La sociedad venezolana busca a su salvador. Desencantada por los liderazgos de los tiempos recientes, otea en el horizonte para ver la llegada del individuo que la sacará de apuros. Como, cuando observa metida en sus aprietos, no ve la figura atrayente que ha esperado desde el principio de su historia, no se deja ganar por la desesperanza y confía en que la usada ruleta de sus antepasados, que alivió frustraciones pasajeras, les proveerá en bandeja de plata la encarnación de un salvavidas. Tiempo perdido, quizá.
Porque, en términos generales, no existen esas figuras flamantes que salen de la nada, que pasan de la comarca de los ensueños al centro de las tablas para obsequiar la ofrenda de su pureza, de su virginidad sin mácula. Nadie cae del cielo, ni sube del infierno, para convertirse en pastor de multitudes agobiadas. No es cierto que, en el caso de situaciones políticas como la venezolana de nuestros días, la liebre saltará de donde menos se espere.
Porque, después de dos décadas de descomposición, no se puede dar el fenómeno del hombre que las superó para convertirse en remolcador de una nueva travesía. No existe esa nueva travesía, sino solo el deseo de iniciarla. Ni el Moisés de turno, recién venido del monte con un milagroso decálogo de encomiendas que conducirán a la tierra prometida. Todo depende, necesariamente, del trayecto cumplido en conjunto hasta la fecha, de la experiencia compartida que no puede cambiar repentinamente el rumbo de las cosas porque se hartó de lo hecho. ¿Cómo lo va a cambiar, si ni siquiera conoce con seguridad la meta pretendida?
Hay figuras aparentemente novedosas que comienzan a llamar o a acaparar la atención de la colectividad. ¿Tal fenómeno niega lo que se viene diciendo? No, debido a que esas figuras solo son nuevas en apariencia. Tienen una historia que las reúne con el pasado del que han formado parte y del cual pueden proyectarse para la orientación de un proyecto diverso. Pero es otra cosa, realmente fundamental, que hayan participado en la vida pública sin el perjuicio de su prestigio. Lo han hecho y, debido a la perspicacia de los más avisados, de los más pendientes de la evolución de los negocios públicos en horas de oscuridad, pueden convertirse en abanderados de causas multitudinarias. Por consiguiente, son hijos de sus obras de ayer, dignas de encomio en medio de una supuesta desaparición de virtudes cívicas, o susceptibles de agigantamiento cuando uno siente que solo mira un bosque de enanos, pero también de quienes les han puesto la vista para subir en el primer vagón de su ferrocarril.
Esos que les han puesto la vista no son debutantes, sino todo lo contrario. De tanto navegar en aguas turbulentas han adquirido una pericia que los aconseja en la búsqueda de un flamante timonel, después de saborear el fracaso cuando otros tuvieron el control del pesado navío. Se hornea así la fórmula de la reunión de un elenco de veteranos con un debutante que hizo su presentación hace décadas, o lustros -aunque no lo parezca, para todo sirve el maquillaje- para que el mercado se conmueva con la incitación de una sorpresa fementida tras cuya aparición lo más accesible y prometedor es incluirse en el cortejo de los heraldos.
No estamos ante un asunto digno de reproche, debido a que en las peripecias políticas semejantes arreglos no solo son importantes, sino también útiles y no pocas veces deseables, aunque en numerosos predicamentos se den únicamente en la esfera de la imaginación. Pero quizá se trate ahora más de hecho concreto que de fantasmagoría, de más posibilidad que fábula debido a la postración de los partidos políticos al uso, situación que obliga a unos análisis que todavía no se han llevado a cabo sobre lo que se anuncia como una alternativa de diversidad en los espacios de la oposición.
Como parece ser nuestro texto uno de los primeros acercamientos, se limita a sugerir que no son criaturas neonatas esas tan llamativas que transitan ahora bajo el sol venezolano, sino antiguos transeúntes discretos que unos veteranos voceadores pretenden vender como fenómeno inédito. Si no estamos ante una reflexión descaminada, tal vez también pueda interesar a los partidos a quienes se pretende negar el pan y la sal mientras se corre tras unas innovaciones que probablemente no sean tales, o que apenas lo son a medias.