosas y los extravíos de una humanidad condenada a elegir pero incapaz de responder por las consecuencias de su elección. Tal como alguna vez dijera Erich Fromm, estamos determinados por el hecho de haber nacido humanos, y esto nos obliga a vivir permanentemente eligiendo, aunque “las elecciones erróneas nos hacen incapaces de salvarnos”.
(1) Revista Semana, 17 de julio del 2021. ¿Qué dice la ciencia sobre la orientación sexual?
(2) Fonseca Hernández, C. Quintero Soto, M.L. en Sociología México. Vol. 24, No. 69. La Teoría Queer: la de-construcción de las sexualidades periféricas.
(3) Biblioteca del Congreso Nacional de Chile. Departamento de Estudios, Extensión y Publicaciones. 14/09/2017
(4) Ibid.
(5) “La palabra inglesa Queer tiene varias acepciones. Como sustantivo significa “maricón”, “homosexual”, “gay”; se ha utilizado de forma peyorativa en relación con la sexualidad, designando la falta de decoro y la anormalidad de las orientaciones lesbianas y homosexuales” (Fonseca Hernández, C. Quintero Soto, M.L)
(6) Fonseca Hernández, C. Quintero Soto, M.L Ob. Cit.
(7) Ibid.
(8) Biblioteca del Congreso Nacional de Chile. Ob. Cit.