En cuestión de minutos se regó la noticia de la muerte de Aquiles Báez, un artista que parecía representar el alma de Venezuela. En un país cuya televisión carece de espacios musicales y donde han sido cerrados casi todos los locales, teatrales o nocturnos, para escuchar música, la noticia del deceso de un guitarrista y compositor recorrió en segundos el territorio nacional y el ancho mundo donde residen los siete millones aventados por la tiranía y el empobrecimiento.
A las cinco de la madrugada del lunes12 de septiembre, un infarto fulminante provocó la muerte de Aquiles Alejandro Báez Reyes, guitarrista, compositor y arreglista, quien había nacido en Caracas el 1 de marzo de 1964. La última hora lo encontró en la casa del también músico venezolano Ramón Arturo Aular, profesor en el Conservatorio de Música de Aachen, Alemania, quien había alojado a Báez mientras se encontraba en esa ciudad, a la que había llegado como parte de la gira “Europa Tour Septiembre 2022”. En la cuenta de Twitter de @ramon_aular puede verse el hilo divulgado por este artista, donde incluye grabaciones de la que fue la última velada guitarrera del incansable Báez:
Para ese momento, ya se había presentado en Madrid, Barcelona, Ginebra y Colonia; y le faltaban seis ciudades más, en Suiza, Francia y Portugal. El hecho de que el nombre del recorrido incluyera el mes y el año se debe a que estas giras eran muy comunes en la agenda de un músico que se encontraba en la cresta de la ola y cuyo inmenso repertorio era conocido y respetado en los más encumbrados círculos de la música mundial.
Caraqueño de nacimiento, buena parte de la infancia de Báez transcurrió en La Vela Coro, en el estado noroccidental de Falcón, donde su familia era propietaria de una casa del siglo XVIII, ubicada en el número 22 de la calle Sucre y muy próxima a aquella donde Francisco de Miranda izara por primera vez la bandera de Venezuela, en agosto de 1806. Es posible que la cercanía del mar, la solera de la Casa azul, como se llamaba la linajuda vivienda, y esa animada soledad de los niños de provincia, contribuyeran a arraigar en Báez el temperamento creativo, ya estimulado por su hermano mayor, Julio, quien le enseñó a tocar el cuatro.
Decidido a los 11 años a dedicarse a la música, entregó sus días y sus noches a la práctica del cuatro y luego de los instrumentos de cuerdas que llegaría a dominar (guitarra, viola, mandolina) además, de la percusión. A los 15 años, tal como narró él mismo, en el documental biográfico que le dedicaron los cineastas Gian Piero Ciammariconi y Veramarja Correa (“Aquiles Báez”, 2005), empezó a dar serenatas y, como ya era aplicado alumno de guitarra clásica, «aprendía en la academia por el día y en la calle, por la noche». Una vez graduado de bachiller, ingresó en la Universidad Central de Venezuela para estudiar Artes. Demás decir que Báez, ya entonces un gran músico, contribuyó con su interminable serenata a vencer las sombras de la gran casa de Caracas.
En su página web dice que “Aquiles Báez lanzó 17 discos, más de 200 grabaciones discográficas con otros artistas y participó en conciertos con músicos como: Aquiles Machado, Carlos Aguirre, Dawn Upshaw, Ed Simon, Ensamble Gurrufío, Farred Haque, Giora Feidman, Ilan Chester, John Patitucci, Lucia Pulido, Luciana Souza, Luisito Quintero, Marco Granados, Mariana Baraj, Mike Marshall, Nana Vasconcelos, Oscar Stagnaro, Paquito D’ Rivera, Raúl Jaurena, Richard Bona, Simón Díaz y Worlds of Guitars, entre otros”.
-Aquiles -sigue la página web- ha participado con orquestas de fama internacional como, “Atlanta Symphony”, “Brooklyn Symphony“, “Ravinia Festival Orchestra”, “Boston Symphony”, así como la Orquesta “Simón Bolívar”, Orquesta Sinfónica Municipal de Caracas y la Orquesta de la “Bach Academy” en Alemania. Ha aparecido en distintos proyectos, como el documental “Calle 54” del legendario Fernando Trueba, además de participar en los discos nominados al Grammy “Motherland” y “Central Avenue” del pianista y compositor Danilo Pérez y “La Pasión según San Marco”, grabado por la Deuchtche Gramophone del compositor argentino Osvaldo Golijov. Por otro lado, es parte del colectivo “América Contemporánea”, dirigido por Benjamin Taubkin, donde se encuentran nueve músicos de siete países de América del sur”.
En fin, no debe extrañarnos que estuviéramos convencidos de que la guitarra era parte del cuerpo de Báez. No paró. No debe haberse tomado ni un día libre en sus 58 años de vida. Probablemente, no existe un solo músico venezolano, dentro o fuera del país, con quien Báez no compartiera escena, ni cantante que no acompañara. Tampoco ritmo o género musical en el que no incursionara. Eso sí, como compositor, su obra evidencia un lenguaje universal, pero un fondo muy venezolano. Además de su obra personal (muy personal), Báez compuso para el cine y el teatro, así como para danza y ballet.
Si todo esto constituyera poco servicio a Venezuela, Báez era incansable promotor de los “músicos emergentes venezolanos”, como solía decir, a través de la plataforma de Guataca Producciones.
Recibió, claro está, muchos premios y reconocimientos. En su país y en otros. En su página web está la lista. En este momento, lo importante es destacar que se despide de la vida en medio de un aplauso de pie de sus compatriotas, quienes tenemos en él una arena común, un punto de encuentro y de orgullo, con independencia de bandos. Eso es mucho decir.