Aunque suene a lugar común y repetitivo, Venezuela vive ahora su más grave crisis en todo sentido. Y, sin embargo, ¿estamos los venezolanos conscientes de esta dramática realidad? Más aún, ¿lo está la actual dirigencia opositora, especialmente sobre sus implicaciones y repercusiones?, ¿lo están los otros dirigentes de la sociedad civil?, ¿lo están los componentes de la institución castrense? Lo dudo.
Porque de esa toma de conciencia del actual momento histórico venezolano dependerá su superación definitiva. Mientras no lo comprendamos cabalmente, más tardaremos en resolver la crisis ciclópea que nos arruina como nación. Mientras algunos dirigentes opositores crean que saldremos de esto automáticamente si logramos unas elecciones transparentes y justas, casi por concesión graciosa del régimen, más nos estaremos alejando de la solución de nuestra tragedia. Ya se sabe que algunos de ellos, aparte de su frivolidad y medianía, también hacen sus tratos con el régimen y no pocos lo han convertido en fuente de negociados y beneficios.
En todo caso, ya se sabe que el chavomadurismo hará todo lo posible para que Venezuela siga camino a su destrucción. La han saqueado y entregado a intereses foráneos a cambio de protección y apoyo, mientras aquellos lo depredan y explotan como nunca antes.
La República de Venezuela desde hace rato se está desintegrando. La nación venezolana también. Somos casi un ex país. Y mientras esto ocurre, al igual que los músicos del Titanic, los demás fingimos no darnos cuenta. Pero, mientras tanto, Venezuela se hunde.
Se ha insistido hasta la saciedad que ya estamos hartos de diagnósticos y análisis sobre nuestra tragedia. Tal vez no sea tan cierto ese lugar común. Tal vez, en efecto, abunden “diagnósticos” y “análisis” sin mayor profundidad, a veces acomodaticios y de muy corto alcance. Pero faltan todavía otros que deberían diseccionar nuestra catástrofe, no sólo en sus causas y contenido, sino también en cuanto a los mecanismos reales y efectivos que nos permitan superarla cuanto antes.
Lo que hasta ahora nos ha limitado en esta urgente materia es la superficialidad y falta de agudeza de una mediocre dirigencia política que aún finge encabezar la oposición a un régimen autoritario y semitotalitario, pero sin asumirlo como tal; pensando tal vez que la salida de este laberinto será la misma que si viviéramos en una democracia formal, y no bajo una dictadura posmoderna, muy diferente a todas las que padeció el país anteriormente.
Esta actitud superficial y simplista lo que evidencia es la ausencia de conciencia sobre nuestro actual momento histórico por parte de opositores sin sentido de trascendencia y sin compromisos plenos con la tarea de rescatar la libertad y la democracia en Venezuela. Si faltara algo todavía para demostrarlo baste señalar su silencio e indolencia ante la invasión a Ucrania por parte de Rusia, un país aliado del régimen chavomadurista, razón más que suficiente para haber convocado marchas de protesta, sobre todo cuando tenemos en Venezuela militares rusos en plan de asesorar a Nicolás Maduro y su claque.
No entender aún la naturaleza de un contrincante como el que ejerce el poder en Venezuela explica los reiterados fracasos que se han ido acumulando en la cuenta de esa dirigencia; no obstante que la gran mayoría de los ciudadanos continúa manteniendo su disconformidad frente a quienes mandan aquí desde 1999.
Sin duda que no haberlo percibido constituye un aspecto esencial que ha condicionado a la oposición frente a un adversario todopoderoso e inescrupuloso, que maneja el Estado y sus instituciones con discrecionalidad absoluta en función de sus intereses políticos y financieros, manteniendo el monopolio exclusivo de la violencia -y ejerciéndolo sin miramientos-; así como el control ideológico y político de los mandos castrenses y, por si fuera poco, estrechando sus vinculaciones con otros factores delictuales y mafiosos que operan en el planeta, a través de sus gobiernos y corporaciones criminales. No es poca cosa, amigo lector.
Desde esta perspectiva, la salida electoral prevista supuestamente para 2024 no puede ser la única a considerar dentro de una estrategia victoriosa de la disidencia venezolana frente al chavomadurismo. Sería algo sumamente ingenuo e inocente. Debería considerarse una ofensiva más amplia, siempre en contacto con las mayorías opuestas al régimen y dando cada vez mayor protagonismo a la sociedad civil, acompañando a la gente en sus protestas diarias ante la gravísima problemática que hunde a Venezuela.
Por cierto que, a este respecto, me parece exagerada una cierta y extendida opinión que señala a esa mayoría como pasiva ante la propuesta de sustituir al régimen porque “sólo se ocupa de sobrevivir y nada más”. Si algo se ha mantenido en todos estos años ha sido la protesta permanente de todos los días y en casi todos los lugares del país ante la desgracia que nos ha tocado sufrir. Esas manifestaciones no han cesado ni cesarán, independientemente de que los medios oficiales y sus socios las oculten, pero allí están, grandes o pequeñas, agresivas o pacíficas: todas muestran a un país que no se ha entregado ni acepta resignadamente esta pesadilla que soportamos ahora.
Tal vez no haya en esas protestas todavía una conciencia profunda de nuestro momento histórico, pero lo que no se podría dudar es que expresan un enorme descontento ante la situación venezolana actual y sus más graves problemas. Lo que hace falta para crearla y hacerla más fuerte es un liderazgo convincente y aglutinador que ahora, por desgracia, no tenemos.
Vuelvo entonces a lo fundamental: quienes deben tener muy clara la noción del momento histórico que vivimos y de su decisivo papel en ella como vanguardia necesaria son los dirigentes políticos opositores, siempre dentro de una actuación estratégica de cambio radical. Deben ser ellos, o tal vez otros, si estos de ahora, como parece, no están a la altura del compromiso, quienes actúen con la suficiente inteligencia y coraje para sustituir al actual régimen y abrir un tiempo nuevo para esta Venezuela que tanto lo merece.