Londres.- Con su pompa y su fastuosidad, la monarquía británica volvió a conseguir que los ojos del mundo se posarán sobre el Reino Unido durante los cuatro días consecutivos que duraron las celebraciones oficiales por el Jubileo de Platino de la reina Isabel II. Sin embargo, los impresionantes desfiles militares, las celebraciones religiosas y los conciertos que reunieron a grandes artistas mundiales parece que no solo sirvieron para exaltar la figura de la monarca y su labor durante estas siete décadas en el trono, sino que además tuvieron indirectamente un sabor a despedida y han reforzado las sospechas que la corona vive una transición en cámara lenta y cuidadosamente ejecutada.
La soberana ha dejado en claro que no tiene pensado abdicar. Por el contrario, está dando muestras de que pretende cumplir, hasta el último minuto de su vida, con la promesa que hizo a sus súbditos por allá en 1947, cuando declaró: “Toda mi vida, sea corta o larga, la dedicaré a su servicio y al de la gran familia imperial”. No obstante, cada vez es más evidente que los 96 años le van pesando. Así quedó en claro en las recientes celebraciones, a buena parte de las cuales no pudo asistir por “los problemas de movilidad” que viene padeciendo desde principios de año o por “encontrarse indispuesta”.
Isabel II no pudo presidir, por primera vez en décadas, el Trooping of the Colour, el desfile con el que desde hace dos siglos los británicos celebran el cumpleaños de su monarca. Desde hace años la reina ya no monta a caballo en este acto, sino que iba en carroza, pero en esta ocasión se limitó a aparecer en el balcón del Palacio de Buckingham para saludar a las tropas y a los miles de ciudadanos que presenciaron el acto. Su heredero, el príncipe Carlos, fue el encargado de representarla.
Al día siguiente, no pudo asistir a la celebración religiosa que se llevó a cabo en la Catedral de San Pablo para dar gracias por su reinado. Esto, a pesar de que ella no solo es la jefa de la Iglesia de Inglaterra, sino una devota cristiana. Carlos también asumió aquí la representación de la corona. Por supuesto, su presencia en el macroconcierto celebrado a las puertas de su residencia londinense se dio por descartada desde un principio, a diferencia de lo ocurrido en 2012 para el Jubileo de Diamante.
Tampoco participó en la parada final. La carroza real recorrió el centro de Londres sin la soberana, pero en sus ventanas fueron instalados unos dispositivos que permitieron ver a la reina, cuando a sus veintiséis años fue coronada. Sin embargo, sorprendió al aparecer fugazmente en el balcón de Buckingham por segunda vez en menos de 48 horas.
En franco declive
Desde el año pasado la salud de Isabel II se ha venido deteriorando y ello la ha forzado a suspender numerosas actividades. Así, no presidió los actos del Día del Recuerdo, fecha en el que se conmemora el fin de la I Guerra Mundial y se homenajea a los caídos en esta y las demás conflagraciones bélicas en las que ha participado el Reino Unido. También debió suspender un viaje a Irlanda del Norte, región que conmemoró el centenario de su creación como unidad político territorial británica.
Días después se conoció que pasó dos días en un hospital privado para hacerse exámenes y que sus médicos le recomendaron reducir su agenda y eliminar el alcohol de su dieta. El nuevo año no trajo mejores noticias, pues en abril se anunció que contrajo COVID-19, una enfermedad que la dejó “profundamente cansada”, como admitió posteriormente.
Su avanzada edad explica estos achaques, aunque la prensa británica también atribuye este rápido deterioro al impacto que supuso la muerte de su esposo, el príncipe Felipe de Edimburgo, a quien en 2002 calificó públicamente como su “apoyo y aliento”. Tampoco han ayudado los escándalos protagonizados por su hijo preferido, Andrés, quien estuvo a punto de enfrentar un juicio por abuso sexual en Estados Unidos, del cual se libró llegando a un millonario acuerdo extrajudicial con su denunciante; y de su nieto predilecto, Enrique, quien en 2021 denunció públicamente que había “racismo” en la Casa Real.
Este Jubileo fue distinto a los anteriores. El de Plata de 1977 fue una oportunidad para hacer una pausa, con gran parte del reinado por venir, para mirar tanto hacia atrás como hacia adelante. El de Oro de 2002 fue un reinicio después de la agitada y convulsa década de los ‘90, la cual estuvo plagada de escándalos extramaritales, divorcios y problemas como el incendio de parte del Castillo de Windsor o las demandas gubernamentales para que la monarca pagara impuestos.
Por su parte, en 2012, el Jubileo de Diamante probó que la reina se había ganado el afecto del pueblo, mientras que este ha tenido sabor a adiós. “Este Jubileo de Platino será diferente. Porque esto es una despedida”, afirmó Jonny Dymond, corresponsal de la realeza para la BBC.
Un relevo que no agrada a todos
A medida que la salud le ha obligado a Isabel II a replegarse, su hijo mayor, el controvertido Carlos de Inglaterra, ha ido asumiendo más y más protagonismo. En mayo fue él quien presidió la apertura del Parlamento, uno de los actos más importantes del calendario del país y que está lleno de pompa y boato. Asimismo, durante las celebraciones del Jubileo ha cubierto las ausencias de su madre, aunque con la ayuda de su hijo mayor, el popular Guillermo de Cambridge.
La prensa británica ve en estas sustituciones una operación que perseguiría intentar traspasar parte de la popularidad de la anciana soberana a su heredero.
Ocho de cada diez británicos aprueban la actuación de Isabel II, según los datos más recientes publicados por la encuestadora Yougov. Sin embargo, estudios de la misma firma sostienen que solo el 57% de los ciudadanos consideran que Carlos sería un buen rey, frente al 77% que afirman que el hijo de este, Guillermo, será un buen monarca.
El recambio en el trono debe preocupar también en el mundo de la política. ¿El motivo? Mientras la actual reina ha hecho del silencio y de la neutralidad absoluta su marca distintiva, lo cual le ha ganado el respeto hasta de quienes defienden la supresión de la monarquía y la instauración de una república, a su hijo le encanta fijar su posición y dejar en claro lo que piensa. Nada más terminadas las celebraciones el londinense The Guardian publicó un artículo, en el que asegura que el príncipe de Gales calificaba de “pésima” la idea del Gobierno de Boris Johnson de enviar a Ruanda a los inmigrantes que llegaran a las islas británicas de manera ilegal y que solicitaran asilo.
“De la manera más británica posible, no declarada, no escrita y de la que no se habla, la transición ha comenzado”, dijo Dymond, quien como otros expertos da por hecho que a partir de ahora las apariciones públicas de la monarca irán disminuyendo cada vez más, hasta que se produzca el inevitable desenlace.
El tiempo dirá si la operación resultó exitosa o no.