En la aldea
16 enero 2025

“El lector seguramente se preguntará las razones de tan lamentable situación”, pero es que no hay discurso, no hay narrativa, no hay liderazgo.

Crisis gigantesca vs. Dirigentes pequeños

Un recorrido por los nombres de grandes líderes que han estado al frente de los países del continente americano; y el contraste con el presente desolador donde se tambalea la democracia en manos de no pocos dirigentes incapaces, populistas, y oportunistas. En Venezuela, con “un siglo de atraso”, el autor le habla a los dirigentes opositores “que desde hace 20 años presumen de ser el relevo, mientras el tiempo los alcanza y los está dejando atrás, sin que se hayan preparado para el ejercicio del poder”. ¿A estas alturas todavía no han podido descifrar al adversario chavista?

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Algo parecido al título de este artículo de opinión lo señaló Moisés Naím en una entrevista que semanas atrás le hiciera Alejandro Hernández, director de La Gran Aldea, al analizar las crisis que ocurren a nivel mundial. Pero esa afirmación también se ajusta como anillo al dedo en el caso de Venezuela, tanto por lo que respecta al caso de la nomenclatura chavomadurista, como en lo concerniente a la oposición democrática, y eso para no referirme a los llamados “alacranes”, que sólo se ocupan de sacarle algunas tajadas económicas y políticas al régimen, a cambio de su abyección.

La verdad es que hay una crisis generalizada de liderazgo en casi todas partes del planeta. Tal vez el caso de Rusia sea hoy el más patético: Vladímir Putin, un exagente de la KGB, la sanguinaria policía política de los dictadores comunistas soviéticos, hoy lideriza a ese país y pretende, como si se tratara de un Hitler o de un Stalin redivivos, anexarse territorios cercanos para lo cual no le importa asesinar millones de ucranianos, como antes lo hizo en Crimea y Chechenia. Su mentalidad policíaca y sus tesis expansionistas hoy ponen al mundo al borde de un nuevo conflicto bélico. Pero, ciertamente, la Rusia poscomunista no merece un liderazgo mediocre y genocida como el de Putin.

“Esa dirigencia opositora de los últimos años brinda un espectáculo muy deplorable: desunida, con graves conflictos en su seno, callada, sin pegada política, ausente en las calles y sin un liderazgo capaz, firme y motivador que la pueda consolidar”

Si seguimos recorriendo la Europa en general, hoy en casi todas partes gobiernan dirigentes de escandalosa medianía y muy por debajo de las expectativas de esos países. Pedro Sánchez en España y Boris Johnson en Inglaterra, para citar apenas dos casos y no alargar la lista ni el análisis al respecto, son muestras dramáticas de dirigentes pequeños que no pueden lidiar con los graves problemas que hoy aquejan a sus gobernados. Muy atrás quedaron los tiempos de formidables conductores modernos como Winston Churchill, Konrad Adenauer o Charles de Gaulle

En nuestro continente la cuestión es mucho más grave. Y es que luego de grandes líderes, capaces y estudiosos al frente sus países, la región viene sufriendo la escandalosa mediocridad de la mayoría de sus gobernantes. Décadas atrás, resplandecieron liderazgos sobresalientes como los de Franklin Delano Roosevelty John F. Kennedyen Estados Unidos; José María Figueres yJacobo Árbenzen Centroamérica; Rómulo Betancourt y Rafael Caldera en Venezuela; Eduardo Frei, Patricio AylwinyRicardo Lagosen Chile; Alberto Lleras Camargo y Belisario Betancur en Colombia; o Fernando Henrique Cardoso en Brasil, para citar apenas unos pocos nombres.

Hoy el panorama de la dirigencia en nuestro hemisferio es desolador: el caso de Donald Trump en Estados Unidos ilustra el declive del liderazgo de la primera potencia mundial. En México el caudillismo populista, anacrónico y demagógico de Andrés Manuel López Obrador reitera la racha histórica de presidentes mediocres en su mayoría. En Centroamérica es patética la presencia de dictadores como Daniel Ortega en Nicaragua o de pichones de dictador como Nayib Bukele en El Salvador, sin dejar de mencionar en Las Antillas la dinosáurica dictadura castrocomunista de Cuba. Más al sur, la presidencia rupestre y antipolítica del exmilitar Jair Bolsonaro; la del actual mandatario peruano Pedro Castillo, ignorante e incapaz; o la del chileno Gabriel Boric, sin preparación e imprevisible. Y eso para no recordar las experiencias populistas del boliviano Evo Morales, el ecuatoriano Rafael Correa o el paraguayo Fernando Lugo.

“No revela otra cosa sino la falta de un liderazgo a la altura de las exigencias de la gran mayoría de los venezolanos”

El caso venezolano es aún más grotesco. La elección de un militar golpista como Hugo Chávez en 1998 ha significado, junto con la de su sucesor, un siglo de atraso para Venezuela, gracias a la medianía intelectual de ambos, de su falta de preparación como hombres de Estado y dirigentes políticos, poseídos, además, por odios y resentimientos. Si bien el primero provenía de las filas castrenses y el segundo del ámbito civil, los dos tienen en común una chatarra ideológica como orientación política y un desempeño gubernamental caracterizado por la ruina y la destrucción. Uno y otro representan lo peor de la primitiva dirigencia latinoamericana, cuya pequeñez intelectual se minimiza aún más ante los gigantescos problemas que han debido enfrentar. Por supuesto que más allá de sus características personales lo más importante de destacar es la gravísima responsabilidad de Chávez y Maduro en la desgracia nacional que sufrimos desde hace tiempo, gracias a la implantación de un régimen populista, antidemocrático, autoritario y militarista, inviable y disfuncional, a lo que habría que sumar su propia y evidente incapacidad.

Otro tanto sucede en el campo claramente opositor: la presencia de algunos dirigentes que desde hace 20 años presumen de ser el relevo, mientras el tiempo los alcanza y los está dejando atrás, sin que se hayan preparado para el ejercicio del poder, ni podido concretar esa aspiración legítima de suplantar al actual régimen, no revela otra cosa sino la falta de un liderazgo a la altura de las exigencias de la gran mayoría de los venezolanos. Tal vez esa absurda concepción generacional, que en su momento los llevó a execrar dirigentes anteriores y a otros que no lo eran tanto, ahora parece revertirse contra ellos. Mucha gente comienza a creer que estos últimos merecen también la oportunidad de participar en las tareas del liderazgo y de los desafíos presentes y futuros.

Ahora mismo, esa dirigencia opositora de los últimos años brinda un espectáculo muy deplorable: desunida, con graves conflictos en su seno, callada, sin pegada política, ausente en las calles y sin un liderazgo capaz, firme y motivador que la pueda consolidar, arriesga demasiado, agrava aún más la situación del país y atenta contra las esperanzas de cambio de la mayoría de los venezolanos, hartos del desastre chavomadurista.

El lector seguramente se preguntará las razones de tan lamentable situación. En mi opinión, esta tragedia es la resultante de una dirigencia pequeña que no ha podido lidiar con un adversario inescrupuloso y dictatorial, sustentado en el poder de las armas y de la represión, aliado con poderosas corporaciones criminales del planeta. Un adversario de esta calaña, cuya auténtica naturaleza aún no han podido descifrar sus opositores, es un escollo difícil de vencer si quienes pretenden cambiarlo ingenuamente apelan a formales mecanismos electorales y políticos en los cuales aquel no cree y que ha desechado durante el tiempo que lleva en el poder.

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La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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