Sobre este concepto viene hablándose en Venezuela desde hace unos meses atrás, repentinamente algunos sectores han encontrado las respuestas a múltiples preguntas que no nos han dejado en paz hace ya, por lo menos, dos décadas. Por cierto, estas preguntas no se han buscado responder fuera del daño, sino dentro de él, como si el deterioro, el quiebre, el defecto o el menoscabo de la persona fueran las únicas respuestas posibles.
Sugerentes afirmaciones que nos conduce al juicio más que a la comprensión. La acción del verbo dañar nos lleva a considerar a algo o a alguien estropeado, echado a perder, condenado a un futuro oscuro porque no puede producir salidas. Alguien dañado es alguien incapacitado, pero, además, si la acción del verbo está dirigida a la condición humana, estamos hablando que el sistema ha echado a perder, nada más y nada menos que a la persona en su esencia.
Con esta afirmación abordamos la pregunta: ¿Quién ha producido el daño antropológico? De ser afirmativo el daño, estamos claros que es el chavismo, socialismo o afines. No dudo del daño que este sistema ha producido, de lo que dudo es que sea a la condición humana, a lo antropológico, daño a aquello que nos define y orienta. Por lo pronto me dedicaré a Venezuela, luego veremos si podemos o no hacer alguna inferencia sobre Cuba u otro país del llamado bloque socialista.
Tomaré del filósofo cubano Raúl Fornet-Betancourt, la afirmación según la cual “hay un daño antropológico cuando además del deterioro en los órdenes social, político y cultural existe, fundamentalmente, un daño a la condición humana como tal”. Una afirmación dura y discutible, ¿en qué condiciones se debe producir ese daño?, ¿qué tan profunda debe ser la práctica?, ¿es sostenible en el tiempo y en las circunstancias en las que acontece el daño?
Me permito citar a Luis Aguilar León, “Reflexiones sobre Cuba y su futuro”, quien enumera algunas características que definen el daño antropológico específico, tales como el servilismo, el miedo a la represión y el miedo al cambio.
Ampliaré un poco desde Aguilar, estas tres cualidades de lo que llama daño antropológico. Inicio con el servilismo: “Un pueblo no se priva, o es privado, de su libre albedrío por tantos años sin que se le intoxique el alma con una cuota de servilismo…”. ¿Qué datos socio-antropológico maneja Aguilar del cubano para poder llegar a esta afirmación? El sometimiento, efectivamente, es un hecho físico, es fuerza que doblega y el daño que infringe se produce en distintos niveles. Por lo general el sometimiento dobla la mano sin convicción del sometido, no da crédito al que somete, pero se calla, aguanta, resiste. En ese sentido el sometimiento no llega a la condición humana.
El servilismo es humillación sentida, creída, vivida así por el sometido. Pero, la libertad nos lleva a pensar que se puede obedecer sin ser servil, porque la obediencia es un tránsito, está bajo el riesgo de desobedecer porque existe el libre albedrío, la persona puede disponer o no. ¿Son suficientes 60 años en el caso cubano, o 22 en el venezolano, para aniquilar al extremo la libertad y la dignidad humana? No en la interacción de dominación sino en su condición humana.
Por lo menos en Venezuela no. En las comunidades populares vemos con claridad dos estructuras: las comunales y las comunitarias, esta última resistiendo ante la primera, diciendo, sí mi amor (al modo de la parodia del hombre sumiso), cuando en realidad hacen lo que quieren y desarrollan la vida desde su propio sentido socio-antropológico.
El segundo daño antropológico que desarrolla Aguilar, es el miedo a la represión. “Cuba es una sociedad controlada y vigilada por barrios, susurros y castigos. Todos los ciudadanos saben el precio que se paga por la crítica o la disensión”. Saberlo no implica un daño, es previsión, conciencia de los riesgos, en todo caso, sobre la base de tal previsión debieron trabajar las élites políticas. La inmovilidad no es atribuible al miedo a la represión, sino a la inacción, acá ubico una categoría que la trabajaré más adelante.
Por último, cito acá el “tercer daño”, definido por el mismo autor como “el miedo al cambio y la ausencia de alternativas junto a los acomodados al sistema, los que tienen una cierta cuota de seguridad, los que han recibido beneficios del régimen, los que temen que la caída de Fidel provoque un caos…”. Este tipo de personas son los ideologizados, los que pertenecen a la nomenklatura, son la demostración de la banalidad del mal. En Venezuela no llegan al 15% de la población.
Presentar una conceptualización como esta, como vía de explicación de lo que sucede en Venezuela es un hecho que no encaja; ha habido mucha voluntad política y de responsabilidad cívica, lo hemos demostrado una y otra vez como pueblo, hemos sido capaces de mantener este país en protestas permanentes, y de eso no hacen veinte años. No hemos agotado todos los recursos, pero hemos hecho mucho y hay disposición a continuar haciendo, porque no estamos dominados por la desesperanza.
¿Saben qué? Uno de los mayores impulsores o activadores para la lucha es la familia, es, precisamente, el sueño de reencontrarnos, y la gente sabe que mientras este sistema siga existiendo el sueño del reencuentro se aleja. Cuando me cruzo con este sueño, con esta esperanza, me digo, ¿qué clase de daño antropológico hay aquí? Lo que hay es rabia, (por cierto, es un sentimiento movilizador) insumisión, resistencia y capacidad de lucha. Que no haya una élite política que lo sepa interpretar, es otra cosa.
Hay una corriente que prefiere hablar de “daño antropológico” en lugar de definir a fondo la consistencia del sistema de dominación totalitaria. Un sujeto quebrado, dañado, no puede hacer nada por su futuro, es la condena a lo insoluble. Prefiero pensar, y la realidad apunta en esa dirección, que el sistema tiene una clara intensión de dañar, de someter, de eliminar, pero no logra quebrar la voluntad ni la vivencia-relación que nos define. Hay en nosotros, como pueblo, una gran capacidad de resistencia y resiliencia, por tanto, nuestra condición humana está inquebrantable.
Desde nuestras investigaciones desarrolladas a lo interno del mundo-de-vida popular venezolano, advertimos que vemos un pueblo al límite de sus capacidades, pero que se sostiene, lucha sin conformismos, resiste esperanzado de un nuevo amanecer, redobla el esfuerzo, pero no confía en la clase política.
Esto último debe conducir la interpretación por un camino distinto al juicio, no se trata de juzgarle o condenarle, ni calificarnos como un pueblo “idiotizado” como lo escuché decir a un político de oposición en estos días, se necesita de una clase política “que sepa qué hacer para guiar a quienes ya no tienen plenas capacidades de elegir y pensar…”.
¡Cuidado! Afirmaciones como estás nos conducen a pensar, precisamente, que lo que tenemos es una gran crisis de liderazgo, para citar a Ramón Piñango. Sectores de la clase política no están pensando con los pies sobre la tierra, juzgan y desde el menoscabo del otro proyectan. Desde esta posición no producen acciones, tienen un efecto de centrífuga y no de atracción.
Desde el juicio y el desprecio no se puede levantar un liderazgo movilizador. Por lo pronto, la categoría “daño antropológico” en lugar de contribuir a la comprensión lo que hace es poner una pesada carga que favorece el hundimiento; y no la búsqueda desde las bases populares, el ciudadano común, porque son sujetos que se presumen dañados e idiotizados. Seguimos hablando del tema en una próxima entrega.
*Profesora Titular de la Universidad Central de Venezuela. Investigadora del Centro de Investigaciones Populares.
@mirlamargarita