David Lynch (Enero 1946. Missoula, Montana, USA) se ha resistido a entregarnos su próximo largometraje. Incluso al punto de mantenernos en vilo el pasado mayo cuando se corrió el rumor de que nos dejaría ver “ese proyecto” anhelado en la Sección Oficial del Festival Internacional de Cine de Cannes. Pero no fue así. Desde 2006, año del estreno de Inland Empire, su nuevo largometraje se hace de rogar, más aún que el también esperado nuevo film de Wong Kar-wai.
El cuatro veces nominado al Premio de la Academia, ganador de un Oscar Honorífico (2019) y ganador de la Palma de Oro (1990), sin embargo no ha permanecido estos 16 años de brazos cruzados disfrutando de las mieles de su éxito. En ese arco de tiempo ha estrenado un nutrido número de cortometrajes, documentales y revisitado el bucólico terruño de sus mejores pesadillas Twin Peaks: The Return (2017), dieciocho episodios coescritos con Mark Frost y todos dirigidos por él. Así que no. Lynch, seamos justos, ha estado trabajando y mucho. No obstante, somos criaturas voraces y demandamos esa nueva historia.
Para no rendirnos y recordarle que aquí seguimos aguardando, nos toca entrar a la máquina del tiempo. Este año se cumplen 30 desde el estreno de Twin Peaks: El fuego camina conmigo (1992), largometraje y precuela de la serie Twin Peaks (1990). Con 29 totémicos episodios que cambiaron el curso de la ficción televisiva al ritmo de las cadencias inquietantes escritas por el compositor Angelo Badalamenti.
El fulgor de aquellas llamaradas incandescentes dibuja a juego con el origen, un drama con tintes de un film de horror, el más inquietante desde que viéramos al joven Norman Bates ensañándose con la blonda Marion Crane.
Lynch viajaba una vez más al corazón de la inocencia de la América feliz, para escudriñar desde los sueños de Laura Palmer, las pesadillas de una nación. Como en el perturbador inicio de Terciopelo Azul (1986), cuando un puñado de criaturas invertebradas deglutía la oscuridad del subconsciente y dejaban paso a los restos de una oreja solitaria; las aguas gélidas de Twin Peaks mostraban en la superficie el cuerpo inerte de las pesadillas. En una y otra, dos cuerpos inanimados, expulsados por la Naturaleza, incapaz de soportar su esencia.
Twin Peaks se encuentra en las antípodas de Fuenteovejuna. Si se tratara de dos poblados separados por una avenida, Fuenteovejuna sería el lugar donde todos se ocuparían del criminal, vengando y dejando aflorar cada crimen cometido. En Twin Peaks, por el contrario, sería el lugar en el que crímenes y criminales estarían a salvo, ocultos a plena luz del día dejándose ver como padres honorables, estudiantes modelo, encantadores excéntricos, rebeldes sin causa y moteros tranquilos. Y entre todos ellos, la reina de la clase. La admirada e idolatrada imagen de la pureza: Laura Palmer.
Con su cuerpo sin vida, daba inicio un viaje a la oscuridad. Un laberíntico descenso al averno, donde un agente del FBI convertido en Orfeo se atrevía a caminar por allí, en pos de las respuestas y de una blonda Eurídice de sonrisa intacta. El Orfeo en cuestión, el agente Dale Cooper era una disonancia en aquel mundillo entre montañas. Un hombre que hacía del café su verdadero ritual. De visitar los Diners y tiendas con campanilla en la puerta en un día perfecto. Un garante de las cercas de picos. De los niños jugando tranquilos en el parque. Kyle MacLachlan, actor fetiche de Lynch, parecía haberse inspirado en Lucille Ball controlando el gesto, pero sin dejar de lado la candidez de su criatura.
Su trabajo es el de una vez en la vida. Una composición magnífica que registra un arco de 27 años, casi tres décadas, siguiendo a pies juntillas las deducciones de su personaje, pero también las palabras del auténtico corazón de la historia: Laura Palmer.
Twin Peaks: El fuego camina conmigo se encuentra en medio de todo ello. Como el todo, también una rareza. Tras narrar su muerte, tocaba revisar su vida. El film fue concebido como una precuela. Un año antes de la muerte de Laura Palmer. Y luego un salto hasta la semana previa al hecho. Siete días previos a ese último viaje hasta la orilla de las aguas envuelta en una mortaja de plástico.
Su primera media hora abría una puerta por la que entrabas de nuevo al universo de la historia, pero subrayando el absurdo y aun más el espíritu indie que la serie mostró sin pudor alguno aun a pesar del temor de los ejecutivos de ABC.
El laberinto de Twin Peaks tenía otra entrada nunca vista. Un tiempo no contado. Signos no descifrados. Un nuevo héroe que podría haber poblado algún film de Wim Wenders (el agente especial Chester Desmond/Chris Isaak). Un cadáver y una joven blonda que hablaba desde el pasado. La precuela sobre la pesadilla que ya conocíamos, era una pesadilla aún más oscura.
También, hay que decirlo, todo aquello que tocó descubrir de Laura en el averno, se materializó allí, en ese otro infierno que permitió a Laura tomar su voz y hablar de ello en primera persona, sin que el resto pudiera decir nada de ella. Nos llevó a padecerlo en sus carnes, ya no desde el subconsciente de Cooper, sino del propio, aún y cuando aquel sostenía una relación desde la distancia.
Como Laura Palmer, Sheryl Lee representó el lado más oscuro del ideal de la adolescente norteamericana. Como Laura Palmer, Sheryl Lee mostró una profundidad interpretativa que ni el cine ni la televisión han conseguido a la fecha explorar aún más. Si aquellos 29 episodios habían conseguido construir una legión de espectadores -entonces lo de seguidores no se llevaba-, su precuela cinematográfica cimentó la filmografía de un realizador que no le temía al vértigo que generaban sus pesadillas. Donde coexistían los más extraños agentes del FBI a la fecha (entre ellos David Bowie), un caballo o un ángel celestial flotando en medio del infierno.
A lo largo de la historia de la televisión (norteamericana y global), hemos asistido a series memorables. Algunas de ellas al día de hoy terminadas y otras canceladas abruptamente que han construido una masa de espectadores fieles, capaces de elevarlas a estadios de leyenda: Star Trek, una de ellas. Con sus 47 episodios (desde la primera a la tercera temporada); y un largometraje, Twin Peaks ha conseguido estar en esa cumbre.
En retrospectiva, Twin Peaks ha sido la primera “serie evento”-o al menos podría serlo en el sentido más contemporáneo-. Una serie que extendió a nivel global su ascendencia sobre los espectadores. Ocurrió en tiempos en los que HBO aún no era el HBO que vendría una década después. Una serie que nació de un rápido bosquejo. Que ABC respaldó y que, hay que decirlo, también trastabilló un poco entre incoherencias, entradas y salidas de sus autores originales y sin la dirección de timón de lo que hoy se llama: Showrunner. Pese a todo, la historia de Dale Cooper y Laura Palmer es un fuego incandescente que ha resistido 30 años de historia. Que no se apaga, como si se tratara de una pira eterna. Que mantiene intacta la creatividad de un autor (en buena compañía de sus cocreadores) a quien hoy seguimos reclamando su próxima obra maestra.
*Las fotografías fueron facilitadas por el autor, Robert Andrés Gómez, al editor de La Gran Aldea.