Se sabe que una sola golondrina no hace verano, que se necesita la reunión de muchos elementos para asegurar que el tiempo ha cambiado de veras y una de sus estaciones se ha establecido cabalmente. También es cierto que en ocasiones la subjetividad pierde el freno y llega a conclusiones apresuradas. Quizá estemos ante dos posibilidades de rebatir lo que se afirmará a continuación sobre la conducta del abogado Gustavo Duque, alcalde del municipio Chacao, frente a unos grafiteros de su municipio, o quizá de su ducado. Sin embargo, la magnitud de la demasía que protagonizó el pasado jueves se hace merecedora de la más acerva de las críticas, sin esperar a que otros factores le den mayor consistencia.
Un grupo de jóvenes, la mayoría estudiantes universitarios, quiso pintar unas consignas en las paredes de la Avenida Libertador para conmemorar el crimen de uno de sus antecesores en las batallas cívicas, Neomar Lander, asesinado por los esbirros de la dictadura. Cuando estaban iniciando su trabajo fueron detenidos por agentes policiales de Chacao, quienes los trasladaron a una de sus dependencias y después, debido a presiones de la policía dependiente del régimen de Maduro, de alguno de los cuerpos represivos a los cuales no acompaña la fama de la benevolencia, ni el apego a la legalidad ni el mínimo respeto a la ciudadanía, los dejaron en su poder sin siquiera sugerir la búsqueda de una alternativa más benévola. Los detenidos no habían cometido ningún delito, a menos que lo sea manifestar en forma pacífica. Sin embargo, con la anuencia de la alcaldía, o del ducado, pasaron a una prisión preocupante por las historias de hostigamiento psíquico y tortura física que han padecido centenares de encarcelados anteriores, que han experimentado la desdicha de llegar a sus ergástulas.
El alcalde Duque se apresuró a calificar de vándalos a los frustrados grafiteros y luego, cuando cayó en la magnitud de su disparate, o porque algún avispado de su corte lo aconsejó, se atrevió a sugerir desde lejos que los dejaran en libertad. Los quise meter en cintura pero no era para tanto, lo mejor es que los suelten y a otra cosa mariposa. Algo así balbuceó. Tal fue el argumento, en el caso de que se pueda llamar así la deplorable declaración a la cual antecedió la apresurada desaparición del tuit en el cual motejaba a los muchachos como los motejó. También aseguró que la intervención de los jóvenes estudiantes había comenzado a dañar el mural de un reconocido pintor nuestro, Juvenal Ravelo, que da realce a esa arteria fundamental de la ciudad. De ese detalle tampoco quiso dejar testimonio cuando se percató de lo riesgoso de su conducta. La simple mirada de los transeúntes lo hubiese dejado como un patrañero sin redención. También le echó borrador a ese pormenor que aderezó su inicial contacto con las redes sociales, como para dar por terminado el capítulo.
Conviene aclarar que, por desdicha, no se está ante un caso de arbitrariedad o de iniquidad y sinrazón que no forme parte de la rutina. Es común que episodios así de oprobiosos ocurran con frecuencia en la Venezuela “revolucionaria”. Pero en el caso que nos ocupa se está hablando de un alcalde de oposición, o que se presenta como tal. De una oposición muy curiosa, realmente peregrina por su afición a mimar a los “revolucionarios” y a rivalizar con los adversarios del régimen que pululan en el municipio o, mejor dicho, en el ducado. Tal ha sido la conducta de quienes se presentan como una versión novedosa y razonable de relacionarse con los rojos-rojitos para vivir sin saltar oficialmente la talanquera, pero sin las carreras, las amenazas, los sudores y los presupuestos recortados del pasado reciente. Solo son, según han remachado hasta la saciedad, una Fuerza Vecinal que inaugura un tipo cordial de política frente al chavismo, una búsqueda de fraternidad que le hace falta a la sociedad, una hermandad de la cual sus miembros son abanderados siempre que prefiera a los portavoces del oficialismo, especialmente si tienen plata, y excluya de sus beneficios a los antiguos compañeros de luchas y privaciones.
De esa manera tan extraña de concebir el bien común salió un comunicado de la tal Fuerza Vecinal, en el cual se aseguró que un grupo de malintencionados estaba “politizando” el suceso. No era justa esa “politización”, se atrevió la bandería a decir oficialmente, como si no fuera el mediático detentador del ducado de Chacao quien la estrenara cuando detuvo a unos grafiteros que conmemoraban un doloroso hecho de sangre llevado a cabo por esbirros, es decir, a unos activistas políticos; y cuando después ofreció una versión tendenciosa del episodio. Seguramente un documento de tanta importancia, debido al revuelo causado por la ducal canallada, debió pasar por la supervisión del líder de Fuerza Vecinal, David Uzcátegui. Pero, ¿realmente pasó por sus ojos y aprobó la pamplinada? Pensé que no, considerando la precariedad de la pieza, hasta que una vecina me pasó el contenido de una de sus presentaciones en Instagram, digna de especial atención.
Se trata de un video de consejos que ofrece Uzcátegui a sus seguidores, en el cual se puede oír lo siguiente: “Las comparaciones son buenas o malas. Compararte con quien está mejor que tú te puede ayudar a mejorar, pero también te puede frustrar o dañar gravemente tu autoestima. Pero si te comparas con quien está peor que tú, te puede dar una perspectiva más realista de tu situación; pero también te puede llevar a no esforzarte por ser mejor. Entonces, ¿qué hacemos? Compárate contigo y lo mejor que tú puedes hacer. Esfuérzate sin lastimarte. Premia tus pequeños logros y no te rindas. ¿Estás dispuesto a romper ese ciclo destructivo de compararte con otros? ¡Hablemos!”. Ni Walter Mercado en sus mejores tiempos.