En esta conmemoración del nacimiento de Simón Bolívar quiero reivindicar su rol de fundador del republicanismo moderno en tiempos de guerra. Tal vez lo aleje así de la manipulación a que ha estado sometida su figura por la política posterior a su tiempo, y me aproxime a una parte de su legado que debemos rescatar en la actualidad sin caer en los extremos de las apologías vacías.
Perdidas las primeras batallas por la Independencia, después de agrupar a los oficiales dispersos, el Libertador conduce sus esfuerzos a crear un pilar sin el cual difícilmente se podía establecer la sociedad moderna y justa por la que se luchaba desde 1810. Piensa en dotar de institucionalidad al proyecto de emancipación, para que se pudiera después llegar a una cohabitación realmente distinta de la colonial. Es entonces cuando convoca a la representación nacional, elegida en medio de las restricciones de una guerra que todavía dominaban las fuerzas realistas, para la proposición de un cuerpo de regulaciones mayores que fueran la guía del futuro.
Me estoy refiriendo, por lo tanto, al soldado que crece como estadista cuando convoca el Congreso de Angostura, en 1819, para consultar la aprobación de una Constitución orientada por principios ilustrados, a partir de los cuales se pudiera sostener una cohabitación históricamente distinta. Ese pensar en los fundamentos de una vida distinta, esa proposición de normas capaces de iniciar una rutina distinta de la que se había experimentado hasta entonces, lo hace ver ante nuestros ojos como pionero de un entendimiento realmente distinto de Venezuela y como posibilidad de permanecer en el porvenir como faro.
Pero no solo porque ofrece una nueva Constitución, capaz de inspirar las luchas pendientes y proyectos a largo plazo, sino porque está dispuesto a someterse a la decisión de los diputados sobre el texto que propone. Tiene fuerza suficiente para imponer sus criterios, tiene ejércitos que lo respaldan, pero acepta las restricciones que los representantes del pueblo le imponen a su proyecto. Como se sabe, los diputados no apoyan su designio de Poder Moral y proponen su estudio en otra ocasión, sin que el proponente se incomode por la decisión.
¿Hay entonces un ejemplo mayor de republicanismo, un respeto más digno de seguimiento sobre la importancia de la deliberación de los representantes del pueblo? Muy difícil. Es a ese Bolívar al que quiero recordar en la actualidad, a ese fundador respetuoso del parecer de un Congreso al que no avasalla con los ejércitos que domina, a ese protagonista de la historia que entiende la importancia de llevar a cabo las obras cuando conviene, y no cuando a él le parece porque es poderoso.
Por lo tanto, en el estadista de Angostura se resume un modelo de conducta relacionado con los asuntos públicos que puede rescatarse en nuestros convulsos días, y ponerse al servicio de nuestros aprietos sin caer en los extremos de manipulación, habitualmente grosera, a la que ha estado sometida su figura. A ese Bolívar quiero exaltar hoy, debido a que estamos ante el desafío parecido de reconstruir la República diseñada en 1819 y destruida por la dictadura que hoy aflige a la sociedad; y a que no se trata de hacerle una nueva estatua, que ya tiene suficientes, sino de sacar aleccionador provecho de su obra.