Una tarde de diciembre de 2012, al llegar a la casa, mi papá reunió a la familia en la mesa del comedor. Allí nos sentamos mi mamá, mis hermanos Alesander, Xabier, y yo.
–Necesito hablar con ustedes -dijo.
-¿Sucedió algo malo, Xavier? -preguntó mamá, reconociendo esa expresión de papá cuando le tocaba asumir situaciones difíciles.
–Depende de los ojos con que lo miren. Me acaban de ofrecer un puesto de trabajo en Panamá para hacer lo que tanto me gusta: diseñar transformadores.
Yo me levanté y lo abracé. Mamá no fue capaz de decir nada, solo dejó caer un par de lágrimas y suspiró. Mis hermanos se pusieron muy serios. Ya intuíamos cuál sería la decisión de papá y él sabía que siempre tendría nuestro apoyo.
Hacía más de un año que lo habían despedido de su último empleo. Sin embargo, para él no resultaba sencillo irse. Aunque tenía unas tres décadas trabajando en el sector eléctrico en Venezuela, ya no era tan joven; tenía 59 años de edad. Migrar suponía dejar atrás la vida que había construido, separarse de mi mamá y de nosotros. Estar sin su familia.
Pero en el país no tenía buenas opciones de empleo, y él quería seguir ejerciendo su profesión. La oferta de Panamá era una tabla de salvación en medio de un país a la deriva, con un sistema eléctrico que había venido deteriorándose en los últimos años. Y que él sabía, podía ayudar a levantar. Pero era algo que no parecía posible en el corto plazo.
Xavier De Boricón Bustillo, mi papá, nació en Maracaibo, en el seno de una familia que había migrado de España en los años 50 del siglo pasado.
Cuando tenía 15 años, le regalaron un juego de circuitos eléctricos que despertó su curiosidad. Al cursar física, en 5to. año de bachillerato, supo que su vocación era la ingeniería eléctrica. Por eso, cuando se graduó de bachiller, estudió esa carrera en la Universidad del Zulia.
Con su título en mano, comenzó a trabajar en la empresa Transformadores Eléctricos, C.A. (TECA), en Maracaibo. Allí, en 1982, ayudó a diseñar y construir los primeros transformadores de pedestales de Venezuela, esos que son usados en centros comerciales y hospitales. Que las empresas privadas estuvieran a la vanguardia en el desarrollo de transformadores demostraba la capacidad de crecimiento que tenía el país.
Una década después, un amigo le habló de la posibilidad de un nuevo empleo en la Electricidad de Caracas (EDC). Papá viajó a Caracas a entrevistarse con el Vicepresidente de Operaciones. Estaban buscando personal calificado para iniciar las operaciones de Transformadores Caracas, S.A. (Transcasa), una empresa que estaban creando en Guatire, estado Miranda, para la fabricación de estos equipos. Lo harían en asociación con la empresa española Incoesa. En ese entonces, en Venezuela se producían transformadores de alta calidad, pero el mercado aún era incipiente.
Mi papá se entusiasmó: pensó que en la EDC seguramente seguiría creciendo. De vuelta a Maracaibo, lo conversó con mi mamá, quien estuvo de acuerdo en acompañarlo. Era 1991. Ese mismo año, todos nos enrumbamos hacia Caracas. Nos instalamos en Guatire. Y comenzó así una época muy especial para nosotros.
Ahora papá tenía un mejor trabajo en el que ganaba un buen sueldo y pudo comprar una casa grande para la familia. El colegio donde estudiábamos mis hermanos y yo quedaba al lado de la planta en la que él trabajaba. Así que nos pasaba buscando a la hora de la salida y almorzábamos juntos.
En los días de lluvias de Guatire, cuando caían aguaceros tan fuertes que no permitían ver lo que estaba a unos pasos de distancia, él nos reunía cerca de una de las ventanas para que disfrutáramos la lluvia y, sobre todo, de las tormentas eléctricas.
–Hijos, cuando vean caer el rayo, empiecen a contar los segundos; al escuchar el trueno, multipliquen la cantidad de segundos por 0,34 y sabrán a qué distancia hizo contacto con tierra -nos explicó un día, emocionado.
-¿Cómo es eso, papi? -pregunté un tanto confundida.
-¡Ajá, cayó! Cuenten: uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete… ¡Ese hizo contacto con la tierra a unos dos kilómetros de distancia!
-¡Papi, otro…! -dijo uno de mis hermanos, sorprendido ante aquella revelación.
–Cuenten, hijos, cuenten. Vamos a contar para saber qué tan lejos caen.
Cada vez que viajábamos a Maracaibo para visitar a la familia, lo hacíamos por carretera. Si en el camino nos topábamos con algún transformador eléctrico, él detenía el carro, sacaba su cámara y le tomaba fotos. En casa quedaron muchos álbumes de fotos, únicamente de transformadores.
En Guatire, justo por la entrada principal del Centro Comercial Castillejo, hay un transformador que él diseñó. Cada vez que pasábamos por ahí nos decía con orgullo:
-¡Saluden a su hermano, no sean groseros!
Y nosotros agitábamos las manos saludando, contagiados también de ese entusiasmo suyo.
En Transcasa papá ocupó el puesto de Gerente Técnico. Al principio, todos los diseños de los transformadores llegaban de la empresa de España, y estaban adaptados al mercado europeo. Los núcleos -elementos centrales de los transformadores- eran más caros. La función del núcleo es convertir en electricidad el flujo magnético que ingresa al transformador. Si los fabricaban ellos mismos, o los compraban a otra empresa, se podían ahorrar hasta tres veces el costo. Con los precios de los núcleos españoles no podían competir con las demás empresas que estaban en el mercado venezolano.
El equipo de Transcasa junto con mi papá, liderados por el gerente de la planta, se propuso diseñar sus propios núcleos. Y lo lograron: ya en 1994 todos los diseños con los que trabajaban eran suyos. Así, al reducir los costos de producción, pudieron ofrecer precios competitivos.
También fueron los primeros en fabricar en el país un tipo de transformador llamado sumergible autoprotegido, con un diseño de mi papá, que hizo entre 1995 y 1996. Este tipo de equipo se suele usar en zonas de alto tránsito peatonal y de vehículos, donde, como no hay espacio para ubicarlos, los instalan por debajo del suelo. Pueden pasar varios días cubiertos de agua y aun así siguen funcionando. Por los siguientes cuatro años, Transcasa fue la única empresa en producir este tipo de transformador en el país.
En el 2000, Applied Energy Services Corporation (AES Corp.), empresa multinacional con sede en Estados Unidos, adquirió 87,1% de las acciones de la EDC, que era la empresa líder en el mercado venezolano. AES Corp. se dedicaba a generar y distribuir electricidad, por ello, luego de la adquisición, consideraron que Transcasa no era un negocio factible y cesaron sus operaciones.
Como mi papá formaba parte de la nómina de la EDC, el cierre de la planta en Guatire no implicó mayor problema para él. Solo cambió su sitio de trabajo. Ahora tenía que conducir su carro unos kilómetros más: sería Jefe del Taller de la EDC en Chacao, al este de Caracas.
Logró mejorar el desempeño del trabajo que se hacía allí. En poco tiempo el grupo de empleados arreglaba y recuperaba hasta tres veces más equipos que antes de que él llegara.
Todo parecía bien enrumbado en su vida y en su trabajo. Pero no en el país.
En 2001, Miguel Lara, exdirector de la Oficina de Operación de Sistemas Interconectados, organismo responsable de dirigir y coordinar las operaciones del sistema eléctrico nacional, advirtió al Gobierno que el país estaba destinado a sufrir un déficit en el suministro eléctrico. A partir de 2003, expertos en el tema, incluyendo a mi papá, insistieron en que se avecinaba una crisis por falta de mantenimiento y de inversión. Sin embargo, no les prestaron atención.
En 2006, Nicolás Maduro, quien recién había asumido la Cancillería, comenzó a visitar la EDC. Muchos empleados de la empresa vieron con recelo esas visitas, pues asumieron que tenía que ver con lo que decía Hugo Chávez en sus alocuciones transmitidas en cadena de radio y televisión, acerca de que el sector eléctrico era “estratégico” y que, por ello, debía estar en manos del Gobierno. La preocupación no era infundada: estaba el antecedente de lo que había sucedido con PDVSA, donde el Gobierno despidió a cientos de profesionales calificados de la también estratégica industria petrolera.
Ahora en la EDC corrían el riesgo de que les sucediera lo mismo. Algunos, sin embargo, se sentían esperanzados. “Si la política manejaba la empresa, sería una empresa de verdad, sería como la NASA”, pensaban.
Mi papá intuyó que no iba a ser así.
AES Corp. empezó a hacer movimientos de personal y a despachar gente ofreciéndoles arreglos salariales que llamaban “cajitas felices”, para que firmaran la renuncia. Mi papá fue uno de los tantos que llamaron. Antes de firmar, se comunicó con los empresarios que habían comprado la planta de lo que había sido Transcasa. Les preguntó si necesitaban un diseñador de transformadores. Y le dijeron que sí.
Fue de ese modo que mi papá regresó a Transcasa, ahora llamada Westinghouse Electromecánica, C.A. (Wemca), como Jefe de Procesos. Y el 8 de mayo de 2007, el gobierno de Hugo Chávez nacionalizó la empresa eléctrica, adquiriendo el 92,98% de las acciones. La EDC pasó a manos del Estado y el sector eléctrico se unificó bajo el nombre de Corporación Eléctrica Nacional, S.A. (Corpoelec). Esto no afectó el trabajo de papá, porque Wemca no fue parte de las empresas nacionalizadas.
En 2010, llevaron a Wemca a un nuevo jefe de procesos y papá quedó encargado solo del diseño de los transformadores. Logró conformar un buen equipo de trabajo, con gente muy capacitada. Pero el nuevo jefe tenía otros planes. Parecía empeñado en sacar a la mayoría de los empleados que estaban ahí. Pronto comenzaron a despedirlos. Papá también tuvo problemas con él, y por eso fue despedido a inicios de 2011.
Empezó a hacer asesorías a TECA, la empresa donde inició su carrera en Maracaibo, pero ese trabajo solo le generaba ingresos esporádicos. Después de unos meses, le propusieron regresar a Maracaibo como Gerente General. No aceptó porque el sueldo que le ofrecían estaba muy por debajo de lo que aspiraba. Además, la oferta no le garantizaba estabilidad a largo plazo.
Y fue entonces cuando recibió la llamada de Caivet, la competencia comercial de TECA, que le ofreció trabajo en Panamá. Le contaron que iban a abrir una planta allá, y que lo estaban considerando para que fuese el encargado. Papá pidió unos días para pensarlo y discutirlo con la familia. Pero en verdad siempre tuvo clara su decisión.
Finalmente se fue en marzo 2013.
Le hubiese gustado llevarnos a todos con él, tenernos cerca.
Los primeros cinco años en Panamá le tocó vivir solo.
Y nosotros, en Venezuela, veíamos cómo el país iba siendo arropado por una crisis sin precedentes. Comenzamos a pensar en nuestro futuro. Ningún proyecto parecía factible. En 2017, mi hermano Alesander migró a Chile. En 2018 nos marchamos los que quedábamos: Xabier también se fue a Chile; luego yo a Argentina, desde donde escribo esta historia. Y mi mamá, después, se reencontró con mi papá en Panamá.
La empresa por la que mi papá se decidió a migrar cerró en 2019. Lleva dos años sin trabajo en un país que no es el suyo. Aún a sus 67 años, todavía quiere volver a Venezuela. Sabe que tiene la capacidad para seguir aportando. Piensa que podría ayudar a las nuevas generaciones con conocimientos, enseñarles a hacer las cosas bien, a trabajar de verdad.
–Mi amor, ya se van a cumplir dos años del apagón nacional -le dijo a mi mamá mientras hablábamos los tres a través de una videollamada un día a comienzos de marzo de 2021.
–Y con tantas posibilidades que pueda ocurrir otro… -le respondió ella.
–Otro y quizá varios. Me duele mucho decirlo, pero mientras no exista un interés real por invertir en infraestructura, porque el capital humano existe, el sistema eléctrico venezolano nunca va a mejorar.
Y a mí me quedó resonando en la cabeza el tono apesadumbrado con que dijo esas palabras.
*Esta historia fue cedida por el sitio web La Vida de Nos y forma parte del proyecto editorial y formativo El viaje del héroe, integrante de la consolidación de la red de narradores creada con su programa LVN Itinerante, a través de la plataforma El Aula e-nos.