La crisis política de Venezuela lleva décadas y nuestra sociedad no ha conseguido darle solución, a pesar de un largo período de esfuerzo ciudadano, en el cual se han hecho cosas bien, pero también se han cometido errores. En estos aciertos y errores nos incluyo a todos, tanto al mundo político como al resto de la sociedad. Lo que sí ha sido una constante es la resistencia del grupo que hoy tiene el poder ante cualquier intento de desplazarlo; resistencia que llegó hasta un punto en el cual la violación de los Derechos Humanos forma parte de investigaciones por parte de la Corte Penal Internacional.
Hay desgaste, sin duda. Hay cansancio, hay necesidad de resolver nuestra situación económica, hay dolor por lo vivido, hay traumas, hay miedo, hay ansiedad, hay negación, hay tristeza. Sí, todo eso está allí dentro de nosotros, es parte de la emocionalidad del cuerpo social de nuestro país, pero nos hace más daño cederle espacio a la renuncia, a la resignación, al conformismo.
Durante los últimos meses hay una posición que he notado y corroborado en algunos dirigentes políticos, gremiales, y en otras tantas personas con las que me toca interactuar. Esa posición se basa en que ya no hay nada que hacer para 2024, que es imposible lograr un cambio político con el evento de ese año, y que lo mejor es reagruparnos y concentrar esfuerzos de cara a 2030. Me permito hacer un cálculo sencillo, pero oportuno: son 8 años.
Sé que estas personas tienen argumentos que justifican esa percepción. Lo primero que me viene a la mente es que esa posición infiere que la probabilidad de un cambio político es más alta en 2030 que antes de ese año. Para mí ese argumento es bastante cuestionable, porque precisamente tendrán 8 años para consolidar y afianzar aún más su estructura de poder. Puede ser que esa posición asuma que desde el Gobierno están dispuestos a ceder algo de espacios políticos por “el bien del pueblo venezolano” y para dar comienzo a una transición progresiva y ordenada, con la consecución de un proceso de reinstitucionalización. Sí, suena deseable, pero como dicen por allí, “deseos no empreñan”.
Me parece más probable que tanto el proceso de “transición”, como el período de “compartición” de poder, sean maniobras apaciguadoras y no unas que apunten a abrir la posibilidad de un cambio político. Como en otros hechos y eventos políticos del pasado, lo utilizarán como herramienta de mayor consolidación de poder. Esto no es nuevo, es algo cíclico, la conciencia sobre esa intencionalidad nos hará mucho bien al momento de delinear planes y estrategias que nos lleven a un verdadero cambio político.
Si bien las probabilidades están en contra, esa realidad no debe descartar la posibilidad de cambio. Voy más allá, es nuestro deber ciudadano esforzarnos al máximo para elevar esas probabilidades. Flaco favor le hacemos al país si resignadamente transitamos hacia 2030 como si nada hubiese ocurrido durante los últimos 24 años, como si 6 millones de venezolanos no estuviesen fuera del país, como si no hubiésemos vivido el período más empobrecedor de nuestra historia, como si 2017 no hubiese existido. Pero más importante aún, no podemos bajar los brazos como si no tuviésemos un futuro brillante y promisorio por delante.
No va a ser una tarea sencilla, habrá mucha resistencia de diferentes orígenes. El statu quo también se esforzará. A pesar de ello, del lado del cambio está una fuerza que a veces se idealiza y se utiliza con fines políticos: la gente. De allí saldrá la fuerza, la energía, la organización para que progresivamente esas probabilidades de cambio se eleven cada vez más.
Termino con una frase de Fernando Savater: “Una persona libre nunca se pregunta esto que oímos siempre ¿qué va a pasar? Las personas libres tienen que preguntarse ¿qué vamos a hacer? Porque pasará lo que dejaremos que pase…”.
Ahora me toca a mí preguntarles: ¿Qué vamos a hacer?
@HenkelGarcia