Polifacético es quizá la mejor forma de describir el quehacer de Claudio Nazoa. La gente lo conoce como humorista, pero también como autor de algunas publicaciones y, a fin de cuentas, como una voz que se levanta desde las filas del mundo cultural venezolano para fijar posición en un país donde la risa ha ayudado a transitar una de las peores crisis de la historia. Así, señala que su sitio es Venezuela y dice, o al menos espera que así sea, que los venezolanos ya aprendimos la lección como sociedad. Sostiene que trata de ser feliz obligado, porque “estamos en un momento en el que debemos guardar la felicidad en los corazones, como si se tratara de guardar dinero en un banco en el exterior; para que cuando te haga falta lo puedas sacar y tengas cómo seguir viviendo”. Además, asegura que la cultura debe estar sobre la política, “porque cuando se politiza o ideologiza la cultura, la vuelves un panfleto, que es lo que pasa en los países comunistas y los regímenes autoritarios en general”.
-¿Cómo define a la Venezuela de hoy?
-Yo nunca diré que lamentablemente estoy viviendo en Venezuela, lo que sí digo es que el estado en el que se encuentra mi país es lamentable; y no lo lamento por mí, sino porque tengo una hija, gracias al viagra, que tiene diecisiete años y no está viviendo las oportunidades que yo tuve aquí a esa edad. Me preocupa y me siento, a veces, hasta culpable por dejarle a mi hija un país que no es el que yo recibí de mi padre, que le echó tantas bolas para combatir las dictaduras y ser una persona democrática y libre. Pero estoy claro de que sin Venezuela no puedo vivir, sin Caracas no puedo vivir; y no lo digo por dármelas de más venezolano que nadie, sino porque todo mi ser está aquí y yo quiero seguir estando aquí. Mi sitio es acá.
-¿Considera que el venezolano de hoy es diferente al de 1999?
-Yo creo que sí hay una diferencia entre el venezolano de hoy y el de los años ‘90, incluso, acuérdate de que soy un anciano en etapa terminal, entonces he vivido todo también los ‘80, ‘70 y ‘60… Pienso que el venezolano de ahora tiende a ser pesimista, a no creer en que las cosas buenas pueden pasar; y esto es terrible. Por eso, quienes ya estamos más viejos, tenemos que convencerlos de que las cosas buenas existen y ocurren, pero hay que actuar para que sucedan. La generación de los 2000 quiere irse y se ha ido del país, no porque no lo quiera, sino porque, desgraciadamente, aquí no tiene alas para volar.
-¿Qué le pasó a las élites y a la sociedad venezolana a finales de los ‘90, que no supo ver los peligros que representaba un hombre como Hugo Chávez?
-Eso es como con el tema del humor. Los venezolanos creemos que tenemos a los mejores humoristas del mundo; pero un colombiano piensa que los mejores son los de su país; los argentinos asumen lo mismo, incluso, si te vas para China, los chinitos te van a decir que los suyos son superiores. Igual pasa con la política, que nada es nuevo, ni autóctono. Alemania, que era un pueblo culto, eligió a Adolf Hitler como su líder; y ya sabemos lo que ocurrió. Eso ha debido servirnos de ejemplo, pero nadie escucha nada, porque creemos que estamos viviendo procesos inéditos; y resulta que no es así. Fíjate en lo que está ocurriendo en Perú, ellos van hacía un lío tremendo, es más, te voy a decir algo increíble: yo siento que Chávez era Arturo Uslar Pietri, comparado con el nuevo presidente peruano. Los chilenos están locos por volverse Venezuela; Argentina iba encaminadito y ahora quieren parecerse a Cuba y a nosotros. Los pueblos parece que no aprendemos. No es que el venezolano es así, sino que, en general, la humanidad es así, por eso los errores tienden a repetirse. Es una cosa misteriosa y no sé cuál es la explicación.
-Es decir que aún no hemos aprendido la lección como sociedad.
-Creo que los venezolanos ya la aprendimos, o al menos, eso espero; pero recuerda que estás hablando con un guerrillero del optimismo. Soy optimista con los pies en la tierra; creo que lo bueno existe y, si lo buscamos, siempre va a aparecer, porque nos pertenece. Los venezolanos, aunque parezca extraño, conocemos y hemos vivido lo bueno. Yo, hace muchos años, era profesor de Arte y ganaba casi mil dólares mensuales; con ese dinero compré carro, tenía una casa y viajaba. El sueldo de un profesor de ahorita es de dos dólares mensuales, que no le alcanzan para comer. La diferencia con los cubanos, es que nosotros sí hemos conocido la democracia, con desperfectos, pero la conocimos; por eso sé que vamos a lograr un cambio más rápido que tarde, lo necesito para mí hija y para todos los amigos de mi hija, que tienen 17 y 18 años. Esos muchachos merecen algo mejor.
-¿Qué le hace creer que tenemos un cambio cerca?
-Es cuestión esotérica, porque soy optimista. No hay una explicación lógica, los optimistas pensamos que las cosas mejores van a venir. Yo siempre me levanto pensando que tendremos un día increíble y va a pasar algo inédito; luego me acuesto un poquito frustrado, porque no pasó, pero duermo tranquilo, soñando que, a lo mejor, mañana cambia todo. Y así vivo feliz todo el tiempo, porque soy irresponsable, además.
-¿Cómo ve a la oposición?
-Yo siento gratitud por la gente de la oposición, porque ha arriesgado su comodidad, su vida y su libertad por tratar de ayudar. Por ejemplo, yo creo que Juan Guaidó ha hecho lo imposible para que salgamos de esta tragedia. También considero que Henrique Capriles hizo lo imposible por conseguirlo, y es ingrato descalificarlo ahora. Todo el mundo ha puesto un grano de arena para que estas cosas cambien. Yo pienso que nadie es traidor a la patria, ni que nadie está claudicando sus ideas; no es fácil esto. Ahora, yo creo que el cambio también empieza por uno mismo, por eso todos los días yo escribo, hablo, trabajo, protesto lo que no me gusta y no hago concesiones morales. Entonces no es solo sentarse a criticar, sino, también, hacer cosas, porque es muy fácil pedirle a los demás, sin dar el ejemplo. Yo creo que la oposición ha hecho lo que tiene que hacer, y no hemos tenido el resultado esperado, porque es muy difícil.
-¿Qué rol ha ocupado la cultura en estos años como contrapeso al chavismo?
-Es una tremenda pregunta y me encanta que la hagas. Yo creo que la cultura ha sobrevivido a la maldad y a la podredumbre. Yo tuve suerte de que me invitaran, hace poco, al edificio del Sistema de Orquestas Juveniles, que queda en Maripérez, ¡qué cosa tan emocionante! Había una orquesta de salsa del 23 de Enero, buenísima; estaba la Sinfónica Simón Bolívar; una banda de jazz entre otras, pero todos están dentro del Sistema, tienen hasta luthiers… Eso es un país aparte de Venezuela, que nació en la democracia y ha sobrevivido al socialismo del siglo XXI. Les recomiendo acercarse por allá. Extrañamente, en medio de esta cosa terrible que nos está pasando, veo a muchos muchachos haciendo humor, música, escribiendo; por eso concluyo que la cultura está por encima de las miserias. Y eso es lo correcto, la cultura debe estar sobre la política, porque cuando se politiza o ideologiza la cultura, la vuelves un panfleto, que es lo que pasa en los países comunistas y los regímenes autoritarios en general.
-¿Qué diría su padre, Aquiles Nazoa, de lo que está viviendo hoy Venezuela?
-El Gobierno agarró a mi padre de bandera y eso ha sido muy difícil para mí, porque mi papá está muerto, murió en los años ‘70; cuando todavía Teodoro Petkoff era guerrillero y a Mario Vargas Llosa le parecía bueno Fidel Castro. Yo no creo que mi papá apoyara esto, porque él era absolutamente libre, un anarquista de izquierda, pero era democrático y creía en la libertad absoluta de las cosas. El Gobierno se lo agarró, al punto que ahora La Casona se llama Aquiles Nazoa. La gente de la editorial Monte Ávila, que es del régimen, publicó toda la obra de mi padre y yo les dije que no solamente debían sacar a la calle a Aquiles Nazoa, sino que también hay que poner a rodar a Arturo Uslar Pietri, Andrés Eloy Blanco, Leoncio Martínez y a todos los grandes escritores e historiadores que hemos tenido, eso es importantísimo porque en esas obras está la esencia de ser venezolano.
-¿Considera que la cultura ha logrado, con el teatro, el cine, los libros, e incluso con el periodismo, evitar que estas nuevas generaciones desconozcan el país que fuimos?
-Discúlpame esta anécdota privada: Hace poco me invitaron a un pueblo del interior a hacer un show, pero cuando llego al hotel donde se iba a dar el asunto, el que me contrató, me dijo que no hablara de política. Yo le respondí que no, que se quedara tranquilo, que iba a hablar de otro tema, de cosas positivas y tal. El evento comenzaba a 8:00pm, pero como a las 7:30pm, me llama el productor y me dice: “Claudio se han presentado unos colectivos con veinticinco policías y dicen que no vas a trabajar aquí, porque no quieren y, además, tienen órdenes superiores”. A lo que respondí que por qué veinticinco oficiales, con que manden uno solo que manden, ya yo no trabajo, ¿sabes lo que son veinticinco policías? Luego, los colectivos entraron al sitio y amenazaron a la gente con la Guardia Nacional, “si se ponían cómicos”, imagínate la vaina… Entonces, ¿qué ocurrió? No se pudo hacer el acto, pero por la injusticia todo el mundo se fue a un restaurante, ahí mismo, a comer y tomar; yo lo que hice fue entrar, como cualquier ciudadano, al sitio donde estaban todos, me senté en una mesa y sin micrófono empecé a conversar con la gente, duré hora y media hablando de cualquier cosa. Yo hablaba bien del Gobierno y la gente se reía más; mientras eso pasaba, los policías afuera rodeaban el lugar y cuando alguno se asomaba yo decía “este Gobierno es maravilloso, es un tremendo gobierno”; y la gente aplaudía durísimo. Esto que te cuento es insólito, pero pasó. Para mí ellos lo que están demostrando y diciendo es: “Mira, tenemos el poder y te podemos joder”. Quieren meterle miedo a la gente, es lo que hacen las dictaduras… ojo yo no estoy diciendo que esto sea una dictadura, esto es un gobierno democrático muy bueno. Estoy hablando de otras dictaduras… Pero los gobiernos que tienen miedo, son los que intimidan a la gente. ¿Cómo es que le temen a un humorista?, ¿qué les puede hacer un comediante como yo, para que manden veinticinco policías?
-¿Es posible que los humoristas, y los representantes de la cultura en general, sean tan temidos porque conectan con la gente de una manera más eficiente que los políticos?
-Mi padre decía que el humor hace que la gente piense, sin que el que está pensando se dé cuenta de que lo está haciendo. Pero sí, no solamente más eficiente, sino que realmente llega al centro de lo que se quiere. Es el famoso cuento del ‘rey está desnudo’; o sea, el humor desnuda la realidad de una forma en que la gente no la olvida. No es lo mismo decir, con odio, “este maldito gobierno”… a decir, “este gobierno me parece maravilloso”, Maduro es hasta buenmozo, maneja un autobús, pero es increíble… ahí la gente sabe de qué estamos hablando y no te pueden joder, todo el mundo entiende lo que estás haciendo y van a salir a comentarlo con los demás. Pedro León Zapata decía que el humorista es un enfermo mental, que no puede ver la realidad tal cual es y la recrea como le da su gana.
-¿Por qué el discurso de los políticos no está logrando conectar con la gente?
-A las dictaduras, ojo, insisto en que no estoy diciendo que este Gobierno sea dictatorial, esto es un gobierno absolutamente democrático; a los gobiernos malos y autoritarios les interesa estimular la desesperanza, porque es la peor cosa que le puede ocurrir al ser humano. En Venezuela, lastimosamente, han tenido éxito con esa estrategia y ya la gente no quiere creer en nada. Es muy peligroso que nuestra sociedad asuma que el futuro no puede cambiar, es urgente revertir esa forma de pensar; pero para eso los políticos deben entender que esto está ocurriendo y actuar en consecuencia con un discurso motivador. El conformismo es otra cosa que friega cualquier forma de avance. Estos días un vecino me decía con la cuestión de la gasolina, “no vale, yo fui ayer hice mi cola de tres horas, nada más tres horitas, y me pusieron el número en el vidrio. Después me vine para la casa y a las 5:30 de la mañana estaba allá otra vez, en la cola, cuatro horas más, y pude llenar el tanque…”. Yo sólo le pude responder: “¡Ay, qué fácil! Esto es conformismo, una forma de pensar horrible, pero que tristemente a la gente le está pasando y por eso en lugar de escuchar a mi vecino mentando madre, diciendo “coño, cómo es posible que hice cola ayer de tres horas y después me tuve que levantar a las 5:00 de la mañana para hacer cuatro horas más de cola, y echar gasolina”, no, lo que dijo fue que el proceso estuvo facilito… Eso es haber perdido la perspectiva de que las cosas tienen que estar, tienen que existir. En ningún país normal del mundo tu oyes a alguien decir, “oye, sabes que ayer eché gasolina”, eso no lo dice nadie, ¿por qué? Porque hay gasolina. “Oye, tú sabes que en mi casa hay agua”, yo en Estados Unidos nunca oí a nadie comentando eso… Aquí uno va a una fiesta y escucha, “tú sabes que ayer a las 9:00 de la noche llegó el agua en Caracas, me bañé a las 9:30 y luego llené los baldes como hasta las 12:00…”. ¿Por qué estamos hablando de eso? Por qué hablamos sobre si tenemos agua o gasolina o gas, ¿qué es eso? De eso no se debe hablar, esas cosas existen y deberían estar ahí para todos.
-¿Cómo se puede combatir esa desesperanza y ese conformismo que está sembrándose en nuestra sociedad?
-Yo me acuerdo de que en los años ‘80, cuando estaba la dictadura de Alfredo Stroessner en Paraguay, vino una niñita de allá a la casa y le preguntaba a una vecinita que a qué ahora era el toque de queda aquí, porque ella creía que en todos los países había toque de queda todos los días. La niñita, por supuesto, no entendía que eso no existiese en Venezuela, porque ella había nacido con esa restricción y en su cabeza eso era lo normal. Por eso pienso que lo primero es no conformarnos y decirle a la gente más joven que debemos ser mejores y hacer cosas para que esto cambie. Explicarles que las cosas buenas existen, nos pertenecen y hay que ir hacia ellas. Aquí ya no hay universidades públicas, la Central ya tiene tres años parada, la de Maracaibo o la de Oriente ya no existen. Los muchachos están un poco a la deriva, se gradúan de bachillerato y no saben qué hacer, pero la única opción no puede ser irse de Venezuela, eso no puede ser. Yo trato todos los días de vivir bien, no tengo dinero, pero trato de vivir bien.
-Denos su receta.
-La receta es partir de algo individual y convertirlo en colectivo, por ejemplo, hay que reunirse entre amigos, afianzar la amistad, la familiaridad. Yo por ejemplo cocino todos los días y, sin dinero, trato de hacer feliz a mis amigos. Nos reunimos, buscamos a los músicos, compartimos y la pasamos bien. Pareciera que estoy tratando de ser feliz obligado, y sí, de eso se trata, de ser felices obligados. Siempre digo, cuando voy a una fiesta o cuando me toca hablar en una reunión, que estamos en un momento en el que debemos guardar la felicidad en los corazones, como si se tratara de guardar dinero en un banco en el exterior; para que cuando te haga falta lo puedas sacar y tengas cómo seguir viviendo, porque lo peor que le puede pasar a alguien es pensar que se arruinó, no solo de plata, sino de amor, amistad, esperanza y alegría. Cuando estoy triste, trato de que esos momentos mejoren y si estoy en mi casa hago una torta y la comparto con mi hija, con mi vecino… Eso hace feliz a otra gente; o le regaló algo alguien… Hay que comenzar por no dejarnos derrotar nosotros mismos. Muchos confunden el optimismo con ser pendejo, pero no es así. Esta mañana salí a la calle y le regalé un pedazo de torta de piña, que hice, al señor que barre; ese hombre fue un ratito feliz y yo también.
-Si tuviera la oportunidad de enviarle un mensaje a quienes están en el poder, ¿qué les diría?
-Les diría a toda la gente que está en el Gobierno y a quienes lo apoyan que hagan una reflexión honesta y piensen si están haciendo algo bueno. Cuando Nelson Mandela lideró a Sudáfrica les dijo a los malos que se quedaran, para hacer juntos un cambio que lograra que blancos y negros pudieran ser felices. Yo creo que en Venezuela es momento de hacer un cambio para que los rojos, los blancos, los negros y los verdes seamos felices. Creo que hasta los malos podrían tener un momento de reflexión y darse cuenta de que las maldades siempre terminan muy mal, no solamente para quien las hace, sino para la gente. Este sería el consejo.
*La fotografía es cortesía de Claudio Nazoa para el editor de La Gran Aldea.