En la aldea
20 abril 2024

“El concepto de ‘purguetta’ no se desliga de ‘chavista’ por el hecho de que su creador fue el propio Hugo Chávez. (…) que Maduro ha reproducido”.

“Purguetta”, mezcla de purga con vendetta

“Tarde o temprano, todos van a pasar por ese filo. Y, dado que las fuentes de dinero han ido cambiando, al ritmo de las sanciones y del mercado mundial, cada cierto tiempo irrumpe un nuevo grupo que se hace con los capitales y con el poder. La naciente gavilla acaba con la anterior, mediante la ‘purguetta’, cocktail de purga y vendetta”.

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Milagros Socorro | 21 marzo 2023

Hay sociedades donde se producen, o lo han hecho en el pasado, purgas de carácter político e ideológico; y hay otras donde la represión cobra la forma de vendetta, esto es, venganzas entre grupos al margen de la ley. En Venezuela tiene lugar una combinación de ambas, que llamaremos purguetta.

Las purgas, sucesivas y terroríficas, son propias de regímenes comunistas, como la Unión Soviética (e incluso la Rusia emergida tras la caída del Muro de Berlín, en 1989), China, Cuba y las dictaduras satélites de esta, como Venezuela y Nicaragua. Antes de la Segunda Guerra Mundial, entre 1936 y 1938, Stalin desató una sanguinaria cacería cuyo objetivo, según la propaganda, era limpiar la URSS de “enemigos del pueblo”, supuestamente involucrados en conspiraciones con el bloque capitalista. Con esta bandera persiguieron, detuvieron, apresaron, torturaron, asesinaron y deportaron cientos de miles de supuestos disidentes, sacados a rastras del mismo partido comunista, el ejército, la prensa y las editoriales, universidades y laboratorios, talleres de artistas, grupos étnicos, fábricas y tierras de labor: obreros y campesinos. Esta época es aludida como Gran Purga o Gran Terror de Stalin (esta última, una precisión no del todo justa; y no porque Stalin no se hubiera afincado en las purgas con alegría sincera para afianzarse en el poder, sino porque no fue solo él, sino la organización soviética en pleno, así como buena parte de la población, que se adhirió al entramado de espionaje y delación urdido para controlar un país dividido y acosado).

Dada la densa opacidad soviética, no se ha podido establecer un cómputo nítido de los muertos y encarcelados en la Gran Purga (que, ojo, no fue la única sino la peor, la de mayor cosecha), por lo que los cálculos oscilan entre 700 mil y dos millones de víctimas. Por cierto, no confundir con el Holodomor, iniciativa surgida también en los años 30 de Rusia y Ucrania, donde Stalin impuso una hambruna, por diseño, que mató por lo menos cinco millones de personas.

“Si alguien pretende ser honesto y actuar conforme a los intereses del país, lo sacan de inmediato, por eso no hay ejemplos de gente honesta en puestos de influencia desde 1999 en Venezuela”

La Gran Purga, -en cuyo marco, según el historiador James Harris, el régimen soviético ejecutó 750.000 personas y condenó a más de un millón a trabajos forzados en gulags infernales-, está considerada la campaña de represión más sangrienta de la historia. Como suele ocurrir, en alguna contorsión de la ruleta del poder, los verdugos corrían la misma suerte de sus víctimas. Fue el caso, por ejemplo, de Génrij Yagoda, jefe de la Policía secreta de la URSS entre 1934 hasta 1936, periodo en el que ofreció a Stalin “cuotas de detenciones” en el interior del territorio, de manera que se emprendían cacerías en cada distrito hasta completar el número pautado, lo que se cumplía con base en rumores, calumnias o meras impresiones. El siguiente paso sería una fiesta de tortura y crueldad en cuyo curso los acusados confesarían lo que quisieran sus captores. En marzo de 1938, en el tercero de los juicios iniciados en 1936, fueron juzgadas 21 personas, entre quienes se encontraba Yagoda. Sería declarado culpable y ejecutado, el 15 de marzo de 1938 en el campo de fusilamiento de Communarka. Esto no constituye ninguna paradoja. Al contrario. Es destino de muchos ejecutores terminar con el cuello en la ruta de la guillotina.

La vendetta, por su parte, no se disfraza de línea partidista ni de interés del Estado, es directamente un castigo por venganza. La palabra viene del italiano, que lo recibió del latín vindicta (reclamar, vengar); y el verbo del que deriva, vindicare, incorpora la partícula vis (fuerza, vigor, violencia) e indicis (señalador, indicador, delator, denunciante). En suma, venga con violencia, a partir del testimonio de un sapo. ¿Ley?, la del más fuerte. ¿Institucionalidad?, cero.

Las vendettas son ejercidas por clanes, noción muy antigua que en la actualidad se asocia a las bandas de narcotráfico y otras asociaciones delictivas, como el contrabando y la trata de personas. En todos los casos, tanto las sociedades familiares que traban rencillas por honor y deudas de sangre, como las pandillas criminales, las vendettas florecen en medios donde el Estado es inexistente o incapaz para evitar y perseguir estas acciones.

En Venezuela, el “Estado”, reducido a jirones, es integrante de las diversas facciones mafiosas. Estas camarillas se compactan por ciertas afinidades partidistas, pero, sobre todo, por intereses económicos, así como por zonas territoriales del crimen. La superposición del remoto origen ideológico con la avidez pecuniaria, y la disposición a defender los negocios y los inmensos capitales mal habidos con castigos crudelísimos, configura la purguetta chavista.

El concepto de purguetta no se desliga de chavista por el hecho de que su creador fue el propio Hugo Chávez. Desde su llegada al poder, el golpista del ‘92, elegido Presidente de la República en 1998, estableció un esquema crematístico de hegemonía y permanencia. El patrón consiste en seleccionar individuos corruptibles para cargos de relevancia; dejarlos que se enriquezcan (“ponerlos donde haiga” y auspiciar el latrocinio); hacerse el desentendido, fingir que no se ve lo que hacen y hacen…; y, mientras tanto, les van construyendo el expediente. En el momento en que el nuevo trillardario deje de ser leal como un perro o apriete con los colmillos el botín, negándose a soltar una tajada, le sacan el expediente y lo someten a una ejecución moral. Al ponerlo en el paredón, el “recién descubierto” corrupto, pierde su condición de “revolucionario” para devenir en “traidor”, “enemigo del pueblo”, “mal hijo de Chávez”.

Esta progresión narrativa está pautada desde el primer día: cada escalón en la ruta del ascenso a la riqueza los acerca más a su desenlace trágico. Desde el instante en que acepta un cargo alto, la ficha chavista tiene que corromperse. Desde luego, no puede ser limpio. Si alguien pretende ser honesto y actuar conforme a los intereses del país, lo sacan de inmediato, por eso no hay ejemplos de gente honesta en puestos de influencia desde 1999 en Venezuela. En esto, como en tantos otros aspectos, el chavismo es mafia, una vez que se ingresa no se puede salir… vivo.

Tarde o temprano, todos van a pasar por ese filo. Y, dado que las fuentes de dinero han ido cambiando, al ritmo de las sanciones y del mercado mundial, cada cierto tiempo irrumpe un nuevo grupo que se hace con los capitales y con el poder. La naciente gavilla acaba con la anterior, mediante la purguetta, cocktail de purga y vendetta, que Maduro ha reproducido y que perpetra a la luz del país. A Stalin le funcionó. En estos días se cumplen 70 años de su muerte, acaecida en su cuarto, en marzo de 1953 y dejó una fortuna que, a los precios de hoy, se valoraría en unos 200 mil millones de dólares. Claro que la historia lo ha puesto en su lugar (de capo genocida).

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