En algún momento en Venezuela, después de dos décadas de férreas protestas ciudadanas y bajo el efecto abrasivo del hambre entre la hiperinflación y la recesión, algunos decidieron dar paso a una especie de coexistencia tolerante y muchos, desesperanzados y carentes de un liderazgo real, optaron por la mera sobrevivencia. Y fue así como el chavismo, por un tema de conveniencia, decidió momentáneamente desviar la mirada de sus objetivos ideológicos y enfocarse en una estrategia utilitaria para garantizar su sostenimiento en el poder.
Comenzó la dolarización desordenada, los llamados “precios justos” se quedaron como referencia para algún discurso de ocasión, y cesaron las persecuciones a diestra y siniestra a los comerciantes y empresarios en general, permitiendo lo que parecía un atisbo de equilibrio de mercado. Con la anuencia y los incentivos arancelarios dados por el régimen los privados comenzaron a importar, muy pocos a producir localmente -vale decir-, y paulatinamente la escasez fue reemplazada por una abundancia de productos y servicios inalcanzables para más de 90% de la población que no tiene poder de compra.
Una mentira repetida mil veces llegó incluso a traspasar las fronteras: “Las cosas están mejorando en Venezuela”. Cuando a un paciente terminal le baja la fiebre se puede pensar ilusamente que hay una mejora, mientras en verdad la enfermedad subyacente sigue haciendo lo suyo en ese organismo. En Venezuela pasa igual.
La economía, que estaba en el foso, en 2021 cayó menos que en años previos a la par de esa abundancia de productos y servicios estratégicamente aprovechada por una minoría con la exclusión salvaje del resto de la población que permanece en la pobreza. Por eso día a día sigue la huida de venezolanos a través de las fronteras, a pie o en botes, buscando una oportunidad. No, las cosas no están mejorando, solo se han vuelto confortables para algunos, en especial para los que optaron por la coexistencia tolerante. La fiesta en el tepuy Kusari del Parque Nacional Canaima es una fotografía clara de esto.
Pero, como bien ya escribimos en julio de 2021 en este mismo espacio, pensar que el aparente “cambio” económico es suficiente y merece ovaciones de pie, dejando intacto el modelo político, es conformarse con un “por ahora” que durará lo que al chavismo le convenga para sostenerse en el poder. Y así lo ha demostrado.
El régimen destruyó el origen de las rentas tradicionales, con la implosión socialista de la industria petrolera y secó la petrochequera que mantuvo a Hugo Chávez en la cresta de la ola hasta su muerte. De PDVSA ahora sale un exiguo flujo de dinero que apenas permite bocanadas de oxígeno en el estrangulamiento fiscal de la nación.
La tan comentada economía negra, que va desde la explotación minera pasando por un amplio abanico de tráficos ilegales, genera unos recursos difíciles de cuantificar, pero que se deben repartir entre los distintos grupos de poder y sus tribus, que son el tejido orgánico que le da piso a este régimen, así que de allí no mucho se puede canalizar a la estrategia del Gobierno.
Ahora solo quedan en la mira los fondos que generan los privados. La reforma a la Ley de Impuesto a las Grandes Transacciones Financieras (IGTF) y la reforma a la Ley de Registros y Notarías son solo un par de ejemplos. Se trata de meter la mano en el bolsillo de los privados para sostenerse. Eso va desde un Impuesto Sobre la Renta normado a conveniencia, con Unidades Tributarias como base para llevar al piso los desgravámenes y poniendo prácticamente a todas las personas naturales a pagar tributos aun con la destrucción del salario, pasando por excesivos impuestos municipales hasta llegar al IGTF.
Nicolás Maduro lo vende como si fuera un Robin Hood caribeño: “Es para cobrarle más a los que más tienen, a los millonarios. Ellos tienen bastante, tienen platica. Y ese dinero que les vamos a cobrar va a tener un efecto muy bueno para la inversión social de este año (…) Eso va a permitirnos aumentar los salarios, este año tenemos buenas noticias para los salarios de la clase obrera venezolana”. Pero la verdad es que se trata de una política tributaria confiscatoria.
Es una nueva versión de la arremetida de años previos. Antes la intención era quitarles a los privados sus empresas y propiedades porque en el chavismo existía la idea de que podían manejarlas sin ellos, pero el saldo rojo que dejó esta estrategia en el Producto Interno Bruto parece haberles conducido por otras sendas. Mejor dejar que los privados hagan negocios e imponerles luego una carga impositiva sin importar su capacidad contributiva. Es el perro que se muerde la cola. Es el sistema buscando regresar a su cauce.
Muchos subestiman, como ocurre desde 1992, lo que dice y hace el chavismo, que ahora está enfocado en su estrategia de sostenibilidad hasta el 2030 (o hasta el “dos mil siempre”, como decía Chávez). Por eso tienen en la mira las presidenciales, ya sean en 2024 o en la fecha que para sus cálculos políticos resulte más adecuada, y para tal proceso hacen falta recursos, reconquistar a las bases con las dosis de populismo que les sea posible, y tener un discurso que dé la idea de que no se renuncia a los principios rectores de su movimiento y que la promesa del socialismo se sostiene. La tregua de la practicidad durará lo que el chavismo estime conveniente para sus fines y no más, por más brindis en la cima de tepuyes o por más cargos repartidos internamente en las filas del PSUV, y -como ha ocurrido históricamente en los últimos 22 años- de la de coexistencia tolerante muchos serán sacrificados.