Tal vez sea muy temprano para intentar ahora un análisis en profundidad sobre las recientes elecciones celebradas en el estado Barinas. En consecuencia, estos son apenas algunos apuntes iniciales, sin que pretendamos agotar el tema por ahora, de por sí complejo y con muchas aristas.
Lo primero que hay que destacar es que se trata de un triunfo de los barineses, con el concurso fundamental -justo es reconocerlo- de algunos partidos políticos y dirigentes regionales, municipales y parroquiales, quienes dejaron de lado sus naturales diferencias para abocarse a un trabajo común que, en medio grandes dificultades y obstáculos, permitió la contundente victoria del pasado 9 de enero.
Este es un hecho que debe destacarse. No siempre una dirigencia política de distintos signos -e, incluso, de uno solo- logra ponerse de acuerdo para acometer un reto electoral como el cumplido en Barinas. Como se sabe, luego del triunfo opositor del pasado 21 de noviembre, cuando fue desconocida la voluntad mayoritaria de los barineses y el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) “inhabilitó” al gobernador electo Freddy Superlano, el régimen continuó esa práctica inconstitucional contra quienes aparecían como posibles candidatos, de cara al nuevo proceso comicial convocado para el 9 de enero. Seguramente, cuando creyó que había eliminado los posibles contendientes de mayor peso, entonces suspendió su retahíla de inhabilitaciones. Pero lo que no pudo conseguir fue abrir grietas en la unidad opositora que seleccionó la candidatura de Sergio Garrido y cumplió su papel con responsabilidad y altura.
Pero el mayor mérito -insisto- corresponde al pueblo llano de esta entidad federal, harto de 23 años de desgobierno durante los cuales la economía barinesa fue arruinada, crecieron la corrupción y la pobreza, fueron liquidados los servicios públicos fundamentales y se estancó una región promisoria y de progreso.
Como lo he recordado en anteriores artículos de opinión, los barineses tenían sobradas razones para esperar que la elección de Hugo Chávez como presidente de la República y de su padre como gobernador en 1998 les abriera una etapa de desarrollo y bienestar. Siendo ambos nativos de la región era natural suponer que, desde sus posiciones y en una etapa de bonanza económica, Barinas recibiría un tratamiento especial, cosa que no ocurrió. Todo lo contrario: durante estos 23 años de la familia Chávez en el poder esa entidad entró en una crisis absurda como consecuencia de la falta de inversiones públicas en obras de importancia, al tiempo que su economía agropecuaria fue destruida por la falta de políticas de apoyo y por las invasiones reiteradas de unidades de producción, configurándose así un clima de anarquía e inseguridad que, en poco tiempo, arruinó la que ha sido siempre vocación y trabajo de la gente de Barinas.
Por si fuera poco, el chavomadurismo designó como candidato a gobernador a un integrante de su cúpula, pero sin conexión ni relación de ningún tipo con los barineses, es decir, un perfecto desconocido y desconocedor de la región. Su campaña estuvo signada por marcar distancia con la familia Chávez y sus tres gobernadores, al tiempo que criticó la situación de abandono del estado Barinas y resaltó los múltiples problemas que no han sido solucionados, prometiendo resolverlos si ganaba. Un discurso absurdo, aunque oportunista, que la mayoría no creyó.
Lo cierto es que los barineses dieron otra demostración de valentía frente al chavomadurismo este 9 de enero pasado y castigaron al régimen con una avalancha impresionante de votos pocas veces vista. Por eso mismo, no tienen asidero las teorías “conspirativistas” que algunos han inventado denunciando un “arreglo” o la “adjudicación” de esa gobernación a la oposición por parte de Nicolás Maduro y la cúpula en el poder, lo cual constituye una falta de respeto al pueblo de Barinas.
En esta materia -y para desmentir tal infundio- lo único cierto es que el chavomadurismo “echó el resto” para tratar de impedir que la unidad opositora repitiera su triunfo en aquel estado llanero. Su cúpula se instaló durante un mes en Barinas, “botando la casa por la ventana”, gastando montañas de dinero, regalando artefactos eléctricos y bolsas de comida, llevando gandolas de gasolina, gasoil y gas de otros estados. Y todo ello sin dejar de mencionar el cierre de programas de opinión de la Unidad Democrática y hasta de algunas emisoras de radio, en contraste con la costosa y apabullante propaganda oficialista de pendones, afiches y cuñas radiales y televisivas, más la utilización abusiva de los medios de comunicación oficiales y la compra de algunos “opositores”, en lo que constituyó una gigantesca y millonaria operación corrupta de ventajismo y abuso de poder pocas veces vista con anterioridad.
La campaña del candidato madurista la dirigieron ministros, gobernadores, generales y altos funcionarios en cada municipio y parroquia, acompañados de sus equipos y colectivos correspondientes. El abandonado aeropuerto local se llenó de aviones oficiales. Centenares de autobuses públicos fueron traídos de toda la geografía nacional. Finalmente, se militarizó la ciudad con la llegada de 25.000 soldados y policías en lo que más bien pareció una campaña de amedrentamiento que, desde luego, no tuvo efectos en el deseo inalterable de cambio de los electores barineses.
Nada de eso le funcionó al régimen. Al final, la mayoría de los barineses los derrotamos y ante la paliza electoral se les hizo difícil intentar otro arrebatón como el que hicieron el 21 de noviembre para despojar a Superlano del cargo de gobernador electo.
En consecuencia, el verdadero y auténtico héroe de esta jornada ha sido el pueblo de Barinas y nadie más, sin menoscabar -insisto- el esfuerzo de organización y control electoral de los dirigentes regionales, municipales y parroquiales y algunos de sus partidos, adelantando una vigorosa campaña electoral sin mayores recursos financieros y propagandísticos, a contrapelo del candidato oficialista y del candidato de los llamados “alacranes”, quienes sí los derrocharon en lo que fue, sin duda, otro insulto a la pobreza y la miseria de muchos barineses.
Guardando las distancias del caso, el ejemplo de Barinas debe hacer reflexionar a la dirigencia nacional opositora sobre el valor de la unidad verdadera en función de un objetivo superior -más allá de intereses personales o de grupos- y de la absoluta preeminencia de las aspiraciones de la mayoría de los ciudadanos, quienes no han perdido la esperanza de cambiar este país y merecen un liderazgo corajudo, capaz de crear una nueva mística y un proyecto de país que sustituya esta tragedia que nos acogota desde hace 23 años.